Cuando
se quiere dominar un área, lo importante es tener cogida la posición. Los que
hemos jugado a baloncesto lo sabemos muy bien, especialmente los que lo
hacíamos de pívot. Una vez tomada la mejor posición junto a la canasta, es más
fácil coger los rebotes y tienes más posibilidades de no fallar en el tiro.
Tomar la mejor posición es esencial en todos los deportes de contacto y lo es en
los juegos en los que se van comiendo piezas, como en el ajedrez, en el que para
ganar resulta fundamental dominar el centro del tablero.
Ganar la posición es
imprescindible en la guerra y también lo es en la política. Los partidos toman
la posición en varias líneas ideológicas que van de un extremo a otro, por el
que se mueven los electores. Se posicionan, por ejemplo, siendo de izquierdas o
de derechas, y también siendo independentistas, autonomistas o centralistas.
Cuando se posicionan, los partidos recogen los votos de los electores que se
sitúan en su esfera ideológica. Un partido político bien posicionado tiende a
coger muchos votos, incluso aunque lo haga mal, en tanto que un partido perdido
en el terreno de juego ideológico tiende a recoger pocos votos, aunque lo haga
bien.
Los partidos pretenden ocupar la
mayor posición posible, a fin de recoger votos de electores de una ideología
menos afín. En ese afán por ensanchar el espacio, algunos partidos abandonan buena
parte de su esencia, tanta que en ocasiones se muestran irreconocibles, con lo
que se devalúan y pierden los votos de sus electores más fieles. En otras, los
partidos se mueven considerablemente hacia un lado, abandonando el espacio que
antes ocupaban, con lo que se llevan con ellos a buena parte de los electores,
pero dejan sin opción política a muchos ciudadanos ubicados en esa parte del espectro.
Convergencia Democrática de
Cataluña, por ejemplo, que ocupaba un espacio enorme en el centro de la línea
que separa a los partidos entre independentistas y centralistas, se dirigió
hacia el independentismo, llevándose consigo a muchos electores, que acabaron
no votándolo a él, sino a un partido ubicado allí desde siempre, como Ezquerra,
en tanto que dejó sin representación a los electores que se mantuvieron en su
sitio. El resultado fue la pérdida gradual de votos propios, el incremento de
votos de Ezquerra y el desconcierto del electorado que se quedó en el centro.
Ahora que se pretende formar el
Gobierno de España, los partidos están tomando decisiones buscando más la mejor
posición de cara a unas futuras elecciones que pretendiendo el interés público.
Podemos sabe que ocupa mucho espacio a la izquierda, que ocupará más con la
inevitable llegada de Izquierda Unida y que a poco que se modere podría ocupar
por su derecha buena parte del espacio del PSOE. El PP sabe que ocupa toda la
derecha, donde no compite con nadie, y que podría recoger muchos votos de electores
de Ciudadanos temerosos de que gobierne Podemos. La mayor parte de los votantes
están en las inmediaciones del centro, de donde recogen votos todos los
partidos pero, esencialmente, PSOE y Ciudadanos. En una situación tan tensa
como la actual, sin embargo, también los votantes tienden a tensionarse y buscan
soluciones más polarizadas, tanto en la izquierda como en la derecha, donde
tienen ocupada su posición Podemos y el PP.
La tensión genera sufrimiento
social y perjudica al interés general, pero favorece a los intereses
electorales de quienes se encuentran tirando desde las posiciones más extremas
de la cuerda. No es de extrañar, pues, que quienes ocupan normalmente ese lugar
estén utilizando toda su capacidad de influencia sobre el electorado para
añadir tensión a la tensión.
También la tensión forma parte
del juego de envite en el que desgraciadamente se ha convertido el panorama
político español. Nuestros representantes no solo parecen incapaces de llegar a
un pacto global sobre nuestros intereses comunes, sino que les cuesta ponerse
de acuerdo sobre algo tan simple como el momento o el lugar donde reunirse. Mientras
tanto, nosotros asistimos a sus movimientos como si nuestros votos solo fueran
unas cartas que se pueden mostrar o guardar en la manga con el único afán de
hacer errar al contrario y que volverían a repartirse en unas nuevas elecciones.
Como no se trata tanto de
encontrar mayorías para legislar como de elegir de entre ellos a uno que sea
Presidente del Gobierno, todo este postureo inútil se evitaría si, como sucede
en otros países, al líder del poder ejecutivo se lo eligiera directamente por
el pueblo, preferiblemente a doble vuelta. Si ellos no son capaces de encontrar
una solución deberían reconocer su incompetencia y dejar que decidiéramos
nosotros. Tal vez entonces quedaría cada uno en la posición que se merece.
* Publicado en el semanario La Comarca