Cuando
hubo que repartir el término común de las Siete Villas de Los Pedroches,
Villanueva de Córdoba, Pozoblanco, Añora y Alcaracejos se quedaron con las del
sur, que llegaban más lejos, por lo que ahora sus términos se extienden de norte
a sur, sobrepasando las montañas y ocupando las cuencas del Cuzca y el
Guadalbarbo. Buena parte de ese territorio correspondía a la dehesa de la
Concordia, sobre la que se produjo un peculiar reparto en los siglos XVIII y
XIX, por el que se concedió lo que era propiedad comunal a las personas que
descuajaron los terrenos, los roturaron y los plantaron, que por la Ley de
Roturaciones Arbitrarias de 1869 pudieron registrarlas definitivamente. Así que
aquellas gentes, nuestros antepasados, trabajaron de sol a sol transformando el
monte en plantaciones de olivos para un futuro que era de sus hijos y de sus
nietos más que de ellos mismos.
Mientras
ando por el camino que Adroches propone para Añora, vienen corriendo hacia mí
las ovejas de un pequeño rebaño, que balan desesperadas, seguramente con hambre
de bastantes horas, creyendo que yo puedo proveerlas de alimento. Hubo una
época en la que los antepasados de estos animales vivían en libertad, salvajes,
y eran capaces de defenderse de sus enemigos y alimentarse por sí mismos.
Ahora, en cambio, se sienten seguros al amparo de la cerca de alambre que me
separa de ellos, resguardados por un perro y gestionados por un amo que les
trae agua y comida, corran o no corran los arroyos y haya o no haya hierba en
el campo.
Si pudieran pensar, esos animales que me miran expectantes tal vez creyeran que han hecho un buen negocio: ahora no tenemos miedo, porque el hombre acabó con el lobo, porque tenemos perro y porque hay malla con púas que nos separa del camino, y ahora no nos falta la comida y el agua, porque tenemos dueño. No saben que todo bienestar tiene un precio. Ignoran que ahora están más seguros, pero son menos libres y más débiles. Ignoran que la comodidad del hoy encubre un futuro de matadero para sus hijos.
Camino solo. Veo de cerca las jaras, que están florecidas, y a lo lejos, las sierras llenas de esos olivos que plantaron los abuelos de mis abuelos, y el pensamiento se me va a unas cosas y a otras, como si fuera independiente de mí. A veces, se me ocurren asociaciones como estas: la epopeya de nuestros antepasados, no muy distinta de la que se dio en el Oeste Americano, y ese rebaño de ovejas que sale a mi paso, balando descompuestas para que le den a su hora su ración de comida, en el que se me figura ver a buena parte de la sociedad actual.
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