Hace
unos cuantos días conversaba con alguien sobre el concepto de soberanía al hilo
de ese derecho a decidir de los pueblos del que tanto se habla ahora.
Casualmente, andábamos por un sendero que hay al mismo borde del mar entre las
localidades de Málaga y el Rincón de la Victoria, llamado Paseo de los canadienses**. Yo recordé que aquel litoral y aquella
playa era de todos y dije: “Esta playa por la que paseamos no es solo de los
malagueños, es también nuestra, aunque seamos de tierra adentro y solo vengamos
de paso. Y es también de todos los andaluces, aunque nunca vengan a visitarla
ni sean conscientes de ello. Y todavía más: es de todos los españoles”.
La senda va por la izquierda de la imagen |
Es de todos los españoles la
propiedad, además del uso, aclaré. El uso lo tienen también esos alemanes o
esos británicos con los que nos cruzamos. Nosotros, los españoles, somos
propietarios y, como somos muchos, decidimos sobre esta y sobre las demás playas
españolas a través de nuestros representantes, que son los diputados y
senadores de Las Cortes. Y aclaré que igual que los catalanes eran propietarios
de aquella playa, nosotros también éramos propietarios de las playas de Barcelona
y de Cadaqués. “El derecho a decidir sobre las playas de Málaga no lo tienen
los malagueños, ni los andaluces, sino los españoles, y lo mismo pasa con las
playas de Barcelona”, dije. Como la Ley es la expresión de la voluntad popular,
las leyes sobre las playas las hacen Las Cortes, aunque luego las apliquen las
comunidades autónomas y los ayuntamientos.
Playa de El Palo, Málaga, al amanecer. Para saber más de la ruta, pincha aquí |
En el transcurso de la
conversación, añadí que a mí aquel concepto de que las cosas importantes fueran
de todos me parecía sencillo y hermoso. Que los ríos sean de todos, que el aire
sea de todos y que el litoral sea de todos, pero también que el sistema de pensiones
sea de todos y que sea de todos un sistema sanitario que asegure la igualdad de
trato a cada uno de los ciudadanos. Y dije que aquel concepto de que las cosas
importantes fueran de todos me parecía el más moderno y el más progresista, por
lo que no entendía cómo los que se autoproclaman progresistas querían abrir la
mano a que hubiera un “todos” más pequeño, es decir, a que hubiera un “todos”
más interesado en lo “mío” o en lo de los “míos” que en lo “nuestro”.
Cartel que dio lugar a la conversación. En segundo plano, el peñón del Cuervo |
Que los andaluces pudieran
decidir sobre las playas de Málaga en lugar de que lo hicieran los españoles me
parecería un atraso de siglos. Como alguien puede venir un día alegando que
estaríamos mejor gobernando nuestro pequeño destino y nuestras pequeñas cosas
antes que el gran destino de todos y las cosas de todos, prefiero que las leyes
recojan el derecho a decidir de los españoles y de nadie más. Y eso como paso
previo a un derecho a decidir más amplio. “Esos alemanes y esos británicos que
ahora hacen uso de la playa deberían tener un día la propiedad y el derecho a
decidir sobre ella a través de las leyes que aprobara el Parlamento Europeo”,
dije.
La ruta cruza el túnel que se ve a la derecha. Al fondo, Málaga |
Ya sé que es una pretensión
estéril por ahora. Pero déjenme soñar. ¿No existe ya ese soberbio concepto de
monumento patrimonio de la humanidad? No lo veremos nosotros ni lo verán
nuestros hijos, pero puede que algún día el derecho a decidir sobre las playas
de Málaga y de Barcelona no sea de los españoles ni de los europeos, sino de
todos los seres humanos.
* Publicado en el semanario La Comarca
** Hay una novela gráfica titulada así, "Paseo de los canadienses", de Carlos Guijarro, en la que se cuenta el bombardeo que durante la Guerra Civil sufrieron los habitantes de Málaga que huían hacia el Este.
** Hay una novela gráfica titulada así, "Paseo de los canadienses", de Carlos Guijarro, en la que se cuenta el bombardeo que durante la Guerra Civil sufrieron los habitantes de Málaga que huían hacia el Este.