A poco perspicaces que
sean, quienes hayan leído unas cuantas de estas pequeñas
crónicas domingueras sabrán que el ejercicio es importante para
nosotros, pero secundario, que es importante el paisaje y el
encuentro con el mundo físico en que vivimos, pero secundario
también, y que es secundario el hecho de superar esos pequeños
retos que nos marcamos, como vencer la natural tendencia a quedarnos
en la cama o a no ir más allá de donde nos dicta el cansancio. A
poco perspicaces que sean habrán intuido que lo principal es quedar
con otros a una hora determinada, compartir un rato de charla y beber
juntos unos cuantos tragos de vino. Ya sé que para eso no hace falta
levantarse temprano ni andar tantos kilómetros por esos caminos de
Dios, y que lo mismo puede hacerse en la barra de un bar o al amparo
de una mesa camilla, que parecen sitios más seguros y confortables,
pero en favor de nuestra afición está, aparte de los argumentos
secundarios antes referidos, el atractivo de hacerlo caminando codo
con codo hacia horizonte, lo que es tanto como decir hacia el futuro.
¿Habrá mejor metáfora de la amistad que la de hacer juntos un
camino?
Asumir tu destino en
compañía de otros, saber que en lo azaroso del recorrido
encontrarás apoyo y consuelo y encontrar un alma en la que se
expandan tus alegrías son rasgos propios de la amistad que nosotros
procuramos cultivar sobre la marcha, respetando las opiniones de cada
uno, aunque no las compartamos, guardando silencio, cuando procede el
silencio, y diciendo lo que más conviene según nuestra propia
razón, cuando el silencio no procede.
La marcha del pasado
domingo nos llevó por un paraje cercano al del anterior. Dejamos el
coche al inicio de una pista que sale a la izquierda un poco más
allá del km 4 de la A-430, que une Villanueva del Duque y Peñarroya.
Se trata de una vía muy ancha, de tierra, de firme en perfecto
estado y con amplias cunetas, rodeada de un terreno llano y supongo
que poco poroso, porque por los alrededores hay charcas estacionarias o
lagunillas, algunas de las cuales pueden observarse desde la carretera.
Ida y vuelta, más de 18 km |
Muy cerca de ella pasaba
la antigua vía del tren que unía
Puertollano-San
Quintín con Fuente del Arco, a la que ya me he referido en
anteriores entradas y a la que un día dedicaré una de ellas, pues
el tema tiene enjundia suficiente como darle más protagonismo. En el
cruce del camino con lo que antes era la vía férrea, sigue en pie
una de las muchas casetas del tren que había a lo largo del
recorrido, un habitáculo diminuto en el que hasta no hace tanto
tiempo debió vivir el guardabarreras con su familia, lo que viene a
indicarnos bien a las claras que en el pasado casi todo era peor que
ahora, por más que ahora nos acordemos de él con nostalgia, como si
todo en él hubiera sido jugar al corro, ir a coger grillos y rondar
a las muchachas.
Según había oído
antes, las grullas nunca cruzan el arroyo del Lanchar hacia el Este,
lo que se me presentó como un caso digno de atención. Nosotros, sin
embargo, vimos varias bandadas de grullas, alguno de ellos levantando
el vuelo, y estábamos a unos cuantos kilómetros más al este de los
límites que fijaba esa opinión popular. Según parece, las grullas
no entienden tanto de Geografía como nos creíamos, o no la
entienden desde el punto de vista de los límites o las fronteras, lo
que las hace más listas de lo que se las suponía, más listas, en
fin, de lo que se suponen a sí mismos algunos seres humanos.
Una de las labores del
campo que se realiza en invierno es la poda de las encinas, que por
estas tierras se denomina tala, como si se cortara el árbol por el
pie. La “tala” (la poda) sirve para despojar al árbol de algunas
de sus ramas, lo que facilita su rejuvenecimiento y aprovechamiento
en forma de leña. Pero no siempre se ha hecho de manera correcta, ni
teniendo en cuenta que la encina es de muy lento crecimiento. Hace
algunos años era frecuente ver en este árbol a una fuente inmediata
de recursos o incluso a un lastre para las fincas que iban a ser
sembradas de cereales, pues dificultaban el paso de las cosechadoras,
y se podaban sin criterio alguno o, directamente, se arrancaban, lo
que supuso un atentado contra el medio ambiente y el empobrecimiento
definitivo de algunas fincas.
Ahora, es necesario
pedir permiso para podar las encinas, los técnicos de la Consejería
de Medio Ambiente controlan esas labores y, sobre todo, existe otra
conciencia de la riqueza que supone ese árbol totémico de Los
Pedroches, que siempre se ha identificado con el carácter de los
habitantes de estas tierras, porque es sobrio, porque aguanta sin
rechistar las más duras inclemencias del exterior y porque mantiene
oculto lo más grande de él, sus amplias raíces.
Como la primavera se
está adelantando, el campo está cubierto de flores por algunos
territorios. E incluso ya hay quien está cogiendo espárragos en los
lugares más protegidos del frío. Sobre todo de esos que por aquí
se llaman “pinchosos”, porque brotan en las esparragueras de
sierra, que son más ásperas que las de dehesa. Sierra en lo que
rodeó nuestros pasos en el último trayecto, y con ella volvió el denso bosque mediterráneo, en el que
vimos algunos claros poblados de olivos, unos olivos flacos y débiles
que aguantaban como podían en un terreno que parecía sembrado de
piedras, de tantas como había.
Más adelante estaban el
pico Pelayo, el peñón del Castillo y Peñaladrones. Los vimos de
lejos antes de volvernos. Tiempo habrá de acercarse a ellos mientras
echamos otro rato de charla.