Igualdad y mérito
Según la doctrina filosófica, justicia
conmutativa es, en esencia, dar a todos por igual, mientras que justicia
distributiva es, también en esencia, dar a cada uno de acuerdo con sus méritos.
Tradicionalmente, la idea conmutativa de la justicia se ha aplicado a los
pactos, en los cuales se genera un intercambio igual de derechos y obligaciones,
en tanto que la justicia distributiva se ha aplicado a la distribución de
bienes y derechos en la sociedad y al veredicto de los jueces, que deben
valorar las diferencias de comportamiento.
Todos los derechos que se reparten afectan al
desarrollo social y económico de un país y, en consecuencia, a su sistema de
asignación de recursos. Ahora bien, hay unos derechos políticos, sociales o
culturales, como el sufragio, en los que el beneficio de unos no supone
directamente perjuicio para otros, y hay unos derechos de índole económica o
suma cero, en los que se distribuyen recursos escasos, de manera que lo que
gana uno lo pierde otro.
La Democracia ha tendido progresivamente a la
asignación conmutativa de los bienes y derechos gracias a que el impulso de los
progresistas ha sido asumido poco a poco por los conservadores. La
consideración del ser humano como sujeto de derechos iguales, con independencia
de su naturaleza y circunstancias, se ha ido afirmando en el ideario colectivo
y en las leyes a medida que crecía la conciencia de los mínimos que merecía la
dignidad humana. Los derechos de los presos, por muchos delitos de sangre que
hubieran cometido, y la atención social hacia los que no contribuyen a las
cargas o incluso hacia los contrarios al sistema, son ejemplos de la concepción
igualitaria de las democracias modernas, verdaderos Estados Sociales de
Derecho, que van más allá de la mera igualdad en el sufragio o de la pretensión
de igualdad en el salario.
La elevación del punto de partida de la dignidad
humana ha producido, no obstante, algunas situaciones inconvenientes que
afectan a la concepción distributiva de la justicia, en las que no se
diferencian suficientemente (ni se valoran) los distintos papeles que asumen
los sujetos implicados. Así, el incremento de los derechos de los delincuentes,
a los que frecuentemente se considera víctimas del sistema, ha supuesto una
merma de la estimación social de las víctimas de esos delincuentes, a quienes
se ve como parte del régimen que alienta los comportamientos delictivos. Y así,
en algunos países, como España, el sistema educativo ha sido diseñado para
elevar el nivel básico de todos los alumnos, lo que ha provocado la disminución
del nivel superior y del nivel medio y la desmotivación de los mejores estudiantes,
que ni han visto recompensado su esfuerzo ni han podido llevar hasta su límite
las potencialidades de que disponían, con el consiguiente empobrecimiento de la
sociedad.
(Continuará)