En España, concluido el juicio
oral, el jurado se aísla en un hotel hasta que haya emitido el veredicto, sin televisión,
sin teléfono, sin periódicos y sin internet, con los pasillos custodiados por
la policía y sin más contacto con el exterior que el que les ofrece el secretario
del juzgado. Ningún miembro del jurado puede abstenerse.
En el cónclave, los cardenales
electores se recluyen en el Vaticano bajo llave, sin que les esté
permitido contacto alguno con el exterior hasta que hayan elegido a un nuevo
papa.
Me he acordado de esos dos
ejemplos durante el pasado fin de semana, que la nieve nos ha tenido aislados
durante unas cuantas horas en un hotel cerca de Bogarra, en Albacete. Y me he
acordado de un tercero, aunque bien es cierto que en este caso solo era una
figuración:
He imaginado que los
diputados españoles, que deben elegir a un Presidente del Gobierno, se
encerraban en el edificio del Congreso sin periodistas, sin móviles, sin
internet, sin periódicos ni otro contacto con el exterior, y que no salían de
allí hasta que hubieran elegido a un Presidente del Gobierno para los
próximos cuatro años.
Como también he imaginado que
los políticos no serían capaces de prescindir de las ruedas de prensa, ni de
los discursos públicos, ni de las radios, ni de las televisiones, ni de las
redes sociales y que, en fin, serían incapaces de encerrarse para elegir sin
público a alguien que nos gobernara, porque no va con su ADN, he imaginado que la
nieve los dejaba encerrados en el edificio del Congreso, y que no se iba hasta
que hubieran elegido a un Presidente del gobierno.
Lo mejor es que esa nieve fuera una ley. (¿No hay una ley
parecida para los miembros del jurado popular, que son menos importantes, una
ley que han aprobado ellos?). Pero si no hay ley, esa nieve debería ser el completo
desprecio de la gente.