Todos decimos tonterías alguna
vez, eso está claro, especialmente cuando nos tiran de la lengua, cuando nos
hemos tomado dos copas o cuando se nos calienta la boca. Todos decimos
tonterías cuando el ambiente es tonto y nos dejamos llevar. Como todo el mundo
ha hecho el tonto alguna vez, no hay que escandalizarse por oír que fulanito
dijo tal o cual cosa en la barra de un bar, si lo que dijo es una tontería. Lo
malo es decir tonterías siempre, en cualquier lugar o fuera de ambiente, porque
entonces no es que digas tonterías, sino
que eres tonto.
Los
cuerdos deben tener cuidado con las tonterías que dicen, aunque las digan en la
barra de un bar, porque algunas tonterías son muy grandes o son ofensivas. Las
tonterías ofensivas tienen sus grados, pues no es lo mismo ofender a una
persona que a una familia o a toda una comunidad, ni es lo mismo hacerlo
mentando una broma que una tragedia, especialmente cuando la tragedia es mortal,
y más especialmente aún cuando la tragedia afecta a todo un pueblo. Cuando un
cuerdo hace un chiste ofendiendo a toda una comunidad valiéndose de una
tragedia mortal enorme, el cuerdo ha metido la pata, y mucho, y cuando en lugar
de un chiste hace varios es porque el que iba de cuerdo no lo es tanto, por
decirlo muy educadamente.
Una
cosa es insultar de viva voz y otra hacerlo por escrito, es decir, no es lo
mismo que se te caliente la boca que se te caliente la sesera. No es lo mismo decir
tonterías que escribirlas, porque para lo primero hay una respuesta casi automática,
en tanto que lo segundo necesita de un tiempo superior. Una tontería puede
decirla cualquiera, mientras que una tontería no puede escribirla cualquiera,
sino solo algunos, y una tontería muy gorda solo pueden escribirla lo que no son
demasiados conscientes de lo que hacen, y ya se sabe que los que no son muy
conscientes o son unos inconscientes o son tontos.
No es lo mismo
insultar de viva voz que hacerlo por escrito, pues ya se sabe que las palabras
se las lleva el viento y con ellas se lleva lo que las palabras portaban,
mientras que las letras quedan y con ellas permanecen las ofensas. Cuando un hombre
de bien ofende por escrito, intenta corregirse de la misma manera, esto es, por
escrito, a fin de recomponer el equilibrio que destruyó con sus palabras. Los
equilibrios emocionales se retoman en la sociedad de la misma forma que en la
Física, aplicando fuerzas iguales en sentido contrario. El que insulta en la
cara de una persona, pidiendo perdón en la cara de esa persona. El que insulta
públicamente en la barra de un bar, pidiendo perdón públicamente en la barra de
un bar. El que insulta en un periódico, pidiendo perdón explícitamente en un
periódico.
Cuando alguien
pide perdón y luego continua con un “pero”, normalmente lo más importante es lo
que viene detrás del “pero”, así que el que insulta sin peros debe pedir perdón
sin peros. No vale andarse con justificaciones ni buscar excusas para quitarle
fuerza al error, porque entonces no se recomponen los equilibrios.
Hace unos
domingos anduve con unos amigos por las proximidades del río Guadarramilla, que
nace en el borde de la carretera que va de Pozoblanco a La Canaleja y muere en
el rio Guadamatilla, en el mismo pantano de La Colada. Como dijo un amigo,
íbamos por el corazón de Los Pedroches, por un lugar llano en el que se han
asentado una gran cantidad de explotaciones lecheras. Incluso allí, en su
corazón, se podía sentir eso que todos los cronistas, antiguos y modernos,
refieren como “secular aislamiento” de Los Pedroches. Un secular aislamiento,
sin embargo, que no impide que alguien como yo pueda escribir esto y lanzarlo
al éter de internet con la secreta esperanza de ser leído y comprendido
(acompañado) por un espíritu afín de cualquier parte del mundo.
Porque el que
escribe en una página como esta o en una red social debe ser consciente, a poco
cuerdo que sea, de que sus palabras viajan por todas partes y quedan en todas
partes, de que pueden hacer mucho bien y pueden hacer mucho daño. No parece que
sea el caso de algunos, que publican en las redes sociales chistes denigrantes
para los que sufren. Los que sufren deberían estar acompañados en su
sufrimiento, en lugar de ser objeto de chanzas por los que no sufren. Yo creía
que eso ya lo tenía asumido la sociedad avanzada. Yo creía que ya no era tonto
el discapacitado que iba detrás de una procesión, sino el que lo señalaba con
el dedo. Pero parece que no, que todavía hay gente con afán de liderazgo social
que quiere, desde su modernidad, hacer lo mismo que hacían los reyes antiguos
con sus bufones, reírse con las desgracias del vecino. Algunos hacen chistes
con el dolor de los otros, se cachondean de los que sufren y luego dicen que
defienden a los débiles, y con ese argumento quieren convencernos de que son
los mejores para gobernarnos.
* Publicado en el semanario La Comarca