viernes, 6 de mayo de 2022

Memoria, olvido e Historia

 

          A primera vista, puede parecer que la memoria es una facultad psíquica positiva y el olvido lo es negativa, pero la naturaleza las creó a la vez para que fueran complementarias en la virtud. O, dicho de otra forma, el olvido es tan necesario para la virtud como lo es la memoria, de modo que solo quien es capaz de olvidar es virtuoso por completo.

          El que dice «yo perdono, pero no olvido», no está perdonando en realidad. Y tanto es así, que al agraviador le duele mucho más la indiferencia del agraviado (el primer paso de su olvido) que su voluntad de venganza. Borges recoge esa idea muy bien en Fragmentos de un evangelio apócrifo, cuando escribe que «el olvido es la única venganza y el único perdón».

          Eso no debe extrañarnos si tenemos en cuenta que en la naturaleza de las cosas todo tiene su opuesto: la suma a la resta, la dureza a la flexibilidad, la verdad a la mentira, etc. Y todo eso es necesario, si bien la virtud está en practicarlo cuando se debe. Así, hay que sumar cuando se agrega y restar, cuando se descuenta, y no al revés. El buen gobernante, el buen jefe y el buen padre no tienen que ser siempre duros o siempre flexibles, sino duros cuando deben ser duros y flexibles cuando deben ser flexibles. Y el íntegro no es el que siempre dice la verdad (Dios nos libre de los que van con la verdad a todas partes, a todas), ni el que miente cuando hay que decir la verdad, sino el que dice la verdad cuando hay que decir la verdad y el que no la dice cuando la prudencia lo aconseja, sin hipocresía ni cinismo. («No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que, al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces», escribió Borges en el mencionado Fragmentos de un evangelio apócrifo).

          ¿Eso quiere decir que también deben existir el bien y el mal para que exista armonía? No, sino que (por seguir con nuestro ejemplo) el bien es la armonía entre la suma y la resta, la dureza y la flexibilidad y la verdad y el artificio, en tanto que el mal es el desequilibrio entre esas condiciones contrapuestas.

          La bondad de la relación memoria/olvido es fácil de entender. Yo, por ejemplo, debo recordar dónde he dejado el coche aparcado para poder ir a recogerlo, pero no necesito recordar dónde lo dejé ayer, y mucho menos dónde lo dejé todos los días del año pasado. Si así fuera, la memoria se llenaría de información inútil, como se llena de fotos que no veremos jamás la memoria de nuestro móvil. Esa es la teoría del ático del cerebro que practicaba Sherlock Holmes: «Las gentes necias –decía– amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas que les resulta difícil dar con ellos».

          Los principales aliados del olvido son el tiempo y el espacio. Esto es, cuanto más tiempo pase, más fácil es olvidar, y lo mismo ocurre cuanta más distancia medie. Es otra forma de decir que el tiempo todo lo cura o que la distancia es el olvido. El principal enemigo del olvido, en cambio, es el acontecimiento traumático, que se queda grabado en la mente y es muy difícil de borrar. El diccionario de la RAE define trauma como «choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente». «Daño» supone herida, falta de salud, e «inconsciente» es el «conjunto de caracteres y procesos psíquicos que, aunque condicionan la conducta, no afloran a la conciencia», según el mismo diccionario. Así pues, los traumas suponen falta de salud y condicionamiento inconsciente de la conducta.

En las relaciones entre las personas, el acontecimiento traumático es causado por una afrenta. También en las relaciones entre las personas quienes hayan sufrido un trauma deben superarlo para recuperar la salud y actuar libre y conscientemente.

          En el caso de las afrentas, como en todos los demás, para que el olvido realice su función de limpieza profiláctica es necesario dejar pasar el tiempo y alejarse de las personas que te ofendieron. En los pueblos pequeños, donde hay tan poca distancia entre los vecinos y la convivencia obliga a un contacto permanente, que actúe el olvido es muy difícil, lo que hace que los agravios se cronifiquen e, incluso, que pasen de padres a hijos, especialmente cuando son atroces e inextricables y, a pesar de ser recíprocos en mayor o menor medida, ambas partes se sienten totalmente agraviadas y ninguna se siente agraviante en nada.

          Como a las sociedades les pasa lo que a las personas, también ellas recuerdan los traumas con una intensidad enorme, especialmente cuando el trauma es consecuencia de una afrenta entre miembros de ella misma y es atroz e inextricable. También en ellas, las partes enfrentadas tienen una memoria selectiva y tienden a recordar como agraviadas, nunca como agraviantes.

          Si el olvido es tan necesario como la memoria para la armonía de las personas y lo es para las familias, también lo es para las sociedades locales y para el conjunto de una sociedad. También para los pueblos y para la sociedad la armonía consiste en recordar lo que hay que recordar y olvidar lo que hay que olvidar, en tanto que el mal consiste en recordar lo que merecería ser barrido por el olvido y olvidar lo que debería conservarse en la memoria. Es decir, para las sociedades, memorizarlo todo sería tan malo como olvidarlo todo, pues una sociedad sin memoria y una sociedad que lo recordara todo, absolutamente todo, sería desequilibrada e inarmónica.

          Cosa distinta es para la Historia. En tanto entre los miembros de una sociedad traumatizada actúa el dolor, los prejuicios y la ideología, que siempre es parcial y, como todo lo parcial, carente de parte de la razón y parte de la justicia, la Historia es una ciencia que debe materializarse libremente por científicos, a quienes debe interesar más toda la verdad que una parte de la verdad. La Historia debe estudiar el pasado pensando en el futuro, no en el presente. No debe justificar los hechos, sino descubrirlos y explicarlos, ni debe generar procesos de retroalimentación, esto es, no debe alimentarse de los afanes de una parte ni debe alimentar esos afanes. La Historia, pues, debe recoger toda la memoria sin dar pie alguno al olvido. Debe hacerlo para ser un referente constante de unos y de otros, para enseñar a los jóvenes y para eliminar los prejuicios, para motivar las causas y para advertir de los efectos, para hacer una sociedad más sana, más tolerante, más sabia y más libre.

          Mientras eso no ocurra, mientras una parte de la sociedad solo recuerde su condición de agraviado y olvide su condición de agraviador, especialmente cuando llega al poder, y mientras la Historia no recoja todo lo ocurrido, sino solo una parte de ello, será imposible el equilibrio, será imposible la armonía.