La llegada de la Democracia produjo en España un
incremento del número de asociaciones y el auge de su influencia social y
política. El ambiente más favorable al asociacionismo que provoca la libertad,
el desarrollo de una conciencia colectiva sobre casi todos los asuntos y el
auge económico estimularon el nacimiento y la expansión de agrupaciones de
todas clases y para todos los ámbitos de la vida. Paralelamente, se vertebró
una compleja red entre asociaciones y organismos públicos que sirvió para transvasar
información en ambos sentidos y para la financiación pública de las primeras.
Esa situación, que en principio es sana y
recomendable, ha ido degenerando poco a poco hasta la actual hipertrofia,
particularmente en el ámbito local, merced al crecimiento exagerado de la
influencia política y de la financiación pública de las asociaciones.
Aunque las asociaciones se encuentran en origen
en una posición de inferioridad respecto de los organismos públicos, ante los
que no pueden negociar, sino pedir, conforme se han ido acercando a ellos han
ido percatándose de la capacidad de presión que les otorgaba el hecho de contar
con la fuerza de los votos que hubiera detrás de sus simpatizantes, lo que les
ha servido para crecer hasta más allá de los límites razonables y ha formado,
en conjunto, una suerte de burbuja asociativa, cuyo estallido dejará el paisaje
asociativo en peores condiciones que si no hubiera existido, pues se habrán
perdido los valores naturales por los cuales los seres humanos aglutinan sus
energías personales para ejecutar proyectos comunes.
DOS CASOS TÍPICOS
El primero es de índole cultural: un grupo de
personas unidas por una determinada afición, que hasta ese momento se reunían
con unos medios precarios sufragados por ellos mismos para realizar actividades
por el placer de sentirse realizados, pues nunca se han planteado vivir de ello
ni podrían, se constituyen en asociación y piden una ayuda para la compra de
instrumental, que obtienen. El material nuevo los incentiva a ensayar más y
pronto son llamados a actuar en un pueblo vecino, a cuyo Ayuntamiento solicitan
una gratificación que al menos les costee el desplazamiento. Como el
Ayuntamiento paga, piden un poco más del precio del viaje al siguiente
Ayuntamiento, que también paga. Cuando el Ayuntamiento de su pueblo los
requiere para que realicen una actuación con motivo de una fiesta local, los
dirigentes de la asociación exigen una cantidad, argumentado una serie de
gastos fijos. El Ayuntamiento acepta, con lo que precisa el techo mínimo o
caché del grupo, por debajo del cual no actuará a partir de entonces ni en su
pueblo ni en ningún otro. Desde ese instante, la asociación dispondrá de
recursos para encargar a alguien ajeno los trabajos de mantenimiento, ya que
nadie del grupo querrá hacerlos. Nadie, igualmente, querrá actuar gratis, como
no sea para eventos muy concretos relacionados con la beneficencia, y menos aún
lejos de su pueblo. En no mucho tiempo, sólo ensayarán para las actuaciones, y
si no hay actuaciones, desaparecerán.
El segundo caso es de índole deportiva: los
dirigentes de un club que juega en una categoría baja, con jugadores del pueblo
que se lavan sus propias camisetas, consiguen que una empresa constructora les
financie el fichaje de jugadores de otros pueblos. Con ellos, el equipo
asciende de categoría y logra una subvención de la Diputación Provincial, que
fija por sistema una ayuda igual a cada uno de los clubes que militan en la
misma. Además, obtiene del Ayuntamiento otra subvención y otra más de la
Comunidad Autónoma. Con todo ese dinero, puede fichar jugadores de más lejos y
más cualificados, lo que facilitará los mejores resultados deportivos y el
aumento del público local, encantado con que su equipo juegue contra los de
pueblos mucho más poblados que el suyo. El equipo asciende otra vez. La nueva
categoría exige desplazamientos más largos y el fichaje de jugadores
semiprofesionales que cobran como los profesionales. Cuando los directivos
fijan el presupuesto de la temporada, calculan unos ingresos por cuotas de
socios y taquilla superiores a los de la temporada anterior, con la suposición
de que la categoría más alta atraerá a más público y habrá unas transferencias
superiores desde las Administraciones Públicas.
Entre los gastos presupuestados,
figuran compensaciones a los directivos por sus desembolsos de kilometraje, un
teléfono para algunos de ellos y unas pequeñas gratificaciones por la
realización de cometidos concretos. Cuando uno de los socios plantea en la
asamblea anual el peligro que para el club significa fijar el presupuesto sobre
bases tan endebles, el presidente le contesta que no debe tenerse vértigo ni
mal de altura y que todo está bajo control. El equipo es uno más en la
categoría y los resultados lo mantienen en la parte baja de la clasificación. A
mitad de temporada, el entrenador expone la necesidad de hacer algunos fichajes
y la directiva se lo piensa: los ingresos por socios y taquilla son más bajos
de lo esperado y las Administraciones están retrasando el pago de las ayudas,
que también serán más bajas de lo presupuestado, pero existe el riesgo cierto
del descenso, lo que sería mucho peor desde el punto de vista económico y un
fracaso total desde el punto de vista deportivo, así que aceptan los postulados
del entrenador y fichan a tres jugadores más. Como solución a la falta de
liquidez, se firma primero una cuenta de crédito y luego se retrasan los pagos
de las facturas. El equipo no mejora y despiden al entrenador, al que deben
abonar una cuantiosa indemnización, para fichar a otro con más prestigio y más
caro. Al final del campeonato, logran salvar la categoría y pagan a los
jugadores casi todos los retrasos con las subvenciones que cobran de las
administraciones, pero tienen la cuenta de crédito sin saldo y deben una
cantidad notable a los proveedores. El nuevo presupuesto que se somete a la
asamblea de socios reduce los gastos en los capítulos de la cantera, pues se
suprime el equipo juvenil, que ya tenía problemas para encontrar jugadores
porque ninguno de ellos podía dar el salto enorme hasta el primer equipo, e
incrementa la perspectiva de ingresos por una pequeña subida de las cuotas de
los socios y la promesa que les ha hecho el concejal de deportes de aumentar la
subvención municipal.
El Ayuntamiento, además, está construyendo un estadio más
grande y más cómodo y lo previsible es que la asistencia de público se
acreciente, máxime si se tiene en consideración que se guarda la esperanza de
corregir los resultados deportivos. Reducidos los gastos y ampliados los
ingresos previstos, la directiva ficha a varios jugadores más. Esa misma
directiva, que trabaja incansablemente para captar más socios, no consigue, sin
embargo, retener a todos los que lo eran en la temporada anterior. Es el primer
contratiempo de una larga serie: la construcción ha bajado sensiblemente y el
patrocinador se ve obligado a retrasar la entrega de su aportación, con la que
se venían haciendo los primeros pagos de la temporada; el Ayuntamiento no puede
mejorar la subvención, ya de por sí desproporcionada para sus posibilidades; la
Diputación debe repartir el mismo presupuesto entre más equipos y los bancos le
niegan una nueva cuenta de crédito. Los jugadores no cobran, ni la Seguridad
Social, ni Hacienda, y mucho menos los proveedores. Todo el dinero recaudado se
destina a pagar la cuota federativa y los árbitros. Aunque los resultados
deportivos no son desastrosos, pues el equipo se mantiene en los puestos medios
de la clasificación, el público se ha ido totalmente del estadio: ya no hay
familiares del pueblo entre los jugadores, ni amigos, ni novios, ni vecinos, y
entre los habitantes se ha perdido el entusiasmo que conlleva la novedad.
El
presidente hace un llamamiento angustioso a las instituciones públicas antes de
que termine la primera vuelta de la liga: o pagan las cantidades que les
prometieron o el equipo que pasea el nombre del pueblo por toda España
desaparecerá. (Cuando el presidente menciona las cantidades que les
prometieron, se refiere a las que ellos presupuestaron, pues por aquel tiempo
las instituciones ni siquiera habían convocado las subvenciones). El alcalde
ordena en enero el pago de la ayuda municipal de todo el año y acompaña al
presidente en su visita a las entidades públicas provinciales y autonómicas,
donde esgrime como principal valía del club su propio nombre, que también es el
del pueblo, al que según dice lleva por todas partes como si fuera el de una
marca comercial. Los representantes políticos provinciales y autonómicos no ven
retorno económico para el pueblo en esa marca, pero nada dicen al respecto y
afirman que pagarán lo antes posible sus subvenciones, que comprometen de
palabra. No obstante, cuando se resuelve el proceso correspondiente, el club no
puede justificar que se halla al corriente en sus obligaciones fiscales y con
la Seguridad Social y no puede recibir las ayudas. El presidente culpa a las
instituciones de la previsible ruina del club y amenaza con entregarlo al
Ayuntamiento, donde se ha recibido una orden de embargo de todas las deudas
contraídas con el club. Cuando la empresa constructora paga por su patrocinio
la cuota anual, todo el dinero se dedica a hacer frente a la cuenta de crédito,
que estaba avalada por algunos directivos. Al concluir la temporada, el club,
finalmente, desaparece: por entonces, está a punto de terminarse el estadio
municipal nuevo, cuyo aforo es casi igual al de vecinos del municipio.
* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.