A la vista de lo que ha pasando
con motivo de los pactos postelectorales celebrados aquí y allá y de lo
decepcionado que he salido tras su celebración, iba a escribir que los seres
humanos seguimos igual, no igual que la legislatura anterior, que también, sino
igual que siempre, igual que hace cien, mil o dos mil años.
Había
pensado que las pasiones que nos mueven, como el poder, el amor, el sexo, el
odio y la ambición, son ahora las mismas que las que movían a los antiguos
griegos, pongo por caso, y es por eso por lo que las obras de los autores
clásicos están siempre de moda.
Había
pensado más: había pensado que las pasiones que mueven a los seres humanos son
las mismas que las que mueven a los otros seres, como a los animales, por
pequeños y poco desarrollados que estén, y como los impulsos que mueven a las
plantas. Había pensando, por ejemplo, que entre el afán de los perros por
marcar el territorio con orines y el afán de los hombres por marcar las lindes
de sus tierras había mucho en común. Que había mucho en común entre la avidez
de los insectos por comerse unos a otros y la avidez de los hombres para acabar
con el adversario político. Y que también lo había entre el afán de las flores
por parecer hermosas y el afán de ostentación que tenemos nosotros por parecer
más inteligentes o más guapos.
Pero
cuando estaba meditando sobre lo que iba a escribir, me he dado cuenta de que
resultaría injusto comparar a las plantas y a los animales con las personas. No
me entiendan mal, no quiero ser cínico, lo digo por las personas. Quiero decir
que aunque para los animales y las plantas rige la misma Ley de la Selva que
para los seres humanos, en las sociedades civilizadas los seres humanos hemos dotado
de ciertas reglas a lucha por la supervivencia o la hemos convertido en
simbólica, de manera que el desenlace es casi siempre incruento.
Pienso
en que las guerras tribales, emparentadas con la lucha animal, han sido
sustituidas por partidos de fútbol, en que el desahogo viene ahora quemando
banderas o pitando himnos en lugar de cortando cabezas y en que las puñaladas
por las espalda suelen realizarse en sentido metafórico. Dicho de otra forma,
siempre es mejor ser insultado que ser asesinado.
O para cerrar
el asunto: siempre es mejor ser engañado por un político en la democracia que
no ser engañado por un tirano.
* Hice las fotos el pasado 7 de junio en el camino que va de Los Pedroches a Adamuz.