miércoles, 5 de junio de 2013

La influencia asociativa I: Dos casos típicos



La llegada de la Democracia produjo en España un incremento del número de asociaciones y el auge de su influencia social y política. El ambiente más favorable al asociacionismo que provoca la libertad, el desarrollo de una conciencia colectiva sobre casi todos los asuntos y el auge económico estimularon el nacimiento y la expansión de agrupaciones de todas clases y para todos los ámbitos de la vida. Paralelamente, se vertebró una compleja red entre asociaciones y organismos públicos que sirvió para transvasar información en ambos sentidos y para la financiación pública de las primeras.

Esa situación, que en principio es sana y recomendable, ha ido degenerando poco a poco hasta la actual hipertrofia, particularmente en el ámbito local, merced al crecimiento exagerado de la influencia política y de la financiación pública de las asociaciones.

 



Aunque las asociaciones se encuentran en origen en una posición de inferioridad respecto de los organismos públicos, ante los que no pueden negociar, sino pedir, conforme se han ido acercando a ellos han ido percatándose de la capacidad de presión que les otorgaba el hecho de contar con la fuerza de los votos que hubiera detrás de sus simpatizantes, lo que les ha servido para crecer hasta más allá de los límites razonables y ha formado, en conjunto, una suerte de burbuja asociativa, cuyo estallido dejará el paisaje asociativo en peores condiciones que si no hubiera existido, pues se habrán perdido los valores naturales por los cuales los seres humanos aglutinan sus energías personales para ejecutar proyectos comunes. 


 

DOS CASOS TÍPICOS
El primero es de índole cultural: un grupo de personas unidas por una determinada afición, que hasta ese momento se reunían con unos medios precarios sufragados por ellos mismos para realizar actividades por el placer de sentirse realizados, pues nunca se han planteado vivir de ello ni podrían, se constituyen en asociación y piden una ayuda para la compra de instrumental, que obtienen. El material nuevo los incentiva a ensayar más y pronto son llamados a actuar en un pueblo vecino, a cuyo Ayuntamiento solicitan una gratificación que al menos les costee el desplazamiento. Como el Ayuntamiento paga, piden un poco más del precio del viaje al siguiente Ayuntamiento, que también paga. Cuando el Ayuntamiento de su pueblo los requiere para que realicen una actuación con motivo de una fiesta local, los dirigentes de la asociación exigen una cantidad, argumentado una serie de gastos fijos. El Ayuntamiento acepta, con lo que precisa el techo mínimo o caché del grupo, por debajo del cual no actuará a partir de entonces ni en su pueblo ni en ningún otro. Desde ese instante, la asociación dispondrá de recursos para encargar a alguien ajeno los trabajos de mantenimiento, ya que nadie del grupo querrá hacerlos. Nadie, igualmente, querrá actuar gratis, como no sea para eventos muy concretos relacionados con la beneficencia, y menos aún lejos de su pueblo. En no mucho tiempo, sólo ensayarán para las actuaciones, y si no hay actuaciones, desaparecerán. 


 El segundo caso es de índole deportiva: los dirigentes de un club que juega en una categoría baja, con jugadores del pueblo que se lavan sus propias camisetas, consiguen que una empresa constructora les financie el fichaje de jugadores de otros pueblos. Con ellos, el equipo asciende de categoría y logra una subvención de la Diputación Provincial, que fija por sistema una ayuda igual a cada uno de los clubes que militan en la misma. Además, obtiene del Ayuntamiento otra subvención y otra más de la Comunidad Autónoma. Con todo ese dinero, puede fichar jugadores de más lejos y más cualificados, lo que facilitará los mejores resultados deportivos y el aumento del público local, encantado con que su equipo juegue contra los de pueblos mucho más poblados que el suyo. El equipo asciende otra vez. La nueva categoría exige desplazamientos más largos y el fichaje de jugadores semiprofesionales que cobran como los profesionales. Cuando los directivos fijan el presupuesto de la temporada, calculan unos ingresos por cuotas de socios y taquilla superiores a los de la temporada anterior, con la suposición de que la categoría más alta atraerá a más público y habrá unas transferencias superiores desde las Administraciones Públicas.
 Entre los gastos presupuestados, figuran compensaciones a los directivos por sus desembolsos de kilometraje, un teléfono para algunos de ellos y unas pequeñas gratificaciones por la realización de cometidos concretos. Cuando uno de los socios plantea en la asamblea anual el peligro que para el club significa fijar el presupuesto sobre bases tan endebles, el presidente le contesta que no debe tenerse vértigo ni mal de altura y que todo está bajo control. El equipo es uno más en la categoría y los resultados lo mantienen en la parte baja de la clasificación. A mitad de temporada, el entrenador expone la necesidad de hacer algunos fichajes y la directiva se lo piensa: los ingresos por socios y taquilla son más bajos de lo esperado y las Administraciones están retrasando el pago de las ayudas, que también serán más bajas de lo presupuestado, pero existe el riesgo cierto del descenso, lo que sería mucho peor desde el punto de vista económico y un fracaso total desde el punto de vista deportivo, así que aceptan los postulados del entrenador y fichan a tres jugadores más. Como solución a la falta de liquidez, se firma primero una cuenta de crédito y luego se retrasan los pagos de las facturas. El equipo no mejora y despiden al entrenador, al que deben abonar una cuantiosa indemnización, para fichar a otro con más prestigio y más caro. Al final del campeonato, logran salvar la categoría y pagan a los jugadores casi todos los retrasos con las subvenciones que cobran de las administraciones, pero tienen la cuenta de crédito sin saldo y deben una cantidad notable a los proveedores. El nuevo presupuesto que se somete a la asamblea de socios reduce los gastos en los capítulos de la cantera, pues se suprime el equipo juvenil, que ya tenía problemas para encontrar jugadores porque ninguno de ellos podía dar el salto enorme hasta el primer equipo, e incrementa la perspectiva de ingresos por una pequeña subida de las cuotas de los socios y la promesa que les ha hecho el concejal de deportes de aumentar la subvención municipal. 

El Ayuntamiento, además, está construyendo un estadio más grande y más cómodo y lo previsible es que la asistencia de público se acreciente, máxime si se tiene en consideración que se guarda la esperanza de corregir los resultados deportivos. Reducidos los gastos y ampliados los ingresos previstos, la directiva ficha a varios jugadores más. Esa misma directiva, que trabaja incansablemente para captar más socios, no consigue, sin embargo, retener a todos los que lo eran en la temporada anterior. Es el primer contratiempo de una larga serie: la construcción ha bajado sensiblemente y el patrocinador se ve obligado a retrasar la entrega de su aportación, con la que se venían haciendo los primeros pagos de la temporada; el Ayuntamiento no puede mejorar la subvención, ya de por sí desproporcionada para sus posibilidades; la Diputación debe repartir el mismo presupuesto entre más equipos y los bancos le niegan una nueva cuenta de crédito. Los jugadores no cobran, ni la Seguridad Social, ni Hacienda, y mucho menos los proveedores. Todo el dinero recaudado se destina a pagar la cuota federativa y los árbitros. Aunque los resultados deportivos no son desastrosos, pues el equipo se mantiene en los puestos medios de la clasificación, el público se ha ido totalmente del estadio: ya no hay familiares del pueblo entre los jugadores, ni amigos, ni novios, ni vecinos, y entre los habitantes se ha perdido el entusiasmo que conlleva la novedad. 
El presidente hace un llamamiento angustioso a las instituciones públicas antes de que termine la primera vuelta de la liga: o pagan las cantidades que les prometieron o el equipo que pasea el nombre del pueblo por toda España desaparecerá. (Cuando el presidente menciona las cantidades que les prometieron, se refiere a las que ellos presupuestaron, pues por aquel tiempo las instituciones ni siquiera habían convocado las subvenciones). El alcalde ordena en enero el pago de la ayuda municipal de todo el año y acompaña al presidente en su visita a las entidades públicas provinciales y autonómicas, donde esgrime como principal valía del club su propio nombre, que también es el del pueblo, al que según dice lleva por todas partes como si fuera el de una marca comercial. Los representantes políticos provinciales y autonómicos no ven retorno económico para el pueblo en esa marca, pero nada dicen al respecto y afirman que pagarán lo antes posible sus subvenciones, que comprometen de palabra. No obstante, cuando se resuelve el proceso correspondiente, el club no puede justificar que se halla al corriente en sus obligaciones fiscales y con la Seguridad Social y no puede recibir las ayudas. El presidente culpa a las instituciones de la previsible ruina del club y amenaza con entregarlo al Ayuntamiento, donde se ha recibido una orden de embargo de todas las deudas contraídas con el club. Cuando la empresa constructora paga por su patrocinio la cuota anual, todo el dinero se dedica a hacer frente a la cuenta de crédito, que estaba avalada por algunos directivos. Al concluir la temporada, el club, finalmente, desaparece: por entonces, está a punto de terminarse el estadio municipal nuevo, cuyo aforo es casi igual al de vecinos del municipio. 

* Puede leer el libro completo de La Democracia retórica en pdf pinchando aquí o sobre la imagen que hay en la columna de la derecha.