sábado, 27 de abril de 2019

Un gran artista humilde


Rafael Sánchez Molina dice que él se limita a transformar unas cosas en otras, casi siempre igual de inútiles que antes. Dice que no es un artista, sino un trabajador.

Yo le he dicho que el de creador y el de currante son papeles complementarios que conviven en el yo único del artista. No en vano, también la Naturaleza trabaja cuando trae al mundo a sus criaturas, cuando hace germinar las semillas y cuando convierte esa cosa que es una montaña en esa otra cosa que es un llano, ambas aparentemente inútiles pero ambas igualmente hermosas.

(Aunque construya tanto como destruya y en ella convivan el orden y el desorden, la Naturaleza es, antes que nada, un manantial artístico, como lo es Rafael Sánchez Molina. O eso creo yo).

Se lo digo tras haber conocido su obra y haberlo conocido a él.

En su obra, hay un algo especial con lo que me siento solidario sin saber muy bien por qué. Quizá porque en ella se palpa el impulso creativo antes que el cálculo o la razón, el querer crear antes que el saber lo que se quiere, como en cierta manera me pasa a mí. O, quizá, porque en los fascinantes objetos que construye y en sus pinturas hay un aliento escondido muy próximo al que anima mi sensibilidad.

En él, por otra parte, hay una voz calmosa y una mirada blanda que seduce aunque no te mire, sobre todo cuando está mostrando los objetos que ha creado, a los que coge y suelta con la dulzura de una madre.

Rafael Sánchez Molina dice que no es un artista, y lo dice de corazón: se nota que es un gran artista humilde.

Composición de Rafael Sánchez Molina en el escaparate de óptica Centrovisión