En un artículo publicado en El País, Santiago Gamboa dice que ninguna editorial se atrevería hoy a publicar Rayuela,
porque la gran novela de Julio Contázar
fue uno de esos libros que no buscó adaptarse al gusto de la masa lectora de su
época, sino todo lo contrario: oponiéndose a ese gusto, lo que pretendió fue
modificarlo, enriquecerlo, hacer que fuera más complejo y exigente. Y sin duda
lo logró, lo que ya es mucho. Pero justamente por ese riesgo sus posibilidades
editoriales, hoy, serían casi nulas. Estoy de acuerdo. Yo mismo lo he
pensado durante una breve estancia en Barcelona, antes de que los periódicos me
informaran de que se cumple ahora el cincuenta aniversario de la publicación de
la novela.
La
idea me ha venido por asociación con la obra ingente de Gaudí. Barcelona es una
ciudad impresionante, vigorosa y cosmopolita. Lo es por su compleja Historia
(especialmente la Moderna), por la cercanía de Europa y por encontrarse a
orillas del mar Mediterráneo. Lo es por las huellas que han dejado en ella los
distintos movimientos sociales y culturales y por su pujanza económica. Y lo es
por su belleza. Barcelona sería una ciudad extraordinaria sin la obra de Gaudí,
pero además tiene a la obra de Gaudí, y eso la hace única.
Barcelona
tuvo la suerte de que un genio tan personal como Gaudí trabajara en ella y
Gaudí tuvo la suerte de que un estilo tan personal como el suyo fuera
comprendido y alentado por la burguesía dirigente de su época (especialmente
por Eusebi Güell), que deseaba enfatizar su particularidad cultural a la vez
que su triunfo económico y vital. Gaudí no fue comprendido al principio, por
excesivo, y su obra fue postergada durante décadas, tras su trágica muerte. Por
suerte para todos los amantes de lo humano y de lo bello, vivió en una época
determinada y en una ciudad determinada, donde coincidió con unas personas
determinadas. Fuera de ese lugar y de esa época, Gaudí probablemente hubiera
sido un arquitecto más, obligado a rebajar sus pretensiones creativas a las
demandas torpes del pagador de turno.
Julio
Cortázar escribió sus dos primeras novelas en Argentina, donde fueron
rechazadas por las editoriales, y sólo sería publicadas mucho después de su
muerte (ocurrida en 1984). Y no es improbable que no hubiera podido publicar
Rayuela de haber seguido viviendo en Buenos Aires, en lugar de exiliarse
voluntariamente en Paris en 1951, tras la llegada al poder de Perón. El original
de Rayuela cayó en un lugar y en unas manos que apreciaron el valor de lo que
tenían ante sí y, poniendo en riesgo su patrimonio, hicieron todo lo posible
para que el público pudiera disfrutarlo.
Los
restos de Gaudí reposan en la cripta de la Sagrada Familia, donde son objeto de
culto por los amantes de su arte. Los restos de Julio Cortázar reposan en el
famoso cementerio de Montparnasse, donde pude comprobar personalmente el fervor
que le guardan muchos de sus seguidores. El genio era suyo, de ambos, y de
nadie más. Pero debería reconocerse, también, el genio de quienes supieron ver
su talento, más allá de las modas y de las corrientes imperantes, y pusieron a
su disposición los medios para que pudieran explotar su potencialidades a pesar
de las reticencias de sus coetáneos y dieran rienda suelta a esa lucidez creativa
que ahora, pasado el tiempo, estimamos como digna de elogio.