sábado, 9 de enero de 2016

La soberanía*

                 Hace unos cuantos días conversaba con alguien sobre el concepto de soberanía al hilo de ese derecho a decidir de los pueblos del que tanto se habla ahora. Casualmente, andábamos por un sendero que hay al mismo borde del mar entre las localidades de Málaga y el Rincón de la Victoria, llamado Paseo de los canadienses**. Yo recordé que aquel litoral y aquella playa era de todos y dije: “Esta playa por la que paseamos no es solo de los malagueños, es también nuestra, aunque seamos de tierra adentro y solo vengamos de paso. Y es también de todos los andaluces, aunque nunca vengan a visitarla ni sean conscientes de ello. Y todavía más: es de todos los españoles”.

La senda va por la izquierda de la imagen
                Es de todos los españoles la propiedad, además del uso, aclaré. El uso lo tienen también esos alemanes o esos británicos con los que nos cruzamos. Nosotros, los españoles, somos propietarios y, como somos muchos, decidimos sobre esta y sobre las demás playas españolas a través de nuestros representantes, que son los diputados y senadores de Las Cortes. Y aclaré que igual que los catalanes eran propietarios de aquella playa, nosotros también éramos propietarios de las playas de Barcelona y de Cadaqués. “El derecho a decidir sobre las playas de Málaga no lo tienen los malagueños, ni los andaluces, sino los españoles, y lo mismo pasa con las playas de Barcelona”, dije. Como la Ley es la expresión de la voluntad popular, las leyes sobre las playas las hacen Las Cortes, aunque luego las apliquen las comunidades autónomas y los ayuntamientos.
Playa de El Palo, Málaga, al amanecer. Para saber más de la ruta, pincha aquí
                En el transcurso de la conversación, añadí que a mí aquel concepto de que las cosas importantes fueran de todos me parecía sencillo y hermoso. Que los ríos sean de todos, que el aire sea de todos y que el litoral sea de todos, pero también que el sistema de pensiones sea de todos y que sea de todos un sistema sanitario que asegure la igualdad de trato a cada uno de los ciudadanos. Y dije que aquel concepto de que las cosas importantes fueran de todos me parecía el más moderno y el más progresista, por lo que no entendía cómo los que se autoproclaman progresistas querían abrir la mano a que hubiera un “todos” más pequeño, es decir, a que hubiera un “todos” más interesado en lo “mío” o en lo de los “míos” que en lo “nuestro”.

Cartel que dio lugar a la conversación. En segundo plano, el peñón del Cuervo
                Que los andaluces pudieran decidir sobre las playas de Málaga en lugar de que lo hicieran los españoles me parecería un atraso de siglos. Como alguien puede venir un día alegando que estaríamos mejor gobernando nuestro pequeño destino y nuestras pequeñas cosas antes que el gran destino de todos y las cosas de todos, prefiero que las leyes recojan el derecho a decidir de los españoles y de nadie más. Y eso como paso previo a un derecho a decidir más amplio. “Esos alemanes y esos británicos que ahora hacen uso de la playa deberían tener un día la propiedad y el derecho a decidir sobre ella a través de las leyes que aprobara el Parlamento Europeo”, dije.

La ruta cruza el túnel que se ve a la derecha. Al fondo, Málaga
                Ya sé que es una pretensión estéril por ahora. Pero déjenme soñar. ¿No existe ya ese soberbio concepto de monumento patrimonio de la humanidad? No lo veremos nosotros ni lo verán nuestros hijos, pero puede que algún día el derecho a decidir sobre las playas de Málaga y de Barcelona no sea de los españoles ni de los europeos, sino de todos los seres humanos.


       * Publicado en el semanario La Comarca
    ** Hay una novela gráfica titulada así, "Paseo de los canadienses", de Carlos Guijarro, en la que se cuenta el bombardeo que durante la Guerra Civil sufrieron los habitantes de Málaga que huían hacia el Este.