Cuando compras por internet, el
paquete va de un lado a otro del mundo saltando fronteras, guiado por un sistema
de gestión que le asegura el trazado desde el almacén primero hasta tu casa.
Aviones, barcos, camiones, coches de reparto y multitud de brazos y manos le
sirven de apoyo en una secuencia automática y eficiente, tan lógica como
inverosímil. Es la aplicación de la Logística, esa ciencia puramente formal que
"despersonaliza" las cosas, pues les quita su esencia y las convierte
en códigos.
Cuando estoy en un aeropuerto,
siento que soy como uno de esos paquetes. Largas salas sin adornos ni asientos,
absolutamente impersonales, en las que debes hacer cola para que te den el
billete, colas zigzagueantes para pasar a la sala de embarque que deben seguir
el trazado de las vallas de quita y pon que un operario uniformado controla con
esmero, colas para subir al avión, trazados kilométricos sobre suelos fijos o
suelos móviles, unas veces entre tiendas dutyfree
y otras doblando esquinas y transitando enormes corredores, mostradores que se
marcan en las pantallas, puertas que también se marcan en las pantallas, controles,
más controles, todavía más controles, ahora tienes que mostrar el pasaporte y
el billete, ahora solo el billete, ahora solo el pasaporte, ahora de nuevo el
pasaporte y el billete, ahora te cachean, ahora debes subir una escalera
mecánica, ahora bajar otra, ahora quizá debas coger un tren interior…
Mientras espero aquí y allá, leo
"El castillo", de Kafka. Si el gran escritor checo hubiera vivido en
esta época, habría escrito algo sobre estos lugares inhóspitos, en los que no
se ven personas mayores y transitan gentes hablando en todos los idiomas del
mundo, de todas las razas, de todas las culturas, con todas las imágenes
posibles.
Soy el número de mi pasaporte. Voy
de aquí a mi destino siguiendo la lógica de una ciencia nueva, sumamente
eficiente, la Logística, como uno de esos paquetes que pido por internet.