jueves, 7 de mayo de 2015

Un buen acuerdo

               Entre Vélez Málaga y Torre del Mar se construyó hace algunos años una línea de tranvía que estuvo en servicio hasta el año 2012, y las vías se ven ahora junto al paseo que une a ambas localidades, como un símbolo de lo que ocurre cuando se empieza el rábano por las hojas, igual que lo son las inútiles vías del servicio tranviario de Jaén. Para ser justos, sin embargo, hay que citar también el gran acierto del paseo mismo, que discurre a ambos lados de la carretera bajo el amparo de dos líneas de árboles en cada margen.


                Los turistas de Torre del Mar, que son caminadores por naturaleza aunque tengan hábitos sedentarios el resto del año, harían bien en hacer el camino que va desde esa pedanía costera hasta Vélez Málaga, el núcleo matriz, especialmente en estos días de primavera. Son unos cuatro kilómetros, no más, que, salvo algunos tramos más expuestos a la furia de sol, se recorren con soltura, y el premio, aparte del caminar mismo, es gozar de esta bonita ciudad, cuyo centro está declarado monumento histórico-artístico.



                En Vélez Málaga, los turistas más valientes (o los que hayan ido en coche) pueden subir por una empinada pero cómoda cuesta hasta el cerro de San Cristóbal, que es uno de los dos que emergen en el casco urbano, visitar la ermita de la Virgen de los Remedios y disfrutar con el paisaje. Desde el completo mirador que es la llana cima del cerro, se ve el pueblo a los pies, pero también las altas cumbres de la sierra de la Almijara y, antes de ella, los montes que forman la Axarquía, que en los últimos años se han poblado de chalets, la mayoría de ellos de dudosa legalidad o, directamente, ilegales. También se ve, hacia el Sur, el mar, y hacia el Noroeste, el cerro con las ruinas de la alcazaba, entre los que sobresalen los restos de la torre del homenaje.


                Entre el cerro de San Cristobal y el de la alcazaba no hay mucha distancia, así que al turista que ha subido al primero se le suponen fuerzas bastantes como para subir al segundo. Si lo hace, disfrutará de las recoletas calles del casco viejo, de los bien cuidados jardincitos que asoman entre las ruinas y de otra vista espectacular de la hoya de Vélez y de cuanto la circunda. Luego, el turista haría bien en descansar en la terraza de alguna taberna, que suele ser el más hospitalario de los sitios, antes de emprender el camino de vuelta.


                Para ser justos, además, debo destacar el buen acuerdo que tuvo quien decidió construir el paseo marítimo de Torre del Mar, uno de los más largos, más anchos y más bonitos que conozco, por el que –aquí sí– caminan a diario casi todos los turistas y muchos de los residentes habituales de esa localidad. Además, junto al paseo, dentro de la playa, alguien ha tenido el buen acuerdo de compactar la tierra y de ese modo trazar una senda a la misma vera del agua, que ahora podemos disfrutar todos los ciudadanos. Todos los ciudadanos, insisto, aunque ellos no sean muy consciente de ese privilegio.



                Es verdad que hay lugares más acogedores, como son los de la costa, en los que un paseo tiene siempre un gran potencial. Pero no es menos cierto que un paseo es siempre un acierto, esté donde esté. Ahora que se aproximan las elecciones municipales, me gustaría que los que aspiran a gobernarnos fueran conscientes de ello. Uno no puede sentir envidia de los paseos marítimos, porque es de tierra adentro y le pone límites a sus anhelos, pero siente envidia de esas otras localidades en las que se puede caminar largo trecho sin el agobio de la circulación de vehículos. Ciudadanos que andan hay muchos, y ni todos ellos están dispuestos a echarse a los caminos para andar ni muchos podrían hacerlo, aunque quisieran. Estaría bien que los programas electorales recogieran esa aspiración ciudadana que se demanda en silencio, porque quienes la practican no están organizados. Y estaría aún mejor que los ciudadanos premiaran con su voto a los que se la ofertan con la voluntad de cumplir sus promesas.