¡Ea, parece que esto va en serio!
Es la sensación que
tengo cuando pongo los pies en el suelo después de dar muchas
vueltas en la cama. No he dormido bien, me he despertado mucho antes
de la hora, pero no tengo sueño y estoy bien de ánimo. Me preparo a
conciencia, especialmente los pies, me visto con la parsimonia de los
toreros y voy varias veces al cuarto de baño que comparto con unos
extranjeros y que ha tenido la luz encendida toda la noche, porque se
le ha roto el interruptor.
Al amanecer, salgo a la
calle. Hace fresco, pero está despejado. Es domingo y Burgos tiene
ese aire postapocalíptico de las ciudades desiertas. Debo andar un
buen trecho para encontrarme con una cafetería abierta, en la que
tomo a solas con el camarero un desayuno potente, de casi todo.
Luego, cojo la ribera del Arlanzón y la sigo hasta el puente de los
Malatos, que me pone en el Camino oficial, donde empiezo a ver a gente
como yo.
Esa gente como yo se
hace más numerosa conforme vamos saliendo de Burgos y forma una fila
discontinua, de pequeños grupos y algunas personas solas. Aunque
me limito a saludarlos (buenos días, buen camino), no me son ajenos, no son como los españoles que me rodeaban ayer en los bares
del centro, pues hay algo importante que me une a ellos: el destino.
Lo pienso mientras
ando. Lo pienso otra vez, otras veces, mientras camino por una llanura verde e inabarcable.
Mucho tiempo después,
el cansancio empieza a afectarme, dejo de pensar y me concentro en
respirar cadenciosamente.
Llego a Hornillos del
Camino, la parada normal, y sigo. Hontanas aparece al superar una
cuesta, allá abajo, a treinta y tantos kilómetros de mi punto de
partida.
* Ruta
* Aquí información sobre la ruta hasta Hornillos y, aquí, del resto.