Oteando la
cola del enorme pantano de la Serena que se ve desde el puente de la carretera
de Peñalsordo, próximo a la abandonada estación de Belalcázar, el observador tendrá
frente a sí el territorio de tres comunidades autónomas: Andalucía, Castilla-La
Mancha y Extremadura. El contacto de las tres comunidades se hace sobre la
misma lámina de agua, cerca del puente del Melonar, con el que la vía férrea
que discurre entre Madrid y Badajoz, después de elevarse poco a poco sobre un
terraplén, salva un extremo de la superficie líquida, a la que por allí vuelcan
dos arroyos. Por debajo del puente pasaba antes una carretera, que ahora, con
el pantano en sus límites más altos, es una línea curva de unos doscientos
metros que discurre casi a ras del agua de ninguna parte a ninguna parte, y a
cuya vera crecen los matojos y se levantan dos eucaliptos, uno de ellos seco.
Según los
mapas, en las proximidades de la estación de Belalcázar confluyen tres
carreteras, que van de allí a Peñalsordo, a Santa Eufemia y a Belalcázar. Y, de
hecho, si le preguntas al Google Maps por la ruta entre Peñalsordo (Badajoz/Extremadura)
y cualquiera de las otras dos localidades (ambas de Los Pedroches/Córdoba/Andalucía),
te reconoce como mejor ruta la que pasa por este lugar, aunque la realidad es
que por allí no pasa ruta alguna para vehículos de tipo turismo, pues la
carretera de Peñalsordo está cortada, según advierte un cartel situado antes del
mencionado puente, y la de Santa Eufemia no es más que un larguísimo camino de
cabras.
Aunque hay
otro cartel situado al comienzo de la carretera de Belacázar que advierte del
mal estado de la vía, la única posibilidad de acercarse hasta este paraje con
un turismo es por esta carretera (CO-9403), que se toma en la A-422 en
dirección a Cabeza de Buey, como a cuatro kilómetros de Belalcázar. El firme es
pésimo y la distancia (16 km) considerable, pero el esfuerzo del coche y del
conductor merecen la pena, pues el sitio a que accederá es, sin duda, uno de
los más escondidos, de los más desiertos y de los más bonitos de España.
El mismo
trayecto de la CO-9403, especialmente desde el otoño a la primavera, es una
maravilla para la vista. En poco más de un mes he venido aquí dos veces, con
distintos acompañantes, y en ambas hemos comentado la costumbre de poner
eucaliptos a la puerta de los cortijos y de las antiguas casas de los peones
camineros, hemos conversado sobre lo virgen y despoblado del territorio, que al
principio del recorrido parece un páramo, y nos hemos bajado del coche para ver
correr los arroyos de cerca, o para observar los grupos de aves zancudas que
poblaban las riberas de los ríos, o para fotografiar el bien conservado
castillo de Madroñiz, que aunque se levanta más allá del Zújar sigue estando en
el término de El Viso, que curiosamente llega casi hasta las afueras de Cabeza
del Buey (Badajoz/Extremadura).
El paisaje es
especialmente hermoso tras la desembocadura del Guadamilla en el Zujar, pues la
carretera sigue pegada a la orilla derecha de este y a la izquierda, junto al
mencionado castillo, se divisan valles y lomas y las sierras de Cabras y del
Palanque. La estación de Belalcázar, que está poco después, es un pequeño
edificio de dos plantas ubicado al otro lado del ferrocarril y muy pocos metros
del cauce, que ahora se integra en el pantano de la Serena. Menos las vías, que
están perfectamente conservadas, todo en el pequeño valle de la estación es la
viva imagen del abandono.
Lo es la
estación misma, que tiene sus dos puertas tapiadas, aunque en una de ellas hay
un agujero que permite ver otro agujero mayor en la de enfrente, la que da al
río, por la que puede introducirse una persona. Lo es el monumental puente
sobre el Zújar, que es relativamente nuevo y no sirve para casi nada. Lo es la
carretera, que a partir de ahí está siendo engullida por la floresta. Y lo son
los nidos de algunas cigüeñas, que antes bullían de actividad junto a la
estación y ahora sólo crían matas.
Lo que ha
quedado apenas es una sombra de lo que debió de ser en tiempos este lugar,
cuando la estación estaba abierta y el tren era el único medio de transporte
con que contaban los lugareños para salir de esta esquina de todos los mapas y conectarse
con Madrid, es decir, con la civilización y con el mundo. Y es una sombra,
incluso, de lo que fue la estación cuando nosotros éramos chicos y los domingos
de verano se organizaban excursiones en autobús para que los habitantes de una
zona tan achicharrada como la nuestra pudieran bañarse en las aguas del Zújar.
Pero el
abandono, aparte de las emociones que provoca por sí mismo, es la causa de que
el lugar haya recobrado su pureza inicial, aunque de por medio estén obras tan
artificiales como el tendido de las vías, por las que muy de vez en cuando pasa
un tren llevando a unos cuantos viajeros alucinados por lo singular del
paisaje, el puente sobre el Zújar y el lejano dique de La Serena. La pureza, en
realidad, la dan el silencio y la quietud del despoblamiento humano, lo que
permite a la Naturaleza recobrar el terreno perdido rompiendo los tendidos
eléctricos y comiéndose las carreteras.
De la estación
de Belalcázar salen multitud de sendas interesantes. Una de ellas, la que lleva
a Santa Eufemia, está indicada en un cartel colocado junto a la vía que da
acceso a la estación y es, en realidad, la antigua CO-9027. Otra va hasta
Peñalsordo. Otra, hasta Cabeza del buey. Y otra, la que hemos seguido nosotros,
lleva hasta la localidad de Guadalmez (Ciudad Real/Castilla-La Mancha).
Ida y vuelta, 25 km |
Este recorrido
discurre prácticamente pegado a la vía del tren, con la excepción del primer
tramo (unos dos kilómetros), pues el camino asciende hasta media altura el pico
de los Tres Mojones, algo más allá del cual se juntan el Guadalmez y el Zújar,
en tanto que el ferrocarril lo rodea por el Norte. Al llegar a un paso a nivel,
el camino se bifurca en dos ramas iguales que discurren durante un buen
trayecto en paralelo a ambos lados de la vía. Nosotros optamos por el ramal
que, tras cruzar una reja canadiense medio hundida, atraviesa la vía y
caminamos por el lado norte, que es el más bajo y, supuestamente, el más húmedo
y más escurridizo, aunque también el más próximo a la cola del pantano de La
Serena que ocupa el cauce del río Guadalmez y buena parte del valle.
La localidad
de Guadalmez se ve enseguida a lo lejos, al pie de la peña del Cuervo, detrás
de una vega inundable surcada por distintas corrientes de agua en la que cuando
nosotros pasamos pastaba un rebaño de ovejas guardado por un perro con malas
pulgas. Un poco más adelante, el río ya no es pantano y vuelve a ser río, un
río poderoso que siempre ha dado vida a las famosas huertas de esta vega, ahora
modernizadas con la ayuda de invernaderos que se han instalado al oeste del
pueblo.
Para llegar a
la población hay que cruzar el puente, aunque la zona deportiva y la plaza de
toros están a este lado del río, no lejos de donde, una noche de verano de hace
una pila de años, unos amigos y yo dormimos al frágil amparo de una tienda
de campaña.