Hace tiempo, el Ayuntamiento de
Torrecampo descubrió en una de sus dependencias la maquinaria de un antiguo reloj
de campana, que enseguida se relacionó con la que había en la torre de
la iglesia, derruida hacia 1905 por razones de seguridad, pues estaba muy
deteriorada.
Aquel reloj (este, según parece)
tenía una habitáculo protector que era una casita, no muy distinta de la que
tienen los gnomos en los árboles de los bosques, por lo que la torre con su
reloj parecía la ilustración de un cuento fantástico de Centroeuropa.
Fotografía extraída de la revista local El celemín |
Hasta que se instaló el reloj,
el tiempo se medía en Torrecampo a ojo de buen cubero, y la gente normal de
entonces fijaba las citas con la imprecisión que siguen estableciéndolas los
informales. El reloj añadió al tiempo el rigor que el tiempo lleva en su esencia,
de manera que las cuatro empezaron a ser las cuatro en punto y el culpable de un
retraso leve empezó a ser considerado un ladrón de instantes.
El reloj tiene un manubrio largo
con el que debía de dársele cuerda, es de suponer que por el campanero, que tal
vez fuera también el sacristán de la iglesia. El que le diera al manubrio, en
fin, fuera el que fuese, debía de ser muy conocido y valorado en la sociedad
local, pues su función era de mucha responsabilidad. No en vano, me imagino a
la gente del pueblo mirando el reloj con la misma fascinación que ahora miramos
el móvil, aunque supongo que con una frecuencia menor, me imagino al encargado
del reloj hablando ufano de su trabajo y me imagino los comentarios que de él se
dirían en las tabernas cuando el reloj se parase.