Braunschweig o Brunswick es una ciudad de Baja
Sajonia de nombre impronunciable para un castellanohablante, con larga y densa
Historia, que fue mayoritariamente destruida en la Segunda Guerra Mundial y
reconstruida luego con gran esfuerzo. En la reconstrucción se tuvo como premisa
fundamental el amor hacia lo público, que existe mayoritariamente en Europa Central
desde hace mucho tiempo y que está llegando a España ahora, aunque hay lugares
donde todavía está pendiente de asimilar.
En España, el concepto de que lo nuestro termina de
puertas adentro y de puertas afuera es de todos resulta aún difícil de
comprender para muchas personas, que piensan que la fachada de una casa es de
su propietario y a él corresponde decidir libremente sobre su forma y su mantenimiento,
cuando la realidad es que su estado y su estética nos afecta a todos y, en
consecuencia, corresponde decidir a los representantes de todos lo que debe
hacerse con ella, igual que, por el mismo motivo, corresponde a ellos fijar las
normas sobre volúmenes y las condiciones
de implantación.
Ahora bien, esos representantes deberían tener para
lo público la misma sensibilidad que la población tiene para lo privado, lo que
no siempre ocurre. Por ejemplo, mucho antes de que las normas obligaran a
empotrar los cables eléctricos, la gente había asimilado tanto esa forma de actuar que cuando se fijó por ley ya no se tuvo como obligación, y ahora no soportaría la
idea de ver un cable corriendo por la pared de su casa. Las normas, sin
embargo, no obligan a soterrar los cables de las calles, que resultan
igualmente peligrosos y, sobre todo, antiestéticos, pero nadie parece darse
cuenta de ello, especialmente no parecen darse cuenta la mayoría de nuestros gobernantes,
que deberían tener más claro lo que conviene al conjunto de la población. El
resultado es que se siguen pavimentando calles soterrando las tuberías del agua
y del alcantarillado pero sin soterrar las de la electricidad, cuando podría
hacerse con muy poco dinero.
La
realidad es que los manojos de cables recorren las fachadas y cruzan las calles
sin que parezca molestar a nadie, salvo cuando los propietarios hacen obras en
sus propias casas, y solo quienes tienen afición por la fotografía y algunos
más se percatan de lo fea que resulta la imagen de una población atravesada por
las líneas del tendido eléctrico. Digo lo de los cables, pero podría decir lo
del enlucido de las fachadas, muchas de las cuales se dejan años y años sin
terminar, cuando debería ser tan llamativo verlas así como contemplar sin
enlucir el salón de una casa habitada. Y, por no seguir con más ejemplos, digo
también lo de las casas en mal estado o incluso en ruinas.
En Braunschweig
no se ve un cable por las calles ni una fachada sin enlucir o en mal estado. Se
conoce que sus habitantes le tienen cariño a lo público y que sus gobernantes
tienen un gran respeto por su función, al menos en lo que a la belleza de su
ciudad se refiere.