Rafael Sánchez Molina dice que él
se limita a transformar unas cosas en otras, casi siempre igual de inútiles que
antes. Dice que no es un artista, sino un trabajador.
Yo le he dicho que el de creador y el de currante son papeles complementarios que conviven en el yo único del
artista. No en vano, también la Naturaleza trabaja cuando trae al mundo a sus
criaturas, cuando hace germinar las semillas y cuando convierte esa cosa que es
una montaña en esa otra cosa que es un llano, ambas aparentemente inútiles pero
ambas igualmente hermosas.
(Aunque construya tanto como
destruya y en ella convivan el orden y el desorden, la Naturaleza es, antes que
nada, un manantial artístico, como lo es Rafael Sánchez Molina. O eso creo yo).
Se lo digo tras haber conocido su
obra y haberlo conocido a él.
En su obra, hay un algo especial
con lo que me siento solidario sin saber muy bien por qué. Quizá porque en ella
se palpa el impulso creativo antes que el cálculo o la razón, el querer crear
antes que el saber lo que se quiere, como en cierta manera me pasa a mí. O,
quizá, porque en los fascinantes objetos que construye y en sus pinturas hay un
aliento escondido muy próximo al que anima mi sensibilidad.
En él, por otra parte, hay una voz calmosa y una
mirada blanda que seduce aunque no te mire, sobre todo cuando está mostrando
los objetos que ha creado, a los que coge y suelta con la dulzura de una madre.
Rafael Sánchez Molina dice que no
es un artista, y lo dice de corazón: se nota que es un gran artista humilde.
Composición de Rafael Sánchez Molina en el escaparate de óptica Centrovisión |