jueves, 21 de febrero de 2013

Elogio de la amistad

          A poco perspicaces que sean, quienes hayan leído unas cuantas de estas pequeñas crónicas domingueras sabrán que el ejercicio es importante para nosotros, pero secundario, que es importante el paisaje y el encuentro con el mundo físico en que vivimos, pero secundario también, y que es secundario el hecho de superar esos pequeños retos que nos marcamos, como vencer la natural tendencia a quedarnos en la cama o a no ir más allá de donde nos dicta el cansancio. A poco perspicaces que sean habrán intuido que lo principal es quedar con otros a una hora determinada, compartir un rato de charla y beber juntos unos cuantos tragos de vino. Ya sé que para eso no hace falta levantarse temprano ni andar tantos kilómetros por esos caminos de Dios, y que lo mismo puede hacerse en la barra de un bar o al amparo de una mesa camilla, que parecen sitios más seguros y confortables, pero en favor de nuestra afición está, aparte de los argumentos secundarios antes referidos, el atractivo de hacerlo caminando codo con codo hacia horizonte, lo que es tanto como decir hacia el futuro. ¿Habrá mejor metáfora de la amistad que la de hacer juntos un camino? 
            Asumir tu destino en compañía de otros, saber que en lo azaroso del recorrido encontrarás apoyo y consuelo y encontrar un alma en la que se expandan tus alegrías son rasgos propios de la amistad que nosotros procuramos cultivar sobre la marcha, respetando las opiniones de cada uno, aunque no las compartamos, guardando silencio, cuando procede el silencio, y diciendo lo que más conviene según nuestra propia razón, cuando el silencio no procede.
            La marcha del pasado domingo nos llevó por un paraje cercano al del anterior. Dejamos el coche al inicio de una pista que sale a la izquierda un poco más allá del km 4 de la A-430, que une Villanueva del Duque y Peñarroya. Se trata de una vía muy ancha, de tierra, de firme en perfecto estado y con amplias cunetas, rodeada de un terreno llano y supongo que poco poroso, porque por los alrededores hay charcas estacionarias o lagunillas, algunas de las cuales pueden observarse desde la carretera.
Ida y vuelta, más de 18 km
            Muy cerca de ella pasaba la antigua vía del tren que unía Puertollano-San Quintín con Fuente del Arco, a la que ya me he referido en anteriores entradas y a la que un día dedicaré una de ellas, pues el tema tiene enjundia suficiente como darle más protagonismo. En el cruce del camino con lo que antes era la vía férrea, sigue en pie una de las muchas casetas del tren que había a lo largo del recorrido, un habitáculo diminuto en el que hasta no hace tanto tiempo debió vivir el guardabarreras con su familia, lo que viene a indicarnos bien a las claras que en el pasado casi todo era peor que ahora, por más que ahora nos acordemos de él con nostalgia, como si todo en él hubiera sido jugar al corro, ir a coger grillos y rondar a las muchachas. 
            Según había oído antes, las grullas nunca cruzan el arroyo del Lanchar hacia el Este, lo que se me presentó como un caso digno de atención. Nosotros, sin embargo, vimos varias bandadas de grullas, alguno de ellos levantando el vuelo, y estábamos a unos cuantos kilómetros más al este de los límites que fijaba esa opinión popular. Según parece, las grullas no entienden tanto de Geografía como nos creíamos, o no la entienden desde el punto de vista de los límites o las fronteras, lo que las hace más listas de lo que se las suponía, más listas, en fin, de lo que se suponen a sí mismos algunos seres humanos.
            Una de las labores del campo que se realiza en invierno es la poda de las encinas, que por estas tierras se denomina tala, como si se cortara el árbol por el pie. La “tala” (la poda) sirve para despojar al árbol de algunas de sus ramas, lo que facilita su rejuvenecimiento y aprovechamiento en forma de leña. Pero no siempre se ha hecho de manera correcta, ni teniendo en cuenta que la encina es de muy lento crecimiento. Hace algunos años era frecuente ver en este árbol a una fuente inmediata de recursos o incluso a un lastre para las fincas que iban a ser sembradas de cereales, pues dificultaban el paso de las cosechadoras, y se podaban sin criterio alguno o, directamente, se arrancaban, lo que supuso un atentado contra el medio ambiente y el empobrecimiento definitivo de algunas fincas.
            Ahora, es necesario pedir permiso para podar las encinas, los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente controlan esas labores y, sobre todo, existe otra conciencia de la riqueza que supone ese árbol totémico de Los Pedroches, que siempre se ha identificado con el carácter de los habitantes de estas tierras, porque es sobrio, porque aguanta sin rechistar las más duras inclemencias del exterior y porque mantiene oculto lo más grande de él, sus amplias raíces.
            Como la primavera se está adelantando, el campo está cubierto de flores por algunos territorios. E incluso ya hay quien está cogiendo espárragos en los lugares más protegidos del frío. Sobre todo de esos que por aquí se llaman “pinchosos”, porque brotan en las esparragueras de sierra, que son más ásperas que las de dehesa. Sierra en lo que rodeó nuestros pasos en el último trayecto, y con ella volvió el denso bosque mediterráneo, en el que vimos algunos claros poblados de olivos, unos olivos flacos y débiles que aguantaban como podían en un terreno que parecía sembrado de piedras, de tantas como había.
            Más adelante estaban el pico Pelayo, el peñón del Castillo y Peñaladrones. Los vimos de lejos antes de volvernos. Tiempo habrá de acercarse a ellos mientras echamos otro rato de charla.