lunes, 11 de julio de 2016

La sombra

                De todos los consejos que nos dieron nuestras madres cuando éramos chicos, al menos uno se nos ha quedado grabado para siempre: “Niño, vete por la sombrita”. Por obvio que nos parezca ahora, no era un consejo baladí, ni están todas las madres preparadas para entenderlo y proporcionarlo. Hace unos cuantos años, por ejemplo, vimos cerca de Capileira a una familia de extranjeros con niños tomar la ruta del Mulhacén un día de un calor sofocante y pensamos que se quedarían por el camino, como en el año 2010 se quedó el hijo de la señora alemana que salió a pasear con él por las inmediaciones de Espiel.

                Las madres nuestras sabían lo que en esta tierra sabe casi todo el mundo: que el sol del verano no es amable, sino traicionero, y que hay que guardarse de él. Como no se puede estar a la intemperie en las horas centrales del día ni es posible realizar un movimiento sin poner en riesgo la salud, los andaluces dedicamos ese periodo a recuperar el resuello que hemos perdido en el bochorno de la noche y a defendernos como podemos del calor. Desde luego, a la sombra.

                La sombra es de lo mejor que ha inventado la Naturaleza y es de lo mejor que ha sabido aprovechar el ser humano. Entre los muchos atributos amables de los árboles, uno de los más compasivos es el de dar sombra. Las casas son precisas por muchas razones, pero en especial porque cuando están cerradas y a oscuras nos proveen de sombra y nos protegen del calor. Un individuo cualquiera puede pasar sin un paraguas cuando llueve porque la piel escurre el agua, pero no puede pasar sin una camiseta cuando aprieta el sol, porque la piel tiene memoria y guarda de por vida las consecuencias de una exposición excesiva. Un sombrero, como su propio nombre indica, es una herramienta que sirve más para proporcionarnos sombra en verano que para guardarnos del frío en invierno.

                La sombra define también el carácter de las personas. Una persona “con sombra” –como se dice en Andalucía– es ingeniosa y festiva, graciosa, y a su amparo se está a cubierto de buena parte de las inclemencias de la vida. Una persona “sin sombra”, en cambio, es alguien que carece de lo más fundamental. Así, cuando se dice de alguien que no tiene ni sombra de vergüenza, se lo está llamando sinvergüenza, y si se dice que no tiene ni sombra de duda, es que está demasiado seguro de sí mismo como para ser una persona normal. Mucho peor es ser un “malasombra”, al que la RAE define como “persona que tiene mala idea o intención” y nosotros definiríamos como un “tío malafollá”.


                Menos la sombra del malasombra, todas las sombras son buenas, en fin, y no solo las del buen árbol. Basta un parasol minúsculo o la minúscula línea de una tapia para ofrecer un refugio humanitario al que sabe aprovecharlo. Lo asombroso (etimológicamente, procede de sombra) no es que salga el Sol y se ponga, sino que entre ambas acciones majestuosas el Sol se oculte a veces entre las sombras. Sé que muchos han considerado un dios al Sol, pero no tengo noticia de que nadie haya considerado una diosa a la sombra, lo cual es una injusticia viendo cómo de dulce y misericordiosa es la sombra en los duros veranos de Andalucía. 


       *La foto original es de José Fdo. Montes.