“¡Si os lo
mandaran!”, decían nuestras madres cuando salíamos a la calle a
jugar al fútbol y llovía, o cuando en pleno agosto, a la hora de la
siesta, cogíamos la bicicleta y nos íbamos por los caminos a
bañarnos en la alberca de algún amigo. Entonces la naturaleza estaba
más presente que ahora y era más salvaje. No había pabellones
cubiertos, ni monitores deportivos, ni eso que ahora se llama
actividades extraescolares. El mundo estaba lleno de peligros y de
territorios inexplorados y nuestros padres vivían más ajenos a
nuestra cotidianidad que ahora, aunque trataban de guiarnos por el
camino recto con cuatro reglas esenciales, el principio de autoridad
y el miedo a cuanto pudiera amenazar el futuro que habían previsto
para nosotros. “¡Si os lo mandaran!” era una expresión que
demostraba la impotencia de quien ya no podía someternos a su
voluntad, para actuaciones éticamente neutras pero incomprensibles,
que en ocasiones iba acompañada de alguna palabra más, como :
“¡Estáis como una cabra! ¡Si os lo mandaran!”.
Para quien por
obligación debe levantarse temprano a diario, resulta de difícil
comprensión que alguien se levante temprano un día que puede
hacerlo tarde. En tal caso, si ha oído de chico la mencionada frase,
no es raro que la diga cuando se entera de a la hora que quedamos los
domingos por la mañana, particularmente si hace frío, como está
ocurriendo estos días. “¡Si os lo mandaran!”. Nosotros no le
echamos demasiadas cuentas, y como mucho contestamos que ya que nos
levantamos temprano para trabajar, lo suyo es levantarse temprano
para disfrutar, o que es de ignorantes alargar los días de trabajo y
acortar los días de disfrute quedándose dormido hasta las tantas.
A veces, cuando estamos
viendo salir el sol, nos acordamos de alguien que se regodea en la
cama y pensamos en lo que se está perdiendo. O cuando ya avanzada la
mañana estamos con el queso y la bota, en mitad de la conversación,
comentamos que otro se estará levantando entonces en tanto nosotros
ya hemos consumido una buena parte de la jornada. Ese es nuestro
particular “¡si os lo mandaran!”. Son, en fin, dos formas
distintas de entender el mundo, y no digo yo que la nuestra sea la
mejor.
Había que tener mucha
vocación de caminante para madrugar el domingo pasado. Hacía frío
y las sábanas se pegaban más de lo habitual. Pero vocación es
precisamente lo que nos sobra a nosotros. De manera que estaba recién
comenzado el día cuando dejamos el coche cerca del ya tristemente
famoso cruce de la carretera A-435 con la N-502, donde días atrás
se produjo un accidente, para continuar por la antigua carretera de
Belmez, también llamada del Iryda, que ahora es un camino ancho,
aunque amenazado por la vegetación, de firme granulado y duro y unos
baches considerables, que en algunos tramos alcanzan proporciones de
terreno bombardeado.
Ida y vuelta, más de 19 km |
Curiosamente, un tramo
del camino de unos cuantos cientos de metros ha sido reasfaltado como
parte de las obras de la A-435 y se han arreglado las cunetas, lo que
resulta ciertamente incomprensible teniendo en cuenta el absoluto
abandono del resto de la vía y la ausencia de financiación para
conectar la A-435 y la N-502.
Con ese tema de
conversación anduvimos durante un rato. Otro tema nos lo dio el
frío, pues el campo estaba escarchado y las zonas más quietas de
los arroyos y las charcas estaban cubiertas por una fina capa de
hielo. Otro, las liebres y los conejos que salían a nuestro paso y
una cierva que pastaba entre las ovejas de un rebaño. Y otro, por
citar alguno más, la situación en que se encuentra la vecina
comarca minera del Guadiato y el destino de los fondos que se están
librando para su reconversión.
La zona no está
deteriorada urbanísticamente: se ven pocos chalets y los que se ven
no desentonan, no hay explotaciones intensivas de ganado y la mayoría
de las escasas edificaciones que descubre la vista entre el monte de
jaras y chaparros son pequeñas y están en ruinas. La ruta discurre
de Este a Oeste, al pie de los montes que enmarcan a Los Pedroches
por el Sur, uno de los cuales es el conocido como cerro de las
Antenas, porque sirve de localización para numerosas antenas de
televisión y telefonía. Las minas de las Morras se ven a lo lejos
desde una parte del recorrido, y el pueblo de El Viso, y las ruinas
de lo que fue la aldea minera de El Soldado, especialmente su montaña
de escorias cenicientas.
Ha sido un largo y
bonito paseo, en fin, por este lado de Los Pedroches. Y hemos visto
numerosos caminos por los que aún no hemos caminado, a los que sin
duda iremos cualquier domingo de estos, por mucho que oigamos aquello
de “¡si os lo mandaran!”.