Ahora que en uno de esos
movimientos pendulares con que se mueve la historia el mundo gira hacia la
antiglobalización, yo me he acordado de aquella secuencia de La guerra de
las galaxias en la que Luke y Obi-Wan van a la cantina de Mos Eisley, un
local de mala reputación en la que hay un montón de extraños seres de la galaxia
alternando de distinta forma, mientras una banda ameniza el ambiente con una
música pegadiza. He dicho seres extraños y por extraños debe entenderse humanos
y alienígenas de diferente procedencia, que, sin embargo, comparten no solo el
gusto por la música, sino unos intereses en virtud de los cuales están en el
mismo lugar al mismo tiempo, sabedores de que, en el fondo, han tenido un
origen similar y tendrán el mismo destino.
El mundo va ahí, a eso, de modo que en el futuro todo será una
especie de cantina de Mos Eisley en la que conviviremos hombres y mujeres,
negros y blancos, creyentes y ateos, cristianos y musulmanes…, aunque ahora a
unos les parezca que los otros son alienígenas que proceden de otro planeta y
en ese planeta deben quedarse.
El mundo será mestizo y multicultural, cada una de las partes
del mundo lo será, aunque unas tarden más y otras tarden menos en admitirlo. Por
multicultural debe entenderse integrador, no asimilador. La diferencia es
importante porque muchas veces exigimos a los inmigrantes que se integren,
cuando lo que les estamos pidiendo es que se asimilen.
La integración implica que los grupos minoritarios
participen en la sociedad mayoritaria sin perder su identidad cultural,
lingüística y religiosa. Se basa en la convivencia y el respeto e incluye la
preservación de costumbres y tradiciones y la adaptación mutua. La asimilación,
en cambio, implica que los miembros de las minorías adopten la cultura
dominante, lo que puede llevar a la desaparición de su idioma, sus costumbres y
sus tradiciones.
El mundo del futuro será integrador. Lo será después de
mucho sufrimiento. Tal vez ocurra como con las guerras de religión que
sacudieron Europa durante casi dos siglos después de la Reforma protestante.
Entonces, la razón (la fe, en realidad) no admitía transacciones y los muertos
se contaron por millones y millones. De hecho, la idea de la integración al
final del camino puede resultar en exceso optimista, incluso una quimera, pero
lo mismo debió de parecerle a los católicos que luchaban contra los luteranos,
esos seres diabólicos que representaban una amenaza religiosa, política y
social. Y por idénticos motivos debió parecerle a los luteranos que luchaban
contra los católicos. Y a los calvinistas, y a los hugonotes, y a los anglicanos…
Ahora, viendo en los telediarios ese afán por lo
identitario, por lo puro, esa codicia por lo exclusivo que une a los que priorizan
la tribu y el terruño de lo nuestro (por grande que sea) frente a la patria de todos
los hombres y todas las mujeres, ahora, decía, esa idea puede parecer de imposible
cumplimiento, pero la realidad es que ya nos estamos encaminando hacia ella,
por un camino de minas y abrojos, dos pasos adelante y uno atrás, sin dirección
casi siempre, sin saberlo, pero hacia esa meta ineludible. Porque está en la
naturaleza de las cosas y porque ya hemos visto en los libros de Historia que todas las
islas acaban ocupándose, que todas las fronteras acaban derrumbándose, que
todos los imperios acaban desapareciendo, que todas las ideas gloriosas acaban siendo
una más y que hasta las fes más intolerantes acaban respetando a las otras o desapareciendo.