El taxista que nos llevaba hasta
el mirador de Los Brecitos desde el aparcamiento de La Viña nos habló de un
proyecto para construir varios hoteles y campos de golf en la isla que,
afortunadamente, había sido rechazado. El taxista del que les hablo era un
palmero hablador y amante de su tierra, de su historia y de sus gentes, un individuo
singular del que nos acordamos varias veces a lo largo del camino, que discurre
por laderas empinadas, zigzaguea junto a estrechos barrancos y, a veces, toma
el mismo cauce de los ríos.
La ruta del barranco de Las Angustias, en pleno parque nacional de la Caldera de Taburiente, es una de las
más famosas de la isla de La Palma, que cuenta con una red de senderos superior
a los mil kilómetros. Andando por ella, uno se encuentra muy de vez en cuando
con otros senderistas, todos amables, todos amigos de la naturaleza, todos respetuosos
con lo que tocan y perfectamente adaptados al medio ambiente.
Los senderistas son turistas excepcionales,
que no hacen ruido, aman como nadie lo que ven y dejan las cosas como se las encontraron, esto es, como tuvieron
a bien dejarlas los nativos. En La Palma, la mayoría son extranjeros,
principalmente alemanes, a los que uno puede ver comiendo en los restaurantes, comprando
en los supermercados o como pasajeros de los barcos de excursionistas que bordean la costa en
busca de playas, cuevas y delfines.
Los senderistas, creo yo, son
turistas que convienen. En La Palma, están mimetizados en el entorno y casi no
se les nota, porque suelen ser de natural prudente y porque no necesitan grandes
suites, ni casinos, ni complejos artificiales
de ocio. La isla de La Palma, que está declarada Reserva Mundial de la Biosfera
desde 2002, es un lugar paradisíaco. Todo está limpio, todo está como nuevo,
todo tiene tanto color que parece que alguien se ocupa de pintarlo cada mañana,
antes de que los vecinos se levanten. La isla de La Palma es un lugar hermoso, donde
el turismo es una industria sostenible.
El taxista nos dijo que habían
rechazado el proyecto de convertir la isla de La Palma en un lugar turístico al
uso, pero en Internet he visto que en 2016 el Parlamento Canario abrió las
puertas para construir hasta 33 hoteles y cinco campos de golf. Cada cual sabrá
qué hace con lo suyo, pero yo creo que sería un error enorme desde todos los
puntos de vista, especialmente desde el económico y el social. Someter al
máximo estrés los escasos recursos de la isla, empezando por los del suelo,
acabaría generando una espiral de necesidades que convertiría el precioso
jardín que ese territorio es ahora en un parque de atracciones incómodo, ruidoso y
hortera.