viernes, 25 de enero de 2019

Presentación de "No es de papel el silencio de mi verso" (fragmento)


         Todo arte, y la poesía lo es, nos muestra la visión que el artista tiene de sí mismo, de su familia, de su ciudad, de su reino y de su mundo. El artista es consciente del mundo, lo observa, lo siente sin entenderlo del todo, haciéndose preguntas que muchas veces no tienen respuesta, y nos muestra las emociones y los sentimientos que le provocan en forma de pintura, de escultura, de danza, de música o de poesía. El artista empatiza con el mundo, especialmente con los aspectos más sensibles del mundo, y nos lo muestra bajo el filtro de su mirada y con los medios de que dispone su talento. Mirad este cuadro, esto es lo que he visto. Oíd esta música, esto es lo que he oído. Sentid esta poesía, esto es lo que he sentido.

         Cuando miramos un cuadro o una escultura, cuando escuchamos una música o cuando leemos un poema podemos o no sentir las mismas emociones que el artista. Si el cuadro es bueno, se empatiza fácilmente con el artista, se siente con facilidad lo mismo que debió de sentir él cuando lo pintaba. Igual que si la escultura es buena, o la danza es buena, o es buena la música o el poema.

         El arte es eso: empatía del artista con el mundo y empatía del público con el artista, para que al final sea empatía del público con el mundo, esto es, empatía del público con el mundo a través del artista.

Si el artista siente pero no es capaz de transmitir el sentimiento, no es un artista. Es, probablemente, uno cualquiera de nosotros, que sentimos, pero no somos capaces de transmitir, que no somos capaces de hacer que los otros sientan lo que sentimos nosotros, que no somos capaces de hacer que los otros empaticen con el mundo a través de nuestra obra.

El arte es, fundamentalmente, emoción y sentimiento en el observador del objeto artístico. Un cuadro realizado con una técnica exquisita es un cuadro más si no emociona, es un producto artesanal, tal vez un buen producto artesanal, tal vez la obra de un gran artesano, pero no la obra de un artista. Y lo mismo pasa con las demás ramas del arte, especialmente con la poesía.


         El alma de las personas especialmente sensibles se llena y se hiere como todas las almas, pero lo hace con unos matices que a los demás les están vedados. No todas las almas, cuando conocen el sufrimiento ajeno, lo sufren como propio y reciben una sacudida emocional, no todas se preguntan por qué existe ese sufrimiento, no todas se quedan embarradas ante la contemplación del crepúsculo o ante la visión de una noche estrellada, no todas se preguntan por el sentido de la belleza, por los límites del espacio y del  tiempo, no todas sienten de la misma manera esa emoción constante que es ver crecer a los hijos ni no todas se cuestionan por qué venimos a este mundo en la soledad de un día cualquiera y nos vamos desnudos, como vinimos, también en la soledad de un día de tantos.

La noticia, sin embargo, el punto al que quería llegar desde el principio, es que Manuel Ángel transmite lo que abriga en su interior y nos lo hace sentir. Nos transmite lo que ha sentido de sí mismo, de su familia y del mundo y, de eso modo, lo percibimos nosotros con él, esto es, empatizamos con él y, al hacerlo, conectamos con nosotros mismos y con el mundo.

Puede hacerlo porque es un lector infatigable y ha visto como lo hacen los otros, y ha aprendido de ellos.

Puedo hacerlo porque domina la técnica, porque es hábil en el manejo de las imágenes y las metáforas, porque conoce el arte de tejer ideas y el arte de tejer palabras.

La noche, la luz, la escarcha, la penumbra, el viento, el tiempo, el mar, la luna, la memoria de las cosas y el olvido, los caminos, el rojo de la tarde, los pájaros heridos, los cauces de los ríos etéreos, el espíritu de los vencidos, la orilla opaca y desdibujada del sueño, los torbellinos de versos, los corazones breves, las lágrimas de la tierra, las ciudades en ruinas, el humo de las batallas, los mantos invisibles, las bocas dormidas, los sabores de la infancia, los laberintos de la realidad, los bosques interiores, la mirada de los hijos, los ojos de la amada y esa nostalgia que cubre de sombras el reloj de las palabras son, entre otros muchas, evidencias sensibles que Manuel Ángel Gutiérrez Solís maneja con una maestría admirable para hacernos ver cómo es su mundo, un mundo con el que nos notamos enormemente cercanos, porque enseguida apreciamos como nuestro.