viernes, 21 de diciembre de 2018

Ser y estar*


Cuando me preguntan sobre el particular, yo suelo decir que soy republicano, pero estoy monárquico, como la inmensa mayoría de los españoles. Es una afirmación que necesita una posterior aclaración, lo entiendo. Por eso, cuando la doy, suelo añadir que no soy “segundarrepublicano”, pues no me parece que el régimen de esa época sea un modelo al que deba imitarse, sino republicano a secas, aunque por el momento prefiero que sigan las cosas como están, ya que ni está comprobado que un Presidente de la República al estilo de los políticos que tenemos ahora lo hiciera mejor que este rey ni que las repúblicas en general sean más democráticas que las monarquías, como lo prueba el hecho de que entre los diez países con más desarrollo humano del mundo seis sean monárquicos, con Noruega y Australia a la cabeza.

En Australia, por cierto, se celebró un referéndum en 1999, y más del 54,7% de los votantes decidió rechazar la república, porque, entre otras cosas, reconoció el papel de la soberana (la del Reino Unido) como nexo de unión con la antigua metrópoli, con la que los ciudadanos de aquel inmenso país se siguen sintiendo muy cercanos. Los australianos, como los noruegos o los holandeses, por poner solo algunos ejemplos de ciudadanos sometidos a regímenes monárquicos, parecen entender que es mejor no hacer experimentos con las cosas de comer ni tratar de mejorar lo que viene funcionando con regularidad. Son republicanos, seguramente, pero se encuentran cómodos en un régimen monárquico y no sienten ninguna necesidad de cambiar. Como yo.

Entre el ser y el estar existen esas importantes diferencias, que a mi modo de ver están íntimamente relacionadas con la cultura democrática de la población. En política, cuando uno es y quiere estar a toda costa como es, lo que quiere de verdad es que los demás estén como él quiere estar. Y me explico: cuando uno es republicano y quiere a toda costa estar en una república, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república, aunque no sean republicanos. Es un tipo de maximalismo que se lleva mucho ahora. Por citar otro ejemplo: Cuando uno es independentista pero no está en una república independiente, lo que quiere de verdad es que todos estén en una república independiente, aunque no sean independentistas.


De algún modo, los que quieren que la situación de todos coincida a toda costa con la idea que ellos tienen de cómo deben ser las cosas son gente poco sutil y escasamente dada a empatizar con los otros, a los que quieren liberar a toda costa, como si ellos fueran sacerdotes de la fe verdadera y el resto de ciudadanos pecadores descarriados a los que hay que salvar de cualquier manera, aunque sea a la fuerza.

Como los australianos, los españoles también fuimos a votar en referéndum, hace ahora 40 años. La mayoría entendió entonces que era mejor ESTAR en un régimen democrático y votó a favor de la Constitución que se propuso. Lo hizo porque consideró que esa Constitución sería la casa común de la inmensa mayoría. Casi todos renunciaron a lo que “eran” para “estar” dentro. Los que eran republicanos quisieron estar en una monarquía. Los que eran franquistas quisieron estar en una democracia. Los que eran centralistas quisieron estar en un sistema de autonomías. Los que eran nacionalistas quisieron estar en un Estado único. Los que eran confesionales quisieron estar en un Estado laico. Los que eran laicos quisieron estar en un Estado con una mención especial a la Iglesia. Y así sucesivamente. O lo quisieron o lo consintieron, que para el caso es lo mismo, porque al consentir ellos también consentía el otro, y, sin dejar de ser lo que eran, estaban embarcados en un proyecto común.

Ahora hay nacionalistas que repudian la Constitución de 1978 porque no consiente el derecho a la autodeterminación. Hay centralistas que la repudian porque hay autonomías. Los republicanos, porque existe la monarquía. Y así sucesivamente. De manera que muchos de los líderes de opinión de ahora quieren que todos seamos como son ellos, que, en lugar de en un espacio ancho donde todos quepamos con holgura, vivamos en su redil, constreñidos por sus normas rigurosas y por sus estrechez de miras.

Ahora que tanto se habla de memoria histórica, convendría no olvidar que hubo un tiempo con líderes de verdad, que le dieron al olvido (que es tan natural como la memoria y tan necesario) esa función de limpieza que tiene en las mentes y en las sociedades y, renunciando a muchos de sus principios ideológicos, construyeron una casa grande para todos, una casa para el futuro que ahora tiembla porque hay quien se empeña en hacer coincidir su ser con su estar, esto es, en hacernos comulgar a todos con sus ruedas de molino.

* Publicado en el semanario La Comarca.