Hace unos años, Carmen y yo estuvimos en el taller de Rafael Sánchez Molina y yo dejé constancia de aquella visita aquí. Unos meses después, escribí otra pequeña entrada sobre él. O sobre su obra. O sobre el arte. O sobre la humildad. O sobre la calma. Escribí aquellas entradas sobre lo que su obra y él mismo me inspiraban, lo que es tanto como decir que en buena parte las escribí sobre mí mismo.
Rafael me las agradeció mucho, tal vez porque se vio comprendido como artista, lo que para alguien que intenta expresar emociones con su obra es muy gratificante.
Lo sé por experiencia. Y ahora lo digo por mi experiencia con él, porque Rafael siempre me hablaba de mis libros como yo siempre he querido que hablen de ellos los lectores, comprendiendo lo que he escrito, comprendiéndome.
Aunque no lo traté mucho, entre él y yo, en fin, había algo especial.
Había.
Hablo en pasado porque Rafael, que siempre me deseaba salud, ha muerto.
Los buenos pintores y las buenas personas se venden caras, Rafael. Y se venden caros los buenos lectores. Ahora que te has ido, me siento de todo un poco más huérfano.
Autorretrato de Rafael |