martes, 19 de enero de 2016

Madrugadores

Era sábado por la mañana, aún faltaba mucho para el amanecer y por la circunvalación de Málaga apenas había tráfico. Recuerdo que Luis y yo especulamos sobre los motivos de la gente para levantarse temprano y que yo le advertí que tal vez aquellos conductores no fueran grandes madrugadores, sino trasnochadores consumados.

De vuelta del aeropuerto, ya solo, cogí la cámara y me puse a andar por el paseo marítimo. Aunque era noche cerrada y hacía un fresco inusual para el clima que se suele disfrutar en Málaga, enseguida me encontré con individuos que corrían o que paseaban y con pescadores sentados en los espigones de piedras que protegen la playa, absortos en el agujero oscuro donde se hundía el sedal. “Estos no son trasnochadores –me dije–, sino seres como yo, a los que les gusta levantarse temprano para tener mucho día por delante”.


Ya en El Palo, un poco más allá del puente peatonal que salva la desembocadura del arroyo Jaboneros, vi que un individuo ensamblaba los hierros de un tenderete, vi que otros llegaban en furgones y vi un puesto de fruta completamente montado. Era, evidentemente, el comienzo de lo que pronto sería un mercadillo, y yo pensé que aquellas personas bien podían ser trasnochadores obligados a madrugar, seres, en fin, a los que les gustaría tener mucha noche por delante para divertirse y un día entero para dormir.


                El sol empezó a levantarse mientras yo proseguía con cierto relajo el paseo y hacía fotos. A mi alrededor había gentes como yo, que fotografiaban el amanecer o que pescaban o que corrían o que paseaban con su perro, y gentes que ponían veladores y sillas para que pudieran sentarse a desayunar los que iban en el mismo plan que yo. Todos habíamos madrugado, pero unos por distinta causa que otros, pensé. Y pensé que era útil y sano para mi espíritu haber cavilado un rato sobre esa nada sutil diferencia.

Peña barcelonista de El Palo poco después del amanecer, con la terraza preparada