jueves, 17 de marzo de 2016

La humillación

                Charles Chaplin, en aquella legendaria película de su autoría, El gran dictador, hacía todo lo posible en su papel de Hitler para situarse en un lugar más alto que Mussolini, a fin de aparentar ser más poderoso. Estar más arriba, sea donde sea, da una superior impresión de dominio, especialmente para el que tiene complejo de inferioridad. No en vano, los débiles buscan las alturas, el disimulo y la emboscada, en tanto que los fuertes ambicionan el campo llano, la sinceridad y la lucha abierta.

              Sentados en grupo en las terrazas de la plaza Mayor de Madrid, los hinchas del PSV Eindhoven que el pasado miércoles tiraron monedas a unas mendigas y frente a las cuales quemaron algún billete se sentían en un nivel superior: ellos eran muchos, blancos y ricos, mientras que ellas eran pocas, gitanas y pobres. No solo ignoraban que esa algazara grotesca era una prueba de su raquitismo moral, sino que la humillación de las débiles mendigas era la mayor demostración de su propia debilidad.


                Unos avasallan (los débiles) y otros se postran (los fuertes), como Jesucristo, como Gandhi, o como aquel poeta mentado por Borges en El Hacedor, que tenía como únicos instrumentos de trabajo a la humillación y la angustia, aunque el círculo del cielo medía su gloria y las bibliotecas de Oriente se disputaban sus versos.