viernes, 6 de diciembre de 2013

Paseo emocional

              La sierra no es lo mismo. La sierra es dura y áspera, su clima es más extremo y su tierra menos fértil. Pero por eso mismo es más querida. La sierra es como el hijo difícil, que te da problemas y necesita más atenciones y al que, a pesar de ello, le agradeces más los pequeños detalles que tiene contigo (como en la parábola del Hijo Pródigo). Como la sierra es difícil, las personas necesitan de un añadido extra de valores para trabajarla, y necesitan en muchas ocasiones de la ayuda de los otros, de los vecinos y de los familiares, quienes acaban siendo solidarios por convicción y porque saben que en el mundo en el que se encuentran todos se necesitan a todos, y el apoyo que prestan hoy podrán necesitarlo ellos mañana.
                Como la sierra es difícil, necesita de muchas manos para trabajarla, manos que se concentran en épocas concretas, especialmente en el momento de la recogida de su fruto más emblemático, la aceituna. Muchas manos concentradas en una labor ardua tienen detrás muchos corazones que sienten mucho, todos ellos expuestos al contacto con los otros, y en el contacto, especialmente cuando las circunstancias son rigurosas, nacen continuamente las emociones más diversas, que acaban cuajando en sentimientos y, por ende, en maneras de ser, tanto de las personas como de los grupos de personas, es decir, de los pueblos.
                En tiempos, cuando las personas se iban a la sierra de temporada y todas las labores se hacían en ella sin más ayuda que las bestias, la manera de ser de las gentes produjo una subcultura propia, que se ha llamado “La cultura del olivar”, de la que hoy conservamos pequeños restos en forma de canciones, algunas de las cuales se recogieron en "Madre, quiero ser de una faneguería".  Esa subcultura se ha perdido, pero la sierra sigue siendo áspera, y las personas que la trabajan siguen necesitando más valores que las que trabajan otros territorios más amables.
                En la sierra, la mayoría de las tierras son trabajadas ahora por sus propietarios, que tienen unos cuantos olivos con los que conviven, al menos afectivamente hablando. Esos propietarios que trabajan su propiedad y conviven afectivamente con ella son distintos de los propietarios que viven lejos y van a sus tierras a pasar un buen fin de semana con sus amigos de la capital. Los propietarios pequeños que trabajan su tierra y la aman porque en ella están el sudor de sus abuelos, su propio sudor y su proyecto vital son, paradójicamente, más generosos y son más benévolos con los caminantes que los grandes propietarios, que tienen una relación afectiva mucho menor con ella. Nosotros lo tenemos comprobado.
                Ahora la sierra está en plena temporada de recogida de la aceituna y, si siempre es un espectáculo para los sentidos caminar por ella, durante los meses de invierno es también un espectáculo para el alma, dada la cantidad de emociones que surgen ante el noble trabajo de la gente. El pasado domingo, sin ir más lejos, nos equivocamos de sendero yendo de la carretera del Cerro de las Obejuelas a la de La Canaleja por las Umbrías del Castaño y tomamos caminos particulares. La sierra está ahora alambrada y los viejos caminos de herradura son difíciles de seguir o se han perdido. Los propietarios trabajadores de las fincas por las que pasamos, sin embargo, se ofrecieron enseguida a ayudarnos, indicándonos dónde estaban las alambradas abiertas y cuál era el más favorable de los caminos. Y ni nos conocían ni nos conocieron.
                Reconozco que tengo idealizada a la sierra y a sus gentes, tal vez porque de chico he mamado los sentimientos que nos transmitía a su familia mi abuelo Miguel. Pero es que cada vez que voy a ella no tengo sino motivos para alimentar esa idealización. El domingo pasado, de nuevo, hubo otro más, y ahora no puedo sino reafirmarme en mi deseo de vivir en la sierra cuando muera.