El
coche es un buen signo exterior de riqueza, porque es relativamente costoso,
todo el mundo conoce grosso modo su categoría, se puede exhibir en cualquier
parte y, llegado el caso, se puede compartir fácilmente. Por ello es muy útil
en una sociedad como la nuestra, que suele determinar con la capacidad de
consumo la relevancia social, de modo que a más consumo más estatus, es decir,
a mejor coche más señales se dan de que se goza de mejor posición social.
Como
el coche es la señal, hay que tener un coche acorde con nuestra personalidad y
a la medida de nuestras posibilidades o por encima de ellas, ya que los demás
miembros de la sociedad nos enjuiciarán posiblemente en función de él. Coche,
no obstante, tiene casi el todo el mundo. Y un coche medianamente ostentoso
puede comprarse a plazos, lo que distorsiona su misión representativa. Lo que
no puede comprarse a plazos y demuestra sin lugar a dudas el estatus es un buen coche (o incluso un coche mediano)
con chófer. El chófer, en fin, y no el coche, es la verdadera señal exterior de
riqueza en estos tiempos, lo que define la pertenencia a una clase social
específica muy superior a la del resto de los ciudadanos.
El
estatus se determina, también, por el grado de poder político, de forma que a
más poder más estatus y, en consecuencia, más relevancia social. Así es
directamente en las sociedades estables y seguras de sí mismas, en las que se
asume sin problemas el estatus de los dirigentes políticos, a los que se estima
ya vayan en coche o en metro y viajen en primera clase o en clase turista, lo
que conlleva que ellos también se estimen a sí mismos por el mero desempeño de
ese papel.
En
las sociedades poco seguras de sí mismas, en las sociedades fragmentadas, en
aquellas en las que se estima o se desestima al dirigente político no tanto por
lo que hace como por el partido al que pertenece, en aquellas en las que el
Gobierno no es el Gobierno de la nación o del Estado, sino el Gobierno de tal o
cual partido (el Gobierno del PP, el Gobierno del PSOE, se dice aquí), en las
sociedades que tienen una clase política poco reconocida, mentirosa o que actúa
al margen de las demandas ciudadanas, lo normal es que el dirigente público
necesite de una ayuda suplementaria para sentirse querido y admirado y para
quererse a sí mismo. Entonces, acude al método más fiable y más extendido de
hacer pública la consideración social que se le debe, es decir, al consumo,
cuyo indicio más representativo es, como hemos visto, el chófer.
En
España, un país con una sociedad como las expresadas anteriormente y con tantas
Administraciones y tantos políticos ocupando puestos de relevancia pequeña o
mediana en las Administraciones, hay mucha necesidad de relevancia social, es
decir, hay mucha necesidad de chóferes. Así, chófer aquí no sólo tiene el cargo
político más alto, sino el cargo político mediano y el cargo político más bajo.
En realidad, suele ser el calificativo de “político” el que en la
Administración concede derecho de chófer al cargo, de manera que no suelen
tenerlo los empleos que no son detentados por políticos.
El
chófer no forma parte directa del séquito del dirigente político, como el
secretario personal y el fotógrafo, porque se queda cerca del garaje o, donde
no hay garaje, en la puerta de la
institución que se visita, cuidando el coche, que para el mejor
ejercicio de su función debe estar siempre limpio y brillante. Es una
ostentación fácil y hortera, pero que da mucha seguridad, especialmente a los
que se sienten inseguros con lo que son y lo que hacen.
Como
en los tiempos que corren, aunque existan las videoconferencias y los smartphones,
sigue habiendo cintas inaugurales que cortar, primeras piedras que poner,
visitas institucionales que efectuar, convenios que firmar, ferias a las que
asistir, conferencias que presentar, reuniones que presidir, obras que
inspeccionar, etc., sigue siendo totalmente necesario viajar, lo que hace
imprescindible la presencia del chófer, que ya que está puede traer y llevar al
pequeño dirigente político a su casa o, en ocasiones, a la realización de otros
menesteres.
Con
el chófer, en fin, se comparten muchas horas del día y muchos asuntos
confidenciales, tantos, que la relación profesional bien puede terminar en
estima mutua o incluso en amistad, y ya hemos visto cómo en situaciones
extremas, como la protagonizada por Francisco Javier Guerrero y su chófer, en
el establecimiento de favores recíprocos y en la compañía de fatigas y
parrandas.