España se ha
modernizado y ha dejado de ser el país del vuelva usted mañana, pero aún sigue
siendo el de la callada por respuesta. Lo digo porque aquí hay muy poca
gente que te mire a los ojos y te diga que no, por inocente que sea la demanda
y fácil que sea la contestación. Lo normal es que si el interesado pide algo se le den largas (o carrete, como también se dice) con las excusas
más imaginativas y se deje dormir el asunto hasta que se entienda
que el silencio es negativo
En España, la respuesta negativa se
sigue encomendando al tiempo, que ahoga poco a poco las esperanzas pero no las
mata, para que acaben muriéndose solas. En España no se entiende que una
esperanza que termina da lugar a otra, que cuando finalice debe dar lugar a
una tercera, y así sucesivamente. No parece sino que llegamos al mundo con una
sola esperanza que debe ser lo último que se pierda y, en consecuencia, que nadie puede defraudar sin ofender terriblemente.
En España, una negativa no se
entiende como una puerta que se
cierra, sino como la puerta que
se cierra. En España, los que deben contestarte no entienden que mientras más
tarden en hacerlo más vas a tardar tú en abrir otras sendas, que
tal vez sean mejores.