“¡Qué
manía con buscar soluciones! No todo tiene solución”, dijo Arturo Pérez Reverte
hace unos domingos en el programa Salvados, de Jordi Évole, al referirse a la
marcha de España. Y dijo que la revolución es imposible, porque la impiden los
mecanismos de anestesia institucionalizados, que este es un país maldito históricamente
para la política, porque no hemos sabido escoger los paradigmas ideológicos adecuados,
que confundimos el cabreo con la crítica y no hacemos debate intelectual, que
quienes nos dirigen nos han manipulado tantas veces que hasta lo que nos une lo
utilizamos como arma arrojadiza, que el español odia más que ama y vota más en
contra que a favor, que no existen ilusiones en la sociedad ni mecanismos
vertebradores de la misma, que el movimiento de los indignados del 15M fracasó
porque el demagogo sustituyó enseguida al chico que protestaba y el más bruto
al más clarividente, que los políticos son una casta con privilegios que se
protege a sí misma, como antes lo eran el clero y la nobleza, que se insultan
en el Parlamento pero se llevan de maravilla en el salón del hotel Palace, que las
élites políticas y económicas están formadas por las mismas personas, y que
todos valen para todo, que la gente no quiere educación y que los políticos son
el síntoma de una enfermedad que reside en nosotros, y que quizá, si se
aprovechase este momento de crisis para educar a los niños de otra forma, en la
austeridad, en el valor de un euro y en el conocimiento de que a veces no se
pueden llevar unas zapatillas de marca, aunque otros la lleven, ellos
entenderían que este mundo es un lugar peligroso y habría una generación
distinta de la muestra y mejor.
El
domingo pasado anduvimos por los montes de Santa Eufemia y vimos desde arriba
Los Pedroches y las comarcas que la rodean y ahora, que me enfrento a la página
en blanco para escribir sobre el paseo que dimos, me he acordado de esa
entrevista, quizá por la escasa altura de miras que tienen quienes nos dirigen
y nos lideran, quienes piensan, quienes opinan (opinamos) públicamente y
quienes influyen en la opinión de los otros y, en general, la escasa altura de
miras que tenemos todos, y en ese todos meto a casi todos los seres humanos,
pero especialmente a los ciudadanos de España y, más especialmente aún, a los
habitantes de ese territorio que se ve desde las alturas a las que me refería,
Los Pedroches.
Me
duele decir esto, porque siempre es injusto generalizar, porque el tiempo viene
malo este año y hay muchos agricultores y ganaderos al borde de la ruina, me
duele porque hay mucha gente buscando trabajo, gente que se ha preparado a conciencia
y que no encuentra una ocupación con la que ganarse el sustento, porque hay
algunos pequeños emprendedores que han depositado sus ilusiones vitales en una
empresa y que luchan cada minuto para salir adelante, porque hay estudiantes
que estudian y trabajadores que trabajan, porque hay políticos de buena fe y
sindicalistas que quieren defender a los trabajadores, y hay líderes que se
sacrifican y pensadores que proceden con honradez, me duele porque yo soy de
aquí, y de aquí es mi familia, y mis amigos, y mis vecinos, y a todos los
señalo (y me señalo) cuando afirmo lo que afirmo, y lo que afirmo es que,
vistos desde arriba, en Los Pedroches falla el material humano. No es la
tierra, por pobre que sea y lejos que esté, la que nos hace pobres, ni es el
clima, por extremado y seco que sea, lo que nos priva del bienestar, todo eso
contribuye a nuestro escaso nivel de desarrollo, sí, pero no es la causa
principal, porque la causa principal está en nuestras propias carencias.
No
hay más que vernos desde fuera para darse cuenta de los errores que hemos
cometido y cometemos, de lo aferrados que estamos a la nostalgia y de lo poco
que miramos al futuro, lo que hemos hecho con nuestros pueblos (especialmente
en Pozoblanco), el escaso valor que le damos a lo que compartimos, lo poco que
trabajamos unidos y lo mucho que nos separa, el caso que le hacemos a los que vienen a vendernos la moto con palabras huecas, lo poco que aprendemos
de los que van por delante de nosotros y el crédito que le seguimos dando a los
que nos engañan.
Por eso, creo
que ya va siendo hora de que dejemos de echarle la culpa a los otros de
nuestros problemas, de que dejemos de hablar del secular aislamiento de Los
Pedroches y de que dejemos de pedir que nos respeten. Todo eso está muy bien si
antes se ha hecho todo lo que se tenía que hacer, y no es el caso. Tanto se ha
utilizado la palabra “juntos” y tantas veces se ha traicionado su contenido que
ya no tiene valor en boca de los que la pronuncian, quienes nunca están
dispuestos a perder la posición ni a renunciar a nada. No queremos que nos la
digan, queremos que hagan, que se pongan de acuerdo ya, al menos para lo básico.
En el día en que escribo esto, han cuajado un acuerdo de gobierno los dos
partidos mayoritarios alemanes, que fueron antagonistas en las elecciones y
tienen ideas tan contrapuestas como pueden ser las conservadoras y las
socialdemócratas. ¿Qué impide que eso pueda ocurrir aquí? ¿Cómo es posible este
guirigay en España, en Andalucía, en Los Pedroches, en Pozoblanco? ¿Hasta dónde
llega la idea que del conflicto político tienen quienes nos representan?
Pensar con altura
de miras, acordar unidos no dónde vamos a ir dentro de un rato, sino dónde
vamos a estar el día de mañana, trabajar con ahínco por el futuro de nuestros
hijos, como cuando nuestros abuelos roturaban las tierras baldías o plantaban
los olivos que ahora pueblan nuestras sierras, eso es lo que previamente
debemos hacer si queremos hacernos respetar. Pero no creo que lo consigamos.
Muy pocos parecen estar por la labor. La población o está envejecida o tiene
las ideas envejecidas, a fuerza de asimilar prejuicios y alimentarse de una
pedagogía equivocada que anima a la inacción. El daño es tan grande que no veo
salida, ya no, al menos no por ahora. Quizá exista cuando vuelvan esos jóvenes
que ahora salen a buscarse la vida por ahí, a otras regiones, o incluso a otros
países. Puede que ellos traigan otras ideas de menos conflicto, de más unidad,
que traigan aprendido que para hacerse respetar hay que respetarse antes a uno
mismo, que el mundo es un lugar peligroso (como decía Pérez Reverte), en el que
hay que luchar cada día por el sustento, independientemente de lo que hagan el
Estado y el alcalde, y que casi todo lo que hay a nuestro alrededor depende de
nosotros.
Lo siento por
los pacientes lectores de esta página que se acercan a ella para pasear
conmigo, pero hoy el cuerpo me pedía otra cosa. Fuimos a la sierra de Santa
Eufemia, en efecto, vimos desde arriba el territorio donde vivimos y oteamos el
horizonte. Un buen ejercicio para el cuerpo y para la mente que debíamos
entender como algo más que una simple metáfora de la vida propia y de la social,
si queremos tener para todo más altura de miras.