lunes, 25 de julio de 2016

La mayor aventura

       Hace unos días leí que la pareja Rathod había acreditado su ascensión al Everest con unas fotografías tomadas por otros montañeros, que ellos manipularon con una aplicación informática. Lo burdo del engaño no me ha sorprendido, ni que hayan echado mano de trampas de todo tipo para certificar otros méritos deportivos que no tenían. Al fin y al cabo siempre ha habido en el mundo artistas que plagian, deportistas que se dopan y políticos que mienten. De hecho, todos mentimos, de una forma o de otra y antes o después. Lo que me ha llamado la atención del caso es que cuando Dinesh y Tarakeshwari Rathod presentaron su supuesta hazaña en una rueda de prensa convocada por ellos en Katmandú, expresaron exultantes que se había cumplido la condición que se habían formulado para tener un hijo, escalar el Everest, por lo que ahora querían ser padres.

             Dado lo falso de la trama, la apelación a una promesa semejante solo podía tener como propósito añadir a la historia un componente emocional, a fin de engrandecerse un poco más como protagonistas de ella. Y si la pareja Rathod pensó que tal promesa le valdría para adornar su “proeza”, estaba pensando también que la sociedad la valoraría positivamente, a pesar de lo estúpido de su esencia. (¿O no es estúpido hacer depender de un episodio deportivo algo tan trascendente como la llegada al mundo de un hijo?). 

          La mayoría de los seres humanos tiene hijos porque quiere, sin más condiciones previas y sin más condiciones posteriores, porque la aventura de tener un hijo tiene entidad propia y es suficiente por sí misma. Cuando una pareja se aventura a tener un hijo sabe que debe dar lo mejor de sí misma para alimentarlo, vestirlo, cubrirlo con un techo y educarlo, a fin de que en el futuro sea un ciudadano honrado y trabajador y pueda valerse por sí mismo. Y no es una aventura de menor importancia ni lo es de menor riesgo que la de alcanzar una montaña, por alta que esta sea.

           Si la pareja Rathod se hubiera planteado la promesa en otros términos, habría tenido más credibilidad, al menos conmigo, y habría resultado más cercana emocionalmente. Podían haber dicho, por ejemplo: “Tendremos un hijo y, si logramos que sea un hombre o una mujer de provecho, subiremos al Everest”.

             No en vano, el objetivo de criar a un hijo y hacer de él un ciudadano ejemplar tiene más valor que el de subir al Everest. Las parejas normales lo valoran así, pero no citan a los periodistas en un hotel de Katmandú para hacerle saber al mundo que lo han logrado. Se limitan a sentir una satisfacción moderada y, si pueden, se premian con unas vacaciones, en las que hacen fotografías auténticas que luego enseñan con legítimo orgullo, aunque sean de una montaña lejana que nunca subirán o de un mar que solo verán desde la orilla.

               * La foto es de Alfredo Cambeiro Rodríguez.