domingo, 7 de junio de 2015

Las formas*

              Siempre me ha llamado la atención que los políticos se peleen en las sesiones de los plenos y luego se vayan juntos a tomar cervezas. ¿Por qué no lo hacen al revés? ¿Por qué no se pelean en privado y demuestran camaradería cuando están representándonos? La pregunta viene muy a pelo ahora, que se van a constituir las nuevas corporaciones y muchos de los que ocuparán el cargo de concejal son nuevos y aún no han adquirido las costumbres instauradas por sus antecesores. Si tienen tantas ganas de cambiar las cosas a mejor, un buen cambio a mejor sería el de expresarse con respeto y educación cuando están actuando en nuestro nombre.

            Yo es lo menos que espero de cualquier otro que actúe en mi nombre en cualquier otro sitio. Le pido que defienda mis derechos, pero que lo haga de forma cortés, sin ironías y sin trasladar mis razones con gracias y ocurrencias. Y le pido que lo haga escuchando, abierto a las propuestas del otro y sin cerrarse en banda, porque tal vez de esa forma oiga una buena oferta. Lo último que esperaría de alguien que me representa es que montara un espectáculo con mi nombre en su boca. De hecho, me abochornaría. Y es seguro que esa sería la última vez que me representara.

            Y como no lo espero de quien me representa como individuo, tampoco lo espero de quien me representa como ciudadano. Cuando alguien habla en nombre del pueblo, habla en mi nombre. Y no quiero que hable en mi nombre intentando denostar a otro que es lo mismo que él con gracias y ocurrencias. Máxime, cuando ese otro también me representa. Porque a mí, como a cualquier ciudadano, me representan todos, lo mismo los del PP que los del PSOE o los de cualquier otro grupo, aunque haya votado a unos de ellos y no a otros o aunque no haya ido a votar.


            Cuando uno está metido en un mundo en el que el mal de unos es el bien de otros, cuando se explica por los argumentarios que recibe desde Sevilla o desde Madrid para responder con coherencia grupal a lo que se le pregunta, cuando se siente igual a otras personas con las que forma un equipo y se siente distinto de los demás, es fácil que acabe llamando “los nuestros” a los que nos votan y “los otros” a todos los demás, y acabe olvidando que representa al pueblo, a todo el pueblo, aunque deba llevar a la institución en la que actúa las ideas por las que una determinada parte del pueblo lo eligió. Y cuando eso ocurre, es fácil que uno acabe creyéndose en posesión de la verdad. Y ya se sabe que los que se creen en posesión de la verdad son muy dados a predicar, poco dados a dar argumentos y muchos menos a escuchar a los demás.

            En todos los ámbitos de la vida es fácil que los debates se acaben yéndose de las manos de sus protagonistas y que lo que debería ser enriquecimiento mutuo acabe en mutua aniquilación. Los medios de comunicación de masas han hecho que en las instituciones públicas se hable más de vencer en los debates que de convencer en los debates, que al ser públicos se han convertido en un espectáculo competitivo, en el que sus protagonistas intentan vencer aplicando métodos propios de la contienda, a los que no son ajenos el escarnio, el deprecio y las marrullerías.

            Yo siento que los que nos representan nos están engañando cuando dedican el tiempo que tienen para solucionar nuestros problemas a intentar quedarse por encima de otro. Si además lo hacen perdiendo las buenas formas, lo que ya siento es vergüenza ajena.


* Publicado en el semanario La Comarca