jueves, 7 de febrero de 2019

El taller de Rafael Sánchez Molina


                  Rafael Sánchez Molina es un artista con taller en Pozoblanco.

                Rafael me invitó un día a visitar su taller y Carmen se apuntó enseguida, porque, al igual que yo, admira los escaparates que confecciona para la óptica Centrovisión, frente a los que siempre nos detenemos para disfrutar sus composiciones, aunque ya los hayamos visto un montón de veces.

                El taller de Rafael tiene de todo, desde lo más común a lo más insólito.

                Cualquiera que no supiera que las cosas tienen alma y están donde quieren estar diría que el taller de Rafael está desordenado. Cualquiera que tuviera una mínima sensibilidad, en cambio, diría que Rafael consiente que las cosas vayan a su aire y vivan su vida, por lo menos mientras no las necesite él.

                Rafael nos ha enseñado una fotografía antigua que encontró en la casa, los materiales que coge por aquí y por allá para componer sus obras, los restos de algunos montajes para los escaparates y dos series de pinturas en cartulina, hechas con materiales sintéticos y de contenido abstracto o escasamente figurativo, en las que yo he visto muchas de las imágenes que pueblan mi mente cuando escribo, especialmente cuanto escribí la trilogía de Occidente.

                Algo le he dicho a Rafael sobre esto último, aunque no sé muy bien si he sabido hacerle ver lo cerca que están nuestras obras y, en consecuencia, lo cerca que debemos de estar el uno del otro.

                El taller de Rafael tiene de todo. Y lo tiene a él.

              Lo digo porque él es tanto persona como personaje y, en tanto que personaje, también tiene su atractivo. Lo digo porque es un espectáculo verlo pasar la mano cariñosamente por las cartulinas, como si las acariciara, porque lo es oírlo hablar con acogedor sosiego de las texturas y los colores y lo es verlo moverse parsimoniosamente entre los objetos y las musas que a buen seguro pueblan la estancia. Y lo digo porque uno puede sentir enseguida el cariño que le tiene al objeto artístico, porque uno, en fin, puede captar con él todo lo que hay de divino en esa extraña existencia que llevamos los seres humanos.