Los partidos políticos no le exigen a los
electores capacidad de sacrificio, sino que le prometen un eterno presente de
vino y de rosas. Las campañas electorales son como colosales mercados al aire
libre donde los candidatos ofrecen a voz en grito sus servicios, que son gratis
y con regalos. El sacrificio viene después del “después” de la mano de los
ganadores, es decir, después del desastre y después de las elecciones que
suceden al desastre.
Hasta que el desastre se desencadena, la
filosofía del carpe diem reina por
completo en numerosos Gobiernos y se transforma en instalaciones públicas
sobredimensionadas o que no sirven para nada, en grandes fiestas colectivas, en
megaproyectos culturales o deportivos, en subvenciones para todos, en edificios
que no se pueden mantener, en actividades y servicios cuyo único retorno para
la sociedad es el puesto de trabajo de quienes se encargan de ellos o en ayudas
sociales desproporcionadas con las posibilidades del país, además de en puestos
de trabajo para los amigos o los correligionarios, en coches de empresa y
chóferes y en catering
multitudinarios después de cada acto social.
En todo caso, ¿qué importa el futuro si hay
elecciones mañana?
Pero el futuro llega y en el futuro está la
realidad, aparte de las elecciones.
Cuando estalla la burbuja del bienestar, la
realidad se llena de ciudadanos desarmados contra las nuevas circunstancias.
Los ciudadanos, no los partidos, son los primeros que se topan con ella. En la
realidad están los desahucios, la explotación laboral, la emigración de los
jóvenes, el cierre de las empresas y el paro.
La realidad sólo llega a los que no gobiernan
cuando gobiernan. Hasta ese momento, les puede más la demagogia y ofrecen
alternativas imposibles para ganarse el aprecio de los electores. Por algo,
cuanto más grande es el dolor, más difícil es el consuelo, pero es más cómodo
hacer germinar la semilla del sectarismo.
El problema de la cuadratura del círculo se
resuelve fácilmente desde fuera. Por eso, en lugar de sembrar el camino de
razón y sosiego, los perdedores soliviantan a las masas doloridas
prometiéndoles más bienestar por menos.