Siempre me ha
llamado la atención que los políticos se peleen en las sesiones de los plenos y
luego se vayan juntos a tomar cervezas. ¿Por qué no lo hacen al revés? ¿Por qué
no se pelean en privado y demuestran camaradería cuando están representándonos?
La pregunta viene muy a pelo ahora, que se van a constituir las nuevas
corporaciones y muchos de los que ocuparán el cargo de concejal son nuevos y
aún no han adquirido las costumbres instauradas por sus antecesores. Si tienen
tantas ganas de cambiar las cosas a mejor, un buen cambio a mejor sería el de
expresarse con respeto y educación cuando están actuando en nuestro nombre.
Yo es lo menos que espero de
cualquier otro que actúe en mi nombre en cualquier otro sitio. Le pido que
defienda mis derechos, pero que lo haga de forma cortés, sin ironías y sin
trasladar mis razones con gracias y ocurrencias. Y le pido que lo haga
escuchando, abierto a las propuestas del otro y sin cerrarse en banda, porque
tal vez de esa forma oiga una buena oferta. Lo último que esperaría de alguien
que me representa es que montara un espectáculo con mi nombre en su boca. De
hecho, me abochornaría. Y es seguro que esa sería la última vez que me
representara.
Y como no lo espero de quien me
representa como individuo, tampoco lo espero de quien me representa como
ciudadano. Cuando alguien habla en nombre del pueblo, habla en mi nombre. Y no
quiero que hable en mi nombre intentando denostar a otro que es lo mismo que él
con gracias y ocurrencias. Máxime, cuando ese otro también me representa.
Porque a mí, como a cualquier ciudadano, me representan todos, lo mismo los del
PP que los del PSOE o los de cualquier otro grupo, aunque haya votado a unos de
ellos y no a otros o aunque no haya ido a votar.
Cuando uno está metido en un mundo
en el que el mal de unos es el bien de otros, cuando se explica por los argumentarios que recibe desde Sevilla o
desde Madrid para responder con coherencia grupal a lo que se le pregunta,
cuando se siente igual a otras personas con las que forma un equipo y se siente
distinto de los demás, es fácil que acabe llamando “los nuestros” a los que nos
votan y “los otros” a todos los demás, y acabe olvidando que representa al
pueblo, a todo el pueblo, aunque deba llevar a la institución en la que actúa
las ideas por las que una determinada parte del pueblo lo eligió. Y cuando eso
ocurre, es fácil que uno acabe creyéndose en posesión de la verdad. Y ya se
sabe que los que se creen en posesión de la verdad son muy dados a predicar, poco
dados a dar argumentos y muchos menos a escuchar a los demás.
En todos los ámbitos de la vida es
fácil que los debates se acaben yéndose de las manos de sus protagonistas y que
lo que debería ser enriquecimiento mutuo acabe en mutua aniquilación. Los
medios de comunicación de masas han hecho que en las instituciones públicas se
hable más de vencer en los debates que de convencer en los debates, que al ser
públicos se han convertido en un espectáculo competitivo, en el que sus
protagonistas intentan vencer aplicando métodos propios de la contienda, a los
que no son ajenos el escarnio, el deprecio y las marrullerías.
Yo siento que los que nos
representan nos están engañando cuando dedican el tiempo que tienen para
solucionar nuestros problemas a intentar quedarse por encima de otro. Si además
lo hacen perdiendo las buenas formas, lo que ya siento es vergüenza ajena.
* Publicado en el semanario La Comarca