Aunque han pasado una pila de años y mi memoria ya flaquea, parece que ahora estoy viendo a mis hermanos y a toda su pandilla de amigos sentados en el escalón de entrada (aquí lo llamamos batior) de la casa frontera a la mía, la de Carmen Trucios y Juan Amor, que era un poco más alto de lo común. El citado batior estaba justo frente a la puerta de mi casa, adonde llegaba el alboroto alegre de aquellos muchachos que, algunas veces, entraban y salían para ir hasta la antigua cuadra, cuyas paredes habíamos cubierto con pósteres de jugadores y equipos de fútbol que venían en el Marca y donde mi padre nos había instalado una mesa de ping-pong.
Uno de aquellos niños era Miguel
Cardador. A él lo recuerdo especialmente porque era especialmente simpático,
especialmente vivo, especialmente extrovertido y especialmente hablador, porque
era una persona especial, en suma. Lo recuerdo, además, porque desde entonces
no ha dejado de estar de una forma o de otra en la vida social de mi pueblo,
Pozoblanco, donde ha desempeñado mil y una tareas, y en la vida de mi familia,
especialmente en la de mi hermano Miguel, de quien es íntimo amigo.
Cuando Miguel Cardador puso en
marcha su periódico Los Pedroches Información, quiso contar conmigo. Yo no había
escrito nunca artículos de opinión y la experiencia me ayudó a adentrarme en mí
mismo y me puso en contacto con un público muy amplio, del que recibí numerosas
muestras de afinidad y aprecio. También contó conmigo cuando, después de un
forzado silencio editorial, puso en marcha su periódico La Comarca. Es más,
algunas veces me llamó para pedirme por favor que escribiera, porque por aquel
entonces yo tenía la mente en otros proyectos y escribir artículos de opinión
me daba como pereza.
A mí nunca me dio directrices, ni yo
he sentido el peso de ninguna línea editorial escribiendo para sus periódicos.
Y me consta que así ha sido siempre con todo el mundo. Es más, yo creo que
nunca ha habido un medio tan diverso y tan libre en Los Pedroches como aquel
Los Pedroches Información en el que escribieron, entre otros muchos, Gabriel
García de Consuegra, Pérez Zarco, Antonio Merino y yo mismo. Miguel Cardador,
en fin, siempre me ha estado agradecido porque yo escribiera, mucho o poco, en
sus periódicos, pero el que está agradecido soy yo, porque cuando nadie contaba
conmigo, él sí lo hizo.
Miguel Cardador, además, es lector
paciente de mis libros. Para mí eso tiene mucho mérito porque yo no escribo
pensando en los lectores, sino en crear belleza, porque generalmente no los
presento y porque les doy muy poca publicidad. Los escasos lectores de mis
libros son, en general, gentes que los leen sin compromiso alguno y me quieren
sin admirarme, que es como yo quiero que me quieran.
Miguel Cardador ha tenido mucha relevancia
en la vida social de Pozoblanco de los últimos tiempos: ha sido concejal, ha
sido uno de los grandes impulsores del fútbol modesto y, además del expresado
papel de único editor de semanarios de Los Pedroches de la era reciente, ha
tenido mucha relevancia en la radio y la televisión local. Miguel Cardador es
deportista y escritor, tiene una personalidad arrolladora, un poder de convicción
tremendo y una enorme facilidad para la comunicación. Miguel Cardador tiene
carisma de líder y perfil de exitoso personaje de novela.
Y por todo eso, tiene mucha
importancia para mí, y tiene mucha importancia para todo el mundo, que Miguel
Cardador haya desnudado su mente (y su corazón) para mostrarnos que detrás de
todo eso, detrás de su faceta como editor, como periodista y como empresario, detrás
de su desparpajo y su alegría, de sus intervenciones en la radio y en la
televisión, detrás de su capacidad y su éxito, hay una persona que sufre una
enfermedad mental.
Y lo ha hecho de la forma más
pública posible, en un libro que recoge su experiencia con el trastorno
obsesivo (no compulsivo), La mochila de la mente, que ha editado en Amazon, desde donde los beneficios irán a la Asociación de Familiares y Enfermos Mentales del Valle de los Pedroches (AFEMVAP), a quien ha cedido todos los derechos.
«Con las enfermedades mentales no
solo hay que salir del armario, sino que el armario hay que quemarlo», dice
Miguel Cardador en su libro (pag. 119). Él ha salido del armario y lo ha
quemado luego para dar la cara por todos los enfermos mentales, personas que
han sufrido y siguen sufriendo la incomprensión de una sociedad que todavía hoy
sigue en buena parte culpando a los propios enfermos de su enfermedad, como si ellos
se la hubieran buscado y de ellos dependiera su curación.
Nadie conoce bien el dolor ajeno,
por mucho que quiera razonarlo. Nadie como quien padece lo que tú para sentir
lo que tú. La empatía es, fundamente, acompañar, y nadie acompaña tanto como el
que, por haber sufrido lo que tú, sabe lo que de verdad pesa tu sufrimiento y
te entiende. Por eso tienen tanta importancia testimonios como el que Miguel
Cardador expone crudamente en su libro. «Me hago una idea de lo que estas
personas tuvieron que padecer cuando la mayoría de ellos sufrieron la
enfermedad sin tratamiento», dice (pag. 131). Él, que padece una enfermedad y
sufre, se hace una idea de lo que sufren los otros y los acompaña, y los ayuda,
porque les hace saber que no están solos.
Y, de paso, nos ayuda a nosotros,
los supuestamente sanos, los sanos por ahora, a entender lo frágil que es
nuestra salud mental. No en vano, en esta vida toda buena salud es transitoria,
pues tarde o temprano algo vendrá para aguarnos la fiesta. Ese algo bien puede ser
una enfermedad mental. Conviene que todos pensemos en eso para extender sobre
los enfermos mentales el amparo de la normalidad, esto es, para hacer que la
sociedad sienta por todos los enfermos la misma comprensión y tenga con ellos
la misma ayuda, sean del tipo que sean.
*Para acceder al libro, pincha sobre la imagen.