Hace unos días leí que la pareja Rathod había acreditado su ascensión al Everest con
unas fotografías tomadas por otros montañeros, que ellos manipularon
con una aplicación informática. Lo burdo del engaño no me ha sorprendido, ni que hayan echado mano de trampas de todo
tipo para certificar otros méritos deportivos que no tenían. Al fin
y al cabo siempre ha habido en el mundo artistas que plagian, deportistas que se dopan y políticos que mienten. De hecho, todos
mentimos, de una forma o de otra y antes o después. Lo que me ha
llamado la atención del caso es que cuando Dinesh y Tarakeshwari
Rathod presentaron su supuesta hazaña en una rueda de prensa
convocada por ellos en Katmandú, expresaron exultantes que se había
cumplido la condición que se habían formulado para tener un hijo,
escalar el Everest, por lo que ahora querían ser padres.
Dado lo falso de la
trama, la apelación a una promesa semejante solo podía tener como
propósito añadir a la historia un componente emocional, a fin de
engrandecerse un poco más como protagonistas de ella. Y si la pareja
Rathod pensó que tal promesa le valdría para adornar su “proeza”,
estaba pensando también que la sociedad la valoraría positivamente,
a pesar de lo estúpido de su esencia. (¿O no es estúpido hacer
depender de un episodio deportivo algo tan trascendente como la
llegada al mundo de un hijo?).
La mayoría de los
seres humanos tiene hijos porque quiere, sin más condiciones previas
y sin más condiciones posteriores, porque la aventura de tener un
hijo tiene entidad propia y es suficiente por sí misma. Cuando una
pareja se aventura a tener un hijo sabe que debe dar lo mejor de sí
misma para alimentarlo, vestirlo, cubrirlo con un techo y educarlo, a
fin de que en el futuro sea un ciudadano honrado y trabajador y pueda
valerse por sí mismo. Y no es una aventura de menor importancia ni
lo es de menor riesgo que la de alcanzar una montaña, por alta que
esta sea.
Si la pareja Rathod
se hubiera planteado la promesa en otros términos, habría tenido
más credibilidad, al menos conmigo, y habría resultado más cercana
emocionalmente. Podían haber dicho, por ejemplo: “Tendremos un
hijo y, si logramos que sea un hombre o una mujer de provecho,
subiremos al Everest”.
No en vano, el
objetivo de criar a un hijo y hacer de él un ciudadano ejemplar
tiene más valor que el de subir al Everest. Las parejas normales lo
valoran así, pero no citan a los periodistas en un hotel de Katmandú
para hacerle saber al mundo que lo han logrado. Se limitan a sentir
una satisfacción moderada y, si pueden, se premian con unas
vacaciones, en las que hacen fotografías auténticas que luego
enseñan con legítimo orgullo, aunque sean de una montaña lejana
que nunca subirán o de un mar que solo verán desde la orilla.
* La foto es de Alfredo Cambeiro Rodríguez.