Cuando me preguntan sobre el particular, yo suelo decir que
soy republicano, pero estoy monárquico, como la inmensa mayoría de los
españoles. Es una afirmación que necesita una posterior aclaración, lo
entiendo. Por eso, cuando la doy, suelo añadir que no soy
“segundarrepublicano”, pues no me parece que el régimen de esa época sea un
modelo al que deba imitarse, sino republicano a secas, aunque por el momento
prefiero que sigan las cosas como están, ya que ni está comprobado que un
Presidente de la República al estilo de los políticos que tenemos ahora lo
hiciera mejor que este rey ni que las repúblicas en general sean más
democráticas que las monarquías, como lo prueba el hecho de que entre los diez
países con más desarrollo humano del mundo seis sean monárquicos, con Noruega y
Australia a la cabeza.
En Australia, por cierto, se celebró un referéndum en 1999,
y más del 54,7% de los votantes decidió rechazar la república, porque, entre
otras cosas, reconoció el papel de la soberana (la del Reino Unido) como nexo
de unión con la antigua metrópoli, con la que los ciudadanos de aquel inmenso
país se siguen sintiendo muy cercanos. Los australianos, como los noruegos o
los holandeses, por poner solo algunos ejemplos de ciudadanos sometidos a
regímenes monárquicos, parecen entender que es mejor no hacer experimentos con
las cosas de comer ni tratar de mejorar lo que viene funcionando con
regularidad. Son republicanos, seguramente, pero se encuentran cómodos en un
régimen monárquico y no sienten ninguna necesidad de cambiar. Como yo.
Entre el ser y el estar existen esas importantes
diferencias, que a mi modo de ver están íntimamente relacionadas con la cultura
democrática de la población. En política, cuando uno es y quiere estar a toda
costa como es, lo que quiere de verdad es que los demás estén como él quiere
estar. Y me explico: cuando uno es republicano y quiere a toda costa estar en una
república, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república, aunque
no sean republicanos. Es un tipo de maximalismo que se lleva mucho ahora. Por
citar otro ejemplo: Cuando uno es independentista pero no está en una república
independiente, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república
independiente, aunque no sean independentistas.
De algún modo, los que quieren que la situación de todos
coincida a toda costa con la idea que ellos tienen de cómo deben ser las cosas
son gente poco sutil y escasamente dada a empatizar con los otros, a los que
quieren liberar a toda costa, como si ellos fueran sacerdotes de la fe
verdadera y el resto de ciudadanos pecadores descarriados a los que hay que
salvar de cualquier manera, aunque sea a la fuerza.
Como los australianos, los españoles también fuimos a votar
en referéndum, hace ahora 40 años. La mayoría entendió entonces que era mejor ESTAR
en un régimen democrático y votó a favor de la Constitución que se propuso. Lo
hizo porque consideró que esa Constitución sería la casa común de la inmensa
mayoría. Casi todos renunciaron a lo que “eran” para “estar” dentro. Los que
eran republicanos quisieron estar en una monarquía. Los que eran franquistas
quisieron estar en una democracia. Los que eran centralistas quisieron estar en
un sistema de autonomías. Los que eran nacionalistas quisieron estar en un Estado
único. Los que eran confesionales quisieron estar en un Estado laico. Los que
eran laicos quisieron estar en un Estado con una mención especial a la Iglesia.
Y así sucesivamente. O lo quisieron o lo consintieron, que para el caso es lo
mismo, porque al consentir ellos también consentía el otro, y, sin dejar de ser
lo que eran, estaban embarcados en un proyecto común.
Ahora hay nacionalistas que repudian la Constitución de
1978 porque no consiente el derecho a la autodeterminación. Hay centralistas que
la repudian porque hay autonomías. Los republicanos, porque existe la
monarquía. Y así sucesivamente. De manera que muchos de los líderes de opinión
de ahora quieren que todos seamos como son ellos, que, en lugar de en un espacio
ancho donde todos quepamos con holgura, vivamos en su redil, constreñidos por
sus normas rigurosas y por sus estrechez de miras.
Ahora que tanto se habla de memoria histórica, convendría
no olvidar que hubo un tiempo con líderes de verdad, que le dieron al olvido (que
es tan natural como la memoria y tan necesario) esa función de limpieza que
tiene en las mentes y en las sociedades y, renunciando a muchos de sus
principios ideológicos, construyeron una casa grande para todos, una casa para
el futuro que ahora tiembla porque hay quien se empeña en hacer coincidir su
ser con su estar, esto es, en hacernos comulgar a todos con sus ruedas de
molino.
* Publicado en el semanario La Comarca.