El mundo es pequeño, muchachos.
Me dirijo especialmente a vosotros, los adolescentes y los jóvenes, que aún
estáis en la edad escolar. El mundo es pequeño y está al alcance de la mano a
poco que sepamos movernos por él. El mundo es pequeño, la sociedad es ya global
y los intercambios de bienes y de personas se producen casi en el acto entre
las partes más alejadas del planeta. Compráis por internet productos que muy
probablemente hayan sido fabricados en Asia y se hallen almacenados en Centroeuropa.
Las películas y las series que veis y os inculcan sus valores han sido
producidas muy lejos. Viajáis con los amigos por parajes que vuestros padres ni
siquiera imaginaron pisar. Y estudiáis –probablemente sin ser conscientes de
ello– materias que luego deberéis poner en práctica en otros países. Y no me
refiero solo a los que realizan estudios relacionados directamente con el
ámbito internacional, como podría serlo el periodismo, sino a los que lo hacen
sobre disciplinas tan próximas a vuestro círculo familiar como son el derecho o
incluso la enfermería y la medicina.
El
mundo es cada vez más pequeño y está más interconectado, por lo que hay que
entenderse con los que se mueven por él, lo mismo que hacéis con los que se
mueven por vuestra calle o con los compañeros de vuestra clase. Como la gente
se entiende hablando, hay que hablar como habla la gente, y la gente de la
aldea global habla en su idioma y, además, en inglés. Al menos lo habla la
gente que parte el bacalao, y no está lejos el momento en que saber o no saber
inglés será una diferencia fundamental que marcará el estatus social, como lo
es ya saber leer y escribir.
Saber
inglés con fluidez es tan fundamental que pronto no se valorará el saberlo,
sino el no saberlo. Es decir, que pronto no se podrá alegar como mérito, al
igual que ya nadie puede alegar que tiene el carné de conducir B o que sabe
manejar un ordenador a nivel de usuario. Saber inglés se dará por hecho y ni se
mirará el currículo de quien no sabe hablarlo. De hecho, ya hay que ir
empezando a saber otros idiomas, si uno quiere despuntar un poco y lograr
empleos de más calidad.
Saber
idiomas es bueno por el mero placer de no sentirse aislado cuando se sale
fuera. O para ser más autónomo, o para entender lo que dicen las canciones, o
para conocer de verdad a otras gentes como vosotros, de otros lugares como el
vuestro. En la adolescencia y en la juventud aún no resulta muy complicado
aprender otro idioma, otros idiomas. Y tiempo para aprender tenéis de sobra,
aunque os parezca lo contrario: lo único que tenéis que hacer es gestionarlo
sin miedo y con provecho. Y, ojo, que gestionarlo así es mucho más agradable
que hacerlo tirándolo a la basura.
La sociedad
actual pone a vuestra disposición un montón de recursos para que podáis aprender
idiomas de una manera amena y divertida. Basta con que no os conforméis con
aprobar y queráis aprender. Si de verdad queréis, encontraréis un filón en las
clases, por supuesto, pero también en las canciones, y en las series, y en las
películas, y en los libros que os gustan. Podéis apuntaros a chat y utilizar
todas las opciones que os da internet. Y podéis acudir a campos de trabajo en
el extranjero, hacer intercambios con jóvenes como vosotros e intentar la beca
de un programa internacional, como el Erasmus.
Saber idiomas
es mucho más importante para la vida laboral que ser brillante en los estudios
y es una enorme fuente de satisfacción personal. Y hoy en día está al alcance
de cualquiera. Sería una estupidez no aprovechar los recursos de que disponéis,
el más importante de los cuales es la juventud. Luego, de mayores, tal vez sea
demasiado tarde.
* Publicado en el semananio La Comarca