El
mérito influye en el destino de los seres humanos, y mucho. Para llegar lejos y
mantenerse en ese sitio, hay que ser bueno, porque ya se sabe que nadie puede
estar engañando a todos indefinidamente. Pero también hay que tener suerte. Los
trenes que llevan al éxito pasan muy pocas veces y algunas personas tienen la
fortuna de cogerlos, pero la mayoría no, porque llegan tarde, porque no saben anticiparse al destino o, simplemente, porque viven muy lejos de una estación.
Debe
de haber muchos jugadores de primera división jugando en equipos de tercera porque
no los ha visto un ojeador. Debe de haber olvidados en un cajón muchos libros
mejores que los que ganan grandes premios. Debe de haber amas de casas haciendo
platos que merecerían varias estrellas Michelin. Debe de haber administrativos
que saben más que los gerentes y lideran mejor. Debe de haber muchos conjuntos
de música esperando, como hicieron The Beatles, la llegada de un Samuel Epstein. Y
debe de haber verdaderos líderes sociales y políticos que nunca han ganado unas
elecciones.
Si la vida fuera mucho más larga, habría más posibilidades
de que el mérito fuera más justo, pero la vida dura un suspiro y la mayoría de
lo que tenía que pasar no pasa. Las napolitanas que hace Eutimio Romero, por
ejemplo, están entre las mejores del mundo, son una exquisitez que todo individuo
debería probar recién hechas al menos una vez en la vida, por muchos que fueran
sus pecados. Si la justicia gastronómica fuese como la divina e imperara para
todos y para todo, las napolitanas de Eutimio vendrían en los libros y saldrían
en la televisión. Pero Eutimio trabajada lejos de una estación de la fama, en
Torrecampo, y sus napolitanas (como las tortas de Emilia, que también tiene el
horno en Torrecampo) no alcanzan el eco que por su primoroso sabor merecerían.
Como muy probablemente los
trenes de la gloria sigan sin pasar por Torrecampo, quede constancia aquí de esa injusticia, por si alguien tiene el buen tino de remediarla.