martes, 5 de mayo de 2015

Tiempo y representación*

            No es infrecuente oír a los gobernantes hablar del mucho tiempo que le dedican al ejercicio de la función pública. Sin embargo, si repasamos lo que habitualmente se entiende por esa labor y, en consecuencia, si nos detenemos a rastrear las ocupaciones con que llenan su tiempo, descubriremos las horas y horas que emplean en actos ajenos a la concreta gestión de la cosa pública, en actividades que tienen más que ver con la representación. Muchas de estas actividades son organizadas por el propio ente público o por otro ente público que lo invita, y a ellas acude el gobernante atribuido, supuestamente, de la potestad de representación de la entidad, lo que en los regímenes democráticos es tanto como decir que asiste representando a todo el pueblo. No es una actividad ajena a la polémica, pues en algunas ocasiones se confunde la representación del pueblo con la actividad partidista o con la representación de una parte del pueblo. Por ejemplo, a la luz de lo que en materia de libertad religiosa expresa nuestra Constitución, es evidente que el Alcalde representa más al pueblo cuando entrega una distinción a la patrona de la localidad que cuando, ejerciendo de alcalde pero por su espontánea voluntad, va detrás de una imagen religiosa cualquiera.

            Actos representativos hay muchos y de muy diferente cariz. Por supuesto, los hay relacionados con las infraestructuras, cuya primera piedra puede colocarse a la vista de las cámaras de televisión y cuya inauguración debería ser una fiesta ciudadana y es, normalmente, una convención de fotógrafos citados por el político inaugurador. Y los hay relacionados con multitud de ocupaciones culturales, deportivas, sociales, lúdicas, etcétera, dadas las numerosas actividades de todo tipo que generan las Administraciones Públicas. No hay más que echar un vistazo a los medios de comunicación para reparar en la cantidad ingente de actos de todas clases que organizan en una zona concreta el conjunto de las Administraciones, a muchas de las cuales asiste el gobernante y, en consecuencia, en las que emplea un tiempo que no puede estimarse como de gestión.

            Pero es que, además, no es infrecuente que asista con función representativa a los actos organizados por la sociedad civil, que también son muchos, muchísimos, y casi todos cuentan con algún tipo de ayuda de la Administración, especialmente de la Municipal.

            Que la sociedad está cada vez más ocupada por los políticos es un hecho, pero esa realidad tiene enjundia suficiente como para merecer un artículo aparte. Lo que viene al caso ahora es apuntar que gran parte del tiempo de nuestros gobernantes se emplea en la asistencia a actos organizados por la sociedad a través de las asociaciones privadas que la vertebran, cuyos dirigentes se sienten orgullosos si cuentan en la mesa presidencial con el político de turno o, al menos, si cuentan con los políticos de turno ocupando las primeras butacas del local.

            Como se ha extendido la idea de que solo ha triunfado lo que ha sido multitudinario, tanto en la asistencia como en la repercusión, a los actos debe asistir mucha gente (las cifras de asistencia que se anuncian son, algunas veces, verdaderamente cómicas), se deben alargar todo lo que se puedan y se les tiene que dar la máxima difusión. De esta forma, la propia sociedad ya no se conforma con celebrar el acto, sino que además el acto se pregona y se presenta, cuando no se presenta el cartel anunciador. Ello ha supuesto una hiperinflación de acontecimientos sociales que se tienen por otra cosa (por culturales o deportivos, por ejemplo), totalmente prescindibles, a los que frecuentemente asiste el gobernante revestido, teóricamente, de su potestad de representación.

            Si para un político es difícil separar lo particular (partidista) de lo general (público), no debería serlo tanto para los dirigentes de las asociaciones, a no ser que crean que les deben algo al político o que pueden sacar algo de él, lo que a fin de cuentas acabará siendo lo mismo. Lo ideal, por tanto, es que, salvo excepciones, los actos de la sociedad sean de la sociedad, solo de la sociedad, que estén presididos por los dirigentes de la sociedad y que a ellos asistan los políticos a título particular, no haciendo uso de su potestad representativa. Como regla general, el tiempo que los gobernantes le dedican a la representación, especialmente cuando actúan en actos de la sociedad civil, estaría mejor aprovechado si se lo dedicaran a su familia y a sus amigos.


* Publicado en el semanario La Comarca