miércoles, 13 de marzo de 2013

La estación de Belalcázar



Oteando la cola del enorme pantano de la Serena que se ve desde el puente de la carretera de Peñalsordo, próximo a la abandonada estación de Belalcázar, el observador tendrá frente a sí el territorio de tres comunidades autónomas: Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura. El contacto de las tres comunidades se hace sobre la misma lámina de agua, cerca del puente del Melonar, con el que la vía férrea que discurre entre Madrid y Badajoz, después de elevarse poco a poco sobre un terraplén, salva un extremo de la superficie líquida, a la que por allí vuelcan dos arroyos. Por debajo del puente pasaba antes una carretera, que ahora, con el pantano en sus límites más altos, es una línea curva de unos doscientos metros que discurre casi a ras del agua de ninguna parte a ninguna parte, y a cuya vera crecen los matojos y se levantan dos eucaliptos, uno de ellos seco.
 Según los mapas, en las proximidades de la estación de Belalcázar confluyen tres carreteras, que van de allí a Peñalsordo, a Santa Eufemia y a Belalcázar. Y, de hecho, si le preguntas al Google Maps por la ruta entre Peñalsordo (Badajoz/Extremadura) y cualquiera de las otras dos localidades (ambas de Los Pedroches/Córdoba/Andalucía), te reconoce como mejor ruta la que pasa por este lugar, aunque la realidad es que por allí no pasa ruta alguna para vehículos de tipo turismo, pues la carretera de Peñalsordo está cortada, según advierte un cartel situado antes del mencionado puente, y la de Santa Eufemia no es más que un larguísimo camino de cabras.

 Aunque hay otro cartel situado al comienzo de la carretera de Belacázar que advierte del mal estado de la vía, la única posibilidad de acercarse hasta este paraje con un turismo es por esta carretera (CO-9403), que se toma en la A-422 en dirección a Cabeza de Buey, como a cuatro kilómetros de Belalcázar. El firme es pésimo y la distancia (16 km) considerable, pero el esfuerzo del coche y del conductor merecen la pena, pues el sitio a que accederá es, sin duda, uno de los más escondidos, de los más desiertos y de los más bonitos de España.
  El mismo trayecto de la CO-9403, especialmente desde el otoño a la primavera, es una maravilla para la vista. En poco más de un mes he venido aquí dos veces, con distintos acompañantes, y en ambas hemos comentado la costumbre de poner eucaliptos a la puerta de los cortijos y de las antiguas casas de los peones camineros, hemos conversado sobre lo virgen y despoblado del territorio, que al principio del recorrido parece un páramo, y nos hemos bajado del coche para ver correr los arroyos de cerca, o para observar los grupos de aves zancudas que poblaban las riberas de los ríos, o para fotografiar el bien conservado castillo de Madroñiz, que aunque se levanta más allá del Zújar sigue estando en el término de El Viso, que curiosamente llega casi hasta las afueras de Cabeza del Buey (Badajoz/Extremadura).
 El paisaje es especialmente hermoso tras la desembocadura del Guadamilla en el Zujar, pues la carretera sigue pegada a la orilla derecha de este y a la izquierda, junto al mencionado castillo, se divisan valles y lomas y las sierras de Cabras y del Palanque. La estación de Belalcázar, que está poco después, es un pequeño edificio de dos plantas ubicado al otro lado del ferrocarril y muy pocos metros del cauce, que ahora se integra en el pantano de la Serena. Menos las vías, que están perfectamente conservadas, todo en el pequeño valle de la estación es la viva imagen del abandono. 
 Lo es la estación misma, que tiene sus dos puertas tapiadas, aunque en una de ellas hay un agujero que permite ver otro agujero mayor en la de enfrente, la que da al río, por la que puede introducirse una persona. Lo es el monumental puente sobre el Zújar, que es relativamente nuevo y no sirve para casi nada. Lo es la carretera, que a partir de ahí está siendo engullida por la floresta. Y lo son los nidos de algunas cigüeñas, que antes bullían de actividad junto a la estación y ahora sólo crían matas. 
 Lo que ha quedado apenas es una sombra de lo que debió de ser en tiempos este lugar, cuando la estación estaba abierta y el tren era el único medio de transporte con que contaban los lugareños para salir de esta esquina de todos los mapas y conectarse con Madrid, es decir, con la civilización y con el mundo. Y es una sombra, incluso, de lo que fue la estación cuando nosotros éramos chicos y los domingos de verano se organizaban excursiones en autobús para que los habitantes de una zona tan achicharrada como la nuestra pudieran bañarse en las aguas del Zújar.
 

Pero el abandono, aparte de las emociones que provoca por sí mismo, es la causa de que el lugar haya recobrado su pureza inicial, aunque de por medio estén obras tan artificiales como el tendido de las vías, por las que muy de vez en cuando pasa un tren llevando a unos cuantos viajeros alucinados por lo singular del paisaje, el puente sobre el Zújar y el lejano dique de La Serena. La pureza, en realidad, la dan el silencio y la quietud del despoblamiento humano, lo que permite a la Naturaleza recobrar el terreno perdido rompiendo los tendidos eléctricos y comiéndose las carreteras. 
 De la estación de Belalcázar salen multitud de sendas interesantes. Una de ellas, la que lleva a Santa Eufemia, está indicada en un cartel colocado junto a la vía que da acceso a la estación y es, en realidad, la antigua CO-9027. Otra va hasta Peñalsordo. Otra, hasta Cabeza del buey. Y otra, la que hemos seguido nosotros, lleva hasta la localidad de Guadalmez (Ciudad Real/Castilla-La Mancha).
Ida y vuelta, 25 km
 Este recorrido discurre prácticamente pegado a la vía del tren, con la excepción del primer tramo (unos dos kilómetros), pues el camino asciende hasta media altura el pico de los Tres Mojones, algo más allá del cual se juntan el Guadalmez y el Zújar, en tanto que el ferrocarril lo rodea por el Norte. Al llegar a un paso a nivel, el camino se bifurca en dos ramas iguales que discurren durante un buen trayecto en paralelo a ambos lados de la vía. Nosotros optamos por el ramal que, tras cruzar una reja canadiense medio hundida, atraviesa la vía y caminamos por el lado norte, que es el más bajo y, supuestamente, el más húmedo y más escurridizo, aunque también el más próximo a la cola del pantano de La Serena que ocupa el cauce del río Guadalmez y buena parte del valle.
 La localidad de Guadalmez se ve enseguida a lo lejos, al pie de la peña del Cuervo, detrás de una vega inundable surcada por distintas corrientes de agua en la que cuando nosotros pasamos pastaba un rebaño de ovejas guardado por un perro con malas pulgas. Un poco más adelante, el río ya no es pantano y vuelve a ser río, un río poderoso que siempre ha dado vida a las famosas huertas de esta vega, ahora modernizadas con la ayuda de invernaderos que se han instalado al oeste del pueblo.

Para llegar a la población hay que cruzar el puente, aunque la zona deportiva y la plaza de toros están a este lado del río, no lejos de donde, una noche de verano de hace una pila de años, unos amigos y yo dormimos al frágil amparo de una tienda de campaña.