Tiene
la barba como la sementera de un pobre, se decía cuando yo era chico de las
barbas ralas de los adolescentes. Paseando el domingo pasando con los amigos,
me acordé de aquella expresión que no oía desde hacía mucho tiempo. Andábamos
entre campos de cereales, por unos parajes no muy alejados de los que cultivó
mi familia materna, de los que por aquí se conocen como de serrezuela, con un
tomo de tierra tan escaso que un tío mío decía que se secaban con la luna.
No
el calor de la luna, sino el de un sol de justicia hemos tenido durante la
semana pasada, y los campos se han secado de golpe, en unos pocos días. Como ocurre
siempre, los campos de los ricos se han secado con más grano que los campos de
los pobres. Antes, las consecuencias de tener una tierra buena o una tierra mala
eran muy distintas de las consecuencias que hay ahora. Si tenías una tierra
mala y el año venía bueno tenías para vivir más o menos dignamente e ir
tirando. Si tenías una tierra mala y el año venía malo, podías aguantar a base
de fatigas, sin médico ni medicinas, comiendo lo imprescindible y poniéndole
remiendos a la ropa.
Pero
peor aún lo tenían los que no poseían tierra, ni buena ni mala, si el año venía
malo. Esos debían atravesar el tiempo de escasez con la misma determinación que
se franquea un océano de arena, y salían de él enjutos y desesperados, si
salían.
Conviene que
no se nos olviden las miserias del pasado para saber de dónde venimos y valorar
lo que tenemos. Lo digo porque con tanto mirar atrás para ensalzar a los
pastores, a los esquiladores, a los aceituneros, a los segadores y a otros
oficios antiguos y, con ellos, a las tradiciones y a lo ancestral, podemos
sentir la tentación de añorar el pasado. Y en nuestro pasado están los piojos,
el analfabetismo, la resignación, la injusticia, la suciedad, la oscuridad, la
enfermedad, el hambre y el miedo. No en el pasado del año la nana y de unos pocos,
sino en el pasado reciente y de la mayoría.
Tener asistencia
médica gratis, una escuela pública y una pensión de jubilación pueden parecer
ahora lo más natural del mundo, pero son conquistas de hace bien poco tiempo. No
se nos debe olvidar esto porque se han conseguido a fuerza de sacrificios de
nuestros antepasados y a fuerza de sacrificios nuestros se mantienen. Bueno, a
fuerza de sacrificios nuestros y de deuda pública. Es decir, que buena parte de
nuestro bienestar de hoy lo heredamos de nuestros padres y otra buena parte tendrán
que pagarlo nuestros hijos.
Como la
juventud es la mejor época de la vida, tendemos a añorarla, y con ella a añorar
todo lo que la rodeó. No en vano, decimos “¡qué tiempos aquellos!”, con
nostalgia, cuando deberíamos decir “¡qué juventud aquella!”. Del pasado, sin embargo, no es
oro todo lo que reluce y, además, no se puede cambiar. No seré yo el que
reniegue de quienes nos precedieron ni de sus sacrificio, pero creo que el
mejor homenaje que podemos hacerle a ellos es trabajar por el futuro, que sí se
puede cambiar, para lo que quizá no se dispongan tanto medios ni se tengan
tantas fuerzas. Recordarlos, sí, pero en su contexto, que no se nos olvide el
contexto. No vaya a ser que con tanta fiesta, tanto museo y tanto día conmemorativo
se nos olvide lo esencial.
Sobre el
paseo que dimos por el sur de Alcaracejos, dejó el plano del recorrido y advierto que el tramo en que la ruta va a
la vera del río Cuzna tiene alguna dificultad, por lo alto de la hierba, que
cuando esté seca debe de ser un obstáculo considerable, además de ser un nido
de culebras.