La cosa acabará mal. Siempre ocurre en esos casos, cuando uno impone y los
otros se ven obligados a firmar. Acabará mal para el que impone. Y para los que
lo siguen solo porque es el más fuerte. Acabará mal para Estados Unidos y para
quienes se han arrimado a la sombra de su presidente y le ríen las
gracias, quizá pensando que en el futuro podrán sacar provecho de ese apoyo. Y
acabará mal para los ciudadanos de EEUU, quizá especialmente mal para aquellos
que creyeron seguridad en sí mismo lo que no era sino estupidez y lo votaron.
Donald Trump es el típico gigante torpe que no sabe gestionar su fuerza, al
que todo el mundo teme pero casi nadie respeta. Y el miedo no genera en el otro
más que sensación de injusticia y resentimiento, rabia, un sentimiento larvado
dispuesto a ponerse en marcha a la menor sensación de debilidad del poderoso.
Si Ucrania, si Méjico, si Canadá, si China, si la Unión Europea y si otros
muchos acaban llegando a acuerdos con EEUU solo porque Trump los impone, a EEUU quizá le vaya bien al principio, quizá, pero le irá mal no tardando mucho, porque los
acuerdos hay que cumplirlos y nadie cumple bien un acuerdo en el que sale
manifiestamente perdiendo mientras el otro sale manifiestamente ganando.
Un acuerdo equilibrado es la clave para que ambas
partes se sientan satisfechas y comprometidas con lo pactado y, además, suele
ser la mejor garantía para que se cumpla sin problemas. ¿Firmaría Donald Trump los
acuerdos que está imponiendo a unos y a otros? ¿A que no? Pues eso.