Todo arte, y la
poesía lo es, nos muestra la visión que el artista tiene de sí mismo, de su
familia, de su ciudad, de su reino y de su mundo. El artista es consciente del
mundo, lo observa, lo siente sin entenderlo del todo, haciéndose preguntas que
muchas veces no tienen respuesta, y nos muestra las emociones y los
sentimientos que le provocan en forma de pintura, de escultura, de danza, de
música o de poesía. El artista empatiza con el mundo, especialmente con los aspectos
más sensibles del mundo, y nos lo muestra bajo el filtro de su mirada y con los
medios de que dispone su talento. Mirad este cuadro, esto es lo que he visto.
Oíd esta música, esto es lo que he oído. Sentid esta poesía, esto es lo que he
sentido.
Cuando miramos
un cuadro o una escultura, cuando escuchamos una música o cuando leemos un
poema podemos o no sentir las mismas emociones que el artista. Si el cuadro es
bueno, se empatiza fácilmente con el artista, se siente con facilidad lo mismo
que debió de sentir él cuando lo pintaba. Igual que si la escultura es buena, o
la danza es buena, o es buena la música o el poema.
El arte es eso:
empatía del artista con el mundo y empatía del público con el artista, para que
al final sea empatía del público con el mundo, esto es, empatía del público con
el mundo a través del artista.
Si el artista siente pero no es capaz
de transmitir el sentimiento, no es un artista. Es, probablemente, uno
cualquiera de nosotros, que sentimos, pero no somos capaces de transmitir, que
no somos capaces de hacer que los otros sientan lo que sentimos nosotros, que
no somos capaces de hacer que los otros empaticen con el mundo a través de
nuestra obra.
El arte es, fundamentalmente, emoción
y sentimiento en el observador del objeto artístico. Un cuadro realizado con
una técnica exquisita es un cuadro más si no emociona, es un producto
artesanal, tal vez un buen producto artesanal, tal vez la obra de un gran artesano,
pero no la obra de un artista. Y lo mismo pasa con las demás ramas del arte,
especialmente con la poesía.
El alma de las
personas especialmente sensibles se llena y se hiere como todas las almas, pero
lo hace con unos matices que a los demás les están vedados. No todas las almas,
cuando conocen el sufrimiento ajeno, lo sufren como propio y reciben una
sacudida emocional, no todas se preguntan por qué existe ese sufrimiento, no
todas se quedan embarradas ante la contemplación del crepúsculo o ante la visión
de una noche estrellada, no todas se preguntan por el sentido de la belleza, por
los límites del espacio y del tiempo, no
todas sienten de la misma manera esa emoción constante que es ver crecer a los
hijos ni no todas se cuestionan por qué venimos a este mundo en la soledad de
un día cualquiera y nos vamos desnudos, como vinimos, también en la soledad de
un día de tantos.
La noticia, sin embargo, el punto al
que quería llegar desde el principio, es que Manuel Ángel transmite lo que abriga
en su interior y nos lo hace sentir. Nos transmite lo que ha sentido de sí
mismo, de su familia y del mundo y, de eso modo, lo percibimos nosotros con él,
esto es, empatizamos con él y, al hacerlo, conectamos con nosotros mismos y con
el mundo.
Puede hacerlo porque es un lector
infatigable y ha visto como lo hacen los otros, y ha aprendido de ellos.
Puedo hacerlo porque domina la
técnica, porque es hábil en el manejo de las imágenes y las metáforas, porque
conoce el arte de tejer ideas y el arte de tejer palabras.
La noche, la luz, la escarcha, la
penumbra, el viento, el tiempo, el mar, la luna, la memoria de las cosas y el
olvido, los caminos, el rojo de la tarde, los pájaros heridos, los cauces de
los ríos etéreos, el espíritu de los vencidos, la orilla opaca y desdibujada
del sueño, los torbellinos de versos, los corazones breves, las lágrimas de la
tierra, las ciudades en ruinas, el humo de las batallas, los mantos invisibles,
las bocas dormidas, los sabores de la infancia, los laberintos de la realidad,
los bosques interiores, la mirada de los hijos, los ojos de la amada y esa
nostalgia que cubre de sombras el reloj de las palabras son, entre otros muchas,
evidencias sensibles que Manuel Ángel Gutiérrez Solís maneja con una maestría admirable para
hacernos ver cómo es su mundo, un mundo con el que nos notamos enormemente
cercanos, porque enseguida apreciamos como nuestro.