La estupidez
también tiene sus intelectuales. Y sus líderes. Y sus masas en movimiento. De
los documentales de la televisión he aprendido que las masas estaban
entusiasmadas con el inicio de la I Guerra Mundial. De los libros de Historia,
que los alemanes votaron a los nazis con la creencia de que iban a ser más
felices. Son ejemplos extremos de una estupidez que tuvo sus masas en
movimiento, sus líderes y unos intelectuales que la justificaron y la
extendieron, pero hay más, muchos más, muchísimos más.
Los ciudadanos tienden a pensar que
las urnas son el colmo de la democracia y piensan que cuando son convocados a
decidir les están haciendo un favor. No saben que la democracia no está en que
el ofrecimiento de la decisión, sino en la posibilidad de rectificar la
decisión. La democracia está en votar y en volver a votar al cabo de cuatro o
cinco años, para votar al mismo o a otros. Los alemanes votaron a los nazis, por
ejemplo, pero ya no pudieron votar más.
Los ciudadanos tienden a pensar que
los referéndums son el colmo de la democracia porque son ellos los que deciden
sobre un asunto concreto. Pero cuando un referendo se convoca sobre cuestiones
que ha determinado la Historia (con mayúsculas) se le está haciendo un flaco
favor a la Historia y a uno mismo. Con los referéndums que quieren enmendar la
Historia pasa eso, que se vota y ya no se puede volver a votar, que se vota y
de tu decisión debes responder para hoy y para siempre, por ti, por tus hijos y
por los hijos de tus hijos.
Los ciudadanos tienden a pensar que
los referéndums son el colmo de la democracia. Pero entre la democracia y la
demagogia hay una línea muy fina que nunca captan los que solo ven los trazos
gruesos. Por eso los demagogos campan a sus anchas entre las banderas y los
himnos, entre las pancartas y los eslóganes, entre, en fin, los más necios y
los más cerriles. Los referendos están hechos para las cuestiones simples,
sobre las que entiende todo el mundo, pero no para las complejas, sobre las que
todo el mundo dice entender, pero no entienden más que unos cuantos, que son
los que van dejando su opinión en el estómago de las masas.
Ahora que tanto se apela al
referéndum como sinónimo de democracia, me acuerdo del primero que viví, en
1966, en pleno régimen franquista, cuando se aprobó la Ley Orgánica del Estado
con el 95,06% de los votos, me acuerdo de los muchos referéndums que han negado
en Suiza el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres y de los muchos
referéndums convocados para extender los mandatos presidenciales en los más
diversos países.
Y me acuerdo del referéndum que nos
ha traído el Brexit, cuyas consecuencias para el auge de los nacionalismos en
la propia Gran Bretaña y en el resto de Europa aún están por determinar. Me
acuerdo de las consecuencias que para los ciudadanos catalanes y para los
nacionalismos existentes en España y en Europa tendría un referéndum en
Cataluña. Y me acuerdo de un determinado partido político que en un pueblo de
Los Pedroches propuso en su programa electoral convocar un referéndum para ver
si debía seguir en su puesto o no el secretario del Ayuntamiento.
* Publicado en el semanario La Comarca.
* Las fotos son del muro de Berlín, ejemplo de frontera, de división ideológica y de estupidez humana.