No tardaré tanto tiempo en volver
a Cádiz. Me reclaman las imágenes que he visto, los sonidos que guardo en la
memoria, la bulla de la gente por las calles estrechas y rectas de su casco
antiguo. Volveré a Cádiz pronto para pasear de madrugada junto a la playa de la
Victoria, para ver atardecer desde el castillo de Santa Catalina, para caminar tranquilamente
de plaza en plaza, para sorprenderme con sus magnolios gigantescos y sus
pequeños jardines. Volveré a Cádiz para comerme un arroz marinero, para tomarme
una cerveza con pescaíto frito en
alguna de sus tabernas, para ver pasar a la gente desde el banco de una
plazoleta, para observar cómo siguen las obras del gigantesco puente que se
está construyendo sobre la bahía. Volveré a Cádiz para sentir el mar de lado a
lado, para apreciar sobre sus piedras el ritmo de la Historia y para valorar en
lo que valen los gritos de libertad.
Ya me urge.
Acabo de volver, pero ya siento que me urge. No debo tardar tanto tiempo en
volver a Cádiz.