Los patrocinadores, mecenas o sponsor están detrás de la mayoría de
las tareas que desarrolla la sociedad. Lo están, financiando a los clubes
deportivos, las actividades culturales, los programas sociales y, también, la
investigación, la educación y el desarrollo. Eso lo sabe cualquiera, a poco que mire los programas
de las actividades o los presupuestos de ingresos de las asociaciones sin ánimo
de lucro, pero lo saben mejor que nadie los directivos de esas asociaciones,
cuya primera función suele ser la de buscar patrocinadores, y lo saben los
propios patrocinadores, que reciben constantemente solicitudes de ayuda de las
asociaciones.
Es tal la relación entre los
patrocinadores y la sociedad, que sin los patrocinadores no podrían realizarse
la mayoría de las actividades de esta, o tendrían mucha menos relevancia, pues
la fuente de ingresos que suponen no sería compensada por ninguna otra, y mucho
menos por la Administración, que ya tiene bastantes frentes abiertos y puede atender
muy pocos más.
Por eso, lo que debe hacer la
Administración es facilitar el mecenazgo, a fin de que las asociaciones que están
donde la Administración no llega cuenten con financiación suficiente. Es así
como individuos y empresas de todo tipo financian una cantidad ingente de
programas sociales. Las empresas grandes, haciéndose cargo de proyectos grandes
y, las pequeñas, de proyectos pequeños. No hay cartel de actividades ni
presupuesto de asociaciones que no cuente con la aportación de empresas o
particulares, quienes generalmente no reciben a cambio más que la satisfacción
de haber colaborado.
Salvo casos excepcionales, a
nadie se le ocurre cuando ve el anuncio de un evento, y mucho menos cuando
recibe el dinero, poner en cuestión la idoneidad moral del patrocinador. Cuando
el Club Baloncesto de Pozoblanco (del que fui cofundador y directivo), por
ejemplo, recibía el dinero de CajaSur, a nadie se le ocurría pensar que CajaSur
ejecutaba las hipotecas y desahuciaba a los morosos. Igual que a nadie se le
ocurre ponerle cara a los desahuciados de un banco cuando se acerca a una de
sus oficinas para cobrar los mayores intereses posibles por sus depósitos.
En democracia, el patrocinador
debe cumplir con las leyes (que son la expresión de la voluntad popular),
especialmente con las laborales y las tributarias, y debe responder de su
incumplimiento. Exactamente igual que cualquier socio de Cáritas, de la Cruz
Roja o de Médicos sin Fronteras. Y digo en democracia, para que no confundamos
el patrocinio con la corruptela mafiosa. En democracia, las donaciones deben
ser claras y públicas, y hacerse a cambio de nada, en tanto que las corruptelas
mafiosas ni son claras ni son públicas, y se hacen a cambio de algo,
generalmente para mantener cautiva la voluntad de quienes las reciben.
Como el mecenazgo consiste en
dar, hay quien lo confunde con la caridad, actitud que se ubica en el pasado,
como la limosna, y suele contraponerse a la justicia. Quienes piensan que solo
hay justicia y caridad, tienen una mala opinión de la caridad, porque la
asocian a los ricos y a los poderosos, que la practican en ausencia de la
justicia, plasmándola en unas cuantas migajas y para tapar su mala conciencia. La
caridad, así entendida, se corresponde con regímenes predemocráticos, no
sociales y sin un sistema progresivo de tributación.
El
mecenazgo, sin embargo, no es caridad ni tiene nada que ver con ella. En la
naturaleza del mecenazgo está la devolución a la sociedad de parte de lo que la
sociedad ha aportado al mecenas y, en ese sentido, tiene un componente
importante de justicia. El mecenazgo es un complemento de los presupuestos
públicos, solo existe en puridad en los estados sociales y democráticos y es
practicado por un particular o una empresa que está sometida a un régimen
fiscal progresivo y a un estricto régimen laboral. Ante el mecenazgo, el
ciudadano debe exigir que se cumplan las leyes fiscales y laborales y,
paralelamente, debe agradecer que se donen bienes o se presten servicios para
el mayor bienestar general.
Cáritas, existe, y Cruz Roja, y
Médicos sin Fronteras, y Greenpeace, y Save the Children, y cumplen una
actividad complementaria de la Administración, que es de justicia más que de
caridad. Todas estas ONGs y muchas más existen porque hay una demanda social
que el Estado de Bienestar no satisface ni satisfará nunca. Y aún más, hay
demandas que hemos situado en la esfera pública que el Estado no puede
financiar por la propia naturaleza de las demandas y por la propia naturaleza
del Estado. Así, las demandas relacionadas con la salud, que son una obligación
del Estado, son especiales porque tienden a infinito. Quiero decir que si
hubiera más dinero público, las medicinas serían totalmente gratis, y lo sería
la atención bucodental, y la podológica, y habría más programas de prevención,
y más hospitales, y más médicos, y más aparatos y más modernos y, en fin, habría
más de todo. No lo hay. Y como no lo hay, lo que hay es un desequilibrio entre
las demandas de salud de la ciudadanía y la oferta pública para satisfacerlas.
Para cubrir ese desequilibrio,
la Administración puede gestionar mejor y puede buscar más ingresos.
Especialmente, puede exigir más impuestos a los que más tienen. Puede
incrementar el gasto en salud hasta el límite de la perfección y, aun así,
siempre habrá un déficit en la atención sanitaria al ciudadano. Por eso nunca
están de más las ayudas que le vengan a la Administración por la vía del
patrocinio, como le llegan a las asociaciones privadas sin ánimo de lucro. Y no
creo que eso deba enmarcarse dentro del campo de la caridad, ni que deba
llamarse limosna al patrocinio de una empresa que sirva para costear aparatos
de la Administración Sanitaria que ayuden a eliminar el cáncer, sino, al
contrario, creo que debe llamarse un acto de justicia.
La fundación Amancio Ortega va a
donar 320 millones de euros para que hospitales públicos de toda España
puedan comprar más de 290 equipos de última generación para el diagnóstico y
tratamiento radioterápico del cáncer, lo que ha sido cuestionado por una parte
de nuestra sociedad. Es esa parte, creo yo, que no sabe distinguir entre
limosna y patrocinio, que confunde al mecenas con el mafioso y cree que solo
hay justicia dentro de su ideología. Probablemente sean los mismos que compran
en Zara y critican a Zara, los mismos que justifican sus propios fraudes y son
implacables con los fraudes del vecino, los mismos que no saben, a la vez,
exigir el cumplimiento de las leyes y agradecer un acto de generosidad.
Son los mismos que siempre piensan
en lo más retorcido, que no se gustan, que sienten envidia del éxito ajeno, que
son tristes y, sobre todo, que están sanos. Que están sanos ellos y sus
familias y los seres que quieren. Porque si no es así, es que, además, o son tontos
o lo parecen.
* Publicado en el semanario La Comarca