Hay
dos motivos para hacer un camino: porque se quiere ir a algún sitio o por el
gusto de andar. Yo soy de estos últimos: yo no tengo en la mente un destino, yo
no quiero ver más territorios que los que descubra cuando pase por ellos.
Hay dos motivos por los que se
escribe: porque tienes algo que contar y porque quieres contar algo. No es lo
mismo. Si tienes algo que contar, lo primero es ese algo interior, o esa
historia que te ronda, y, luego, la escritura. Si quieres contar algo, en
cambio, lo primero es el ejercicio de narrar, aunque no tengas sobre qué, y
narrar luego sobre lo que te encuentres. Yo soy de estos últimos.
Cuando quieres contar algo
aunque no tengas nada que contar, como me pasa a mí, simplemente quieres
escribir, ahondando, inventando, imaginando, como el que anda por el gusto de
andar y disfruta con lo que le sale al paso.
A veces me cuesta hacer entender
que yo me siento a escribir y escribo, a la misma hora, casi todos los días, me
encuentre bien o mal. La gente tiende a pensar que a los escritores les ronda
la necesidad de lo que cuentan. Será así en algunos casos, pero no en otros. En
el mío, no: a mí me ronda la necesidad de contar.
Mi necesidad de escribir no es
muy distinta de la del niño que quiere oír un cuento poco antes de dormirse de
labios de su madre, un cuento que la madre inventa cada día sobre la marcha,
continuando donde lo dejó la noche anterior.
De hecho, yo escribo como esa
madre, sin guion, hasta que apago el ordenador y me voy. Como ahora, por
ejemplo.