En nuestro entorno más próximo
están nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y
nuestros vecinos. No quiero extenderme sobre las relaciones que mantenemos con
ellos, ni en las distintas emociones y sentimientos que provocamos y nos
provocan, ni en los conflictos que pueden suscitarse cuando se asumen a la vez papeles
distintos, como el de padre y el de amigo, por ejemplo. Lo que parece
absolutamente cierto es que la felicidad depende de la calidad de esas
relaciones más que de ningún otro factor, desde luego mucho más que del dinero,
el poder y la gloria.
Hay otro tipo de relaciones
afectivas: la que mantiene el artista con el destinatario de su obra. No en
vano, el valor de una obra de arte deriva de la capacidad que tenga para
transmitir emociones y esa capacidad depende, en gran medida, de lo que de sí
mismo haya puesto en ella el autor.
Entre lo que siento cuando
intento recoger en una foto un paisaje, por ejemplo, y lo que siente la persona
que ve la foto hay una afinidad que nos une. Lo mismo pasa cuando intento
expresar con palabras una idea o una emoción, si he logrado captar lo que
quería.
Así, pues, no soy trivial ni
frívolo cuando afirmo que te siento cuando me lees, pues de alguna forma es
verdad.