martes, 19 de mayo de 2015

La sementera de un pobre

                Tiene la barba como la sementera de un pobre, se decía cuando yo era chico de las barbas ralas de los adolescentes. Paseando el domingo pasando con los amigos, me acordé de aquella expresión que no oía desde hacía mucho tiempo. Andábamos entre campos de cereales, por unos parajes no muy alejados de los que cultivó mi familia materna, de los que por aquí se conocen como de serrezuela, con un tomo de tierra tan escaso que un tío mío decía que se secaban con la luna.


                No el calor de la luna, sino el de un sol de justicia hemos tenido durante la semana pasada, y los campos se han secado de golpe, en unos pocos días. Como ocurre siempre, los campos de los ricos se han secado con más grano que los campos de los pobres. Antes, las consecuencias de tener una tierra buena o una tierra mala eran muy distintas de las consecuencias que hay ahora. Si tenías una tierra mala y el año venía bueno tenías para vivir más o menos dignamente e ir tirando. Si tenías una tierra mala y el año venía malo, podías aguantar a base de fatigas, sin médico ni medicinas, comiendo lo imprescindible y poniéndole remiendos a la ropa.


                Pero peor aún lo tenían los que no poseían tierra, ni buena ni mala, si el año venía malo. Esos debían atravesar el tiempo de escasez con la misma determinación que se franquea un océano de arena, y salían de él enjutos y desesperados, si salían.


Conviene que no se nos olviden las miserias del pasado para saber de dónde venimos y valorar lo que tenemos. Lo digo porque con tanto mirar atrás para ensalzar a los pastores, a los esquiladores, a los aceituneros, a los segadores y a otros oficios antiguos y, con ellos, a las tradiciones y a lo ancestral, podemos sentir la tentación de añorar el pasado. Y en nuestro pasado están los piojos, el analfabetismo, la resignación, la injusticia, la suciedad, la oscuridad, la enfermedad, el hambre y el miedo. No en el pasado del año la nana y de unos pocos, sino en el pasado reciente y de la mayoría.


Tener asistencia médica gratis, una escuela pública y una pensión de jubilación pueden parecer ahora lo más natural del mundo, pero son conquistas de hace bien poco tiempo. No se nos debe olvidar esto porque se han conseguido a fuerza de sacrificios de nuestros antepasados y a fuerza de sacrificios nuestros se mantienen. Bueno, a fuerza de sacrificios nuestros y de deuda pública. Es decir, que buena parte de nuestro bienestar de hoy lo heredamos de nuestros padres y otra buena parte tendrán que pagarlo nuestros hijos.


Como la juventud es la mejor época de la vida, tendemos a añorarla, y con ella a añorar todo lo que la rodeó. No en vano, decimos “¡qué tiempos aquellos!”, con nostalgia, cuando deberíamos decir “¡qué juventud aquella!”. Del pasado, sin embargo, no es oro todo lo que reluce y, además, no se puede cambiar. No seré yo el que reniegue de quienes nos precedieron ni de sus sacrificio, pero creo que el mejor homenaje que podemos hacerle a ellos es trabajar por el futuro, que sí se puede cambiar, para lo que quizá no se dispongan tanto medios ni se tengan tantas fuerzas. Recordarlos, sí, pero en su contexto, que no se nos olvide el contexto. No vaya a ser que con tanta fiesta, tanto museo y tanto día conmemorativo se nos olvide lo esencial.


Sobre el paseo que dimos por el sur de Alcaracejos, dejó el plano del recorrido y advierto que el tramo en que la ruta va a la vera del río Cuzna tiene alguna dificultad, por lo alto de la hierba, que cuando esté seca debe de ser un obstáculo considerable, además de ser un nido de culebras.