Hace tiempo vi desde la terraza interior
de un bar de una ciudad española lo que parecía un balcón-váter. El otro día,
en cambio, vi en una terraza exterior de un piso que daba a un paseo marítimo
un váter, como un elemento más de una abigarrada colección de trastos
almacenados a la vista de la gente.
Más allá de que las dos incluyen a un váter, no parece que exista otro motivo para asociar ambas
imágenes. El caso, sin embargo, es que esa asociación me ha llevado a pensar en
que tan necesario es el ámbito de lo privado (representado en el balcón-váter) como
el respeto que desde lo privado debe guardarse hacia lo público (representado
por el derecho de los ciudadanos a pasear por la vía pública sin el impacto
visual de, entre otros bártulos, la taza de un retrete).
Arriba, el balcón-váter |
Esa contradicción entre los
derechos privados y los públicos no parece tan difícil de observar. Otras, en
cambio, son mucho más sutiles, pero también bastante más trascendentales. Cuando se
dice, por ejemplo, que los trapos sucios deben lavarse en casa, no se distingue
si los trapos sucios son de un particular o de una institución, de una familia
o de un partido político, no se distingue, en fin, si esos trapos sucios
afectan o no afectan a los derechos de unos terceros.
Cuando una familia lava sus trapos sucios, debe hacerlo de puertas adentro, pues lo contrario sería extender sus problemas entre la gente. Cuando una institución quiere lavar los suyos, en cambio, debe hacerlo de manera pública, si públicos son los bienes afectados o el perjudicado es una persona ajena. De lo contrario, no se restituye el equilibrio que se ha roto y el desenlace fallido acaba corrompiendo a la institución.
Cuando una familia lava sus trapos sucios, debe hacerlo de puertas adentro, pues lo contrario sería extender sus problemas entre la gente. Cuando una institución quiere lavar los suyos, en cambio, debe hacerlo de manera pública, si públicos son los bienes afectados o el perjudicado es una persona ajena. De lo contrario, no se restituye el equilibrio que se ha roto y el desenlace fallido acaba corrompiendo a la institución.
Los que hayan visto la película Spotlight (En primera plana) o lean últimamente la prensa española sabrán de lo que estoy hablando.
Entre los enseres a la vista, la taza del retrete |