A primera vista, puede parecer que la memoria es una
facultad psíquica positiva y el olvido lo es negativa, pero la naturaleza las
creó a la vez para que fueran complementarias en la virtud. O, dicho de otra
forma, el olvido es tan necesario para la virtud como lo es la memoria, de modo
que solo quien es capaz de olvidar es virtuoso por completo.
El que dice «yo perdono, pero no olvido», no está
perdonando en realidad. Y tanto es así, que al agraviador le duele mucho más la
indiferencia del agraviado (el primer paso de su olvido) que su voluntad de
venganza. Borges recoge esa idea muy bien en Fragmentos de un evangelio apócrifo, cuando escribe que «el olvido
es la única venganza y el único perdón».
Eso no debe extrañarnos si tenemos en cuenta que en la naturaleza
de las cosas todo tiene su opuesto: la suma a la resta, la dureza a la
flexibilidad, la verdad a la mentira, etc. Y todo eso es necesario, si bien la
virtud está en practicarlo cuando se debe. Así, hay que sumar cuando se agrega
y restar, cuando se descuenta, y no al revés. El buen gobernante, el buen jefe
y el buen padre no tienen que ser siempre duros o siempre flexibles, sino duros
cuando deben ser duros y flexibles cuando deben ser flexibles. Y el íntegro no
es el que siempre dice la verdad (Dios nos libre de los que van con la verdad a
todas partes, a todas), ni el que miente cuando hay que decir la verdad, sino
el que dice la verdad cuando hay que decir la verdad y el que no la dice cuando
la prudencia lo aconseja, sin hipocresía ni cinismo. («No exageres el culto de
la verdad; no hay hombre que, al cabo de un día, no haya mentido con razón
muchas veces», escribió Borges en el mencionado Fragmentos de un evangelio
apócrifo).
¿Eso quiere decir que también deben existir el bien y el
mal para que exista armonía? No, sino que (por seguir con nuestro ejemplo) el
bien es la armonía entre la suma y la resta, la dureza y la flexibilidad y la
verdad y el artificio, en tanto que el mal es el desequilibrio entre esas
condiciones contrapuestas.
La bondad de la relación memoria/olvido es fácil de
entender. Yo, por ejemplo, debo recordar dónde he dejado el coche aparcado para
poder ir a recogerlo, pero no necesito recordar dónde lo dejé ayer, y mucho
menos dónde lo dejé todos los días del año pasado. Si así fuera, la memoria se
llenaría de información inútil, como se llena de fotos que no veremos jamás la
memoria de nuestro móvil. Esa es la teoría del ático del cerebro que practicaba
Sherlock Holmes: «Las gentes necias –decía–
amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que
no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en
el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra
montonera de cosas que les resulta difícil dar con ellos».
Los principales aliados del olvido son el tiempo y el
espacio. Esto es, cuanto más tiempo pase, más fácil es olvidar, y lo mismo ocurre
cuanta más distancia medie. Es otra forma de decir que el tiempo todo lo cura o
que la distancia es el olvido. El principal enemigo del olvido, en cambio, es
el acontecimiento traumático, que se queda grabado en la mente y es muy difícil
de borrar. El diccionario de la RAE define trauma como «choque emocional que
produce un daño duradero en el inconsciente». «Daño» supone herida, falta de
salud, e «inconsciente» es el «conjunto de caracteres y procesos psíquicos que,
aunque condicionan la conducta, no afloran a la conciencia», según el mismo
diccionario. Así pues, los traumas suponen falta de salud y condicionamiento
inconsciente de la conducta.
En
las relaciones entre las personas, el acontecimiento traumático es causado por
una afrenta. También en las relaciones entre las personas quienes hayan sufrido
un trauma deben superarlo para recuperar la salud y actuar libre y
conscientemente.
En el caso de las afrentas, como en todos los demás, para
que el olvido realice su función de limpieza profiláctica es necesario dejar
pasar el tiempo y alejarse de las personas que te ofendieron. En los pueblos
pequeños, donde hay tan poca distancia entre los vecinos y la convivencia
obliga a un contacto permanente, que actúe el olvido es muy difícil, lo que
hace que los agravios se cronifiquen e, incluso, que pasen de padres a hijos,
especialmente cuando son atroces e inextricables y, a pesar de ser recíprocos
en mayor o menor medida, ambas partes se sienten totalmente agraviadas y
ninguna se siente agraviante en nada.
Como a las sociedades les pasa lo que a las personas, también
ellas recuerdan los traumas con una intensidad enorme, especialmente cuando el
trauma es consecuencia de una afrenta entre miembros de ella misma y es atroz e
inextricable. También en ellas, las partes enfrentadas tienen una memoria
selectiva y tienden a recordar como agraviadas, nunca como agraviantes.
Si el olvido es tan necesario como la memoria para la
armonía de las personas y lo es para las familias, también lo es para las
sociedades locales y para el conjunto de una sociedad. También para los pueblos
y para la sociedad la armonía consiste en recordar lo que hay que recordar y
olvidar lo que hay que olvidar, en tanto que el mal consiste en recordar lo que
merecería ser barrido por el olvido y olvidar lo que debería conservarse en la
memoria. Es decir, para las sociedades, memorizarlo todo sería tan malo como
olvidarlo todo, pues una sociedad sin memoria y una sociedad que lo recordara todo,
absolutamente todo, sería desequilibrada e inarmónica.
Cosa distinta es para la Historia. En tanto entre los
miembros de una sociedad traumatizada actúa el dolor, los prejuicios y la
ideología, que siempre es parcial y, como todo lo parcial, carente de parte de
la razón y parte de la justicia, la Historia es una ciencia que debe materializarse
libremente por científicos, a quienes debe interesar más toda la verdad que una
parte de la verdad. La Historia debe estudiar el pasado pensando en el futuro,
no en el presente. No debe justificar los hechos, sino descubrirlos y explicarlos,
ni debe generar procesos de retroalimentación, esto es, no debe alimentarse de
los afanes de una parte ni debe alimentar esos afanes. La Historia, pues, debe
recoger toda la memoria sin dar pie alguno al olvido. Debe hacerlo para ser un
referente constante de unos y de otros, para enseñar a los jóvenes y para
eliminar los prejuicios, para motivar las causas y para advertir de los efectos,
para hacer una sociedad más sana, más tolerante, más sabia y más libre.
Mientras eso no ocurra, mientras una parte de la sociedad
solo recuerde su condición de agraviado y olvide su condición de agraviador,
especialmente cuando llega al poder, y mientras la Historia no recoja todo lo
ocurrido, sino solo una parte de ello, será imposible el equilibrio, será
imposible la armonía.