miércoles, 8 de junio de 2016

El reloj

                Hace tiempo, el Ayuntamiento de Torrecampo descubrió en una de sus dependencias la maquinaria de un antiguo reloj de campana, que enseguida se relacionó con la que había en la torre de la iglesia, derruida hacia 1905 por razones de seguridad, pues estaba muy deteriorada.

                Aquel reloj (este, según parece) tenía una habitáculo protector que era una casita, no muy distinta de la que tienen los gnomos en los árboles de los bosques, por lo que la torre con su reloj parecía la ilustración de un cuento fantástico de Centroeuropa.

Fotografía extraída de la revista local El celemín

                Hasta que se instaló el reloj, el tiempo se medía en Torrecampo a ojo de buen cubero, y la gente normal de entonces fijaba las citas con la imprecisión que siguen estableciéndolas los informales. El reloj añadió al tiempo el rigor que el tiempo lleva en su esencia, de manera que las cuatro empezaron a ser las cuatro en punto y el culpable de un retraso leve empezó a ser considerado un ladrón de instantes.


                El reloj tiene un manubrio largo con el que debía de dársele cuerda, es de suponer que por el campanero, que tal vez fuera también el sacristán de la iglesia. El que le diera al manubrio, en fin, fuera el que fuese, debía de ser muy conocido y valorado en la sociedad local, pues su función era de mucha responsabilidad. No en vano, me imagino a la gente del pueblo mirando el reloj con la misma fascinación que ahora miramos el móvil, aunque supongo que con una frecuencia menor, me imagino al encargado del reloj hablando ufano de su trabajo y me imagino los comentarios que de él se dirían en las tabernas cuando el reloj se parase.