sábado, 25 de julio de 2015

Ruptura emocional*

          Hace unas cuantas semanas, el genial humorista Juan Carlos Ortega (catalán) contaba en el programa de RNE que dirige Pepa Fernández (catalana) el cuento de una señora que quería divorciarse de su marido a días, según le interesara. Lo he recordado después de leer el artículo Ya no soy del Barça, publicado en El Periódico el 19 de julio pasado, en el que Xavier Sardà (catalán) se atreve a decir lo que muchos seguidores de ese equipo no quieren o no pueden expresar: la descarada manipulación con fines de partidismo político de los sentimientos de toda la afición del club, de la que es buena muestra la fotografía en la que aparecían los cuatro candidatos a la presidencia con las camisetas del 27S en un acto realizado en las instalaciones del Camp Nou a propuesta de la Asamblea Nacional Catalana, Òmnium Cultural y la Plataforma Proselecciones Deportivas Catalanas.

            En dicho acto, los cuatro candidatos se mostraron partidarios de que fuera cual fuera el resultado de las elecciones del 27 de septiembre, el ámbito natural del FC Barcelona siguiera siendo la liga española. O sea, igual que en el cuento de Juan Carlos Ortega, como si fuera posible divorciarse todos los días menos los fines de semana y durante las vacaciones, que es cuando me lo paso bien con mi marido. Y sería tan cómico como ese cuento si no fuera demasiado serio como para tomárselo a broma.


Besalú, Girona, verano de 2011
            El Barça es, ciertamente, más que un club, y tal vez por eso es una metáfora de toda la sociedad catalana. La idea de irse pero seguir jugando en la liga española es bastante ilustrativa de la situación actual que vive Cataluña. Entre el Barça y la Liga hay una relación de absoluta dependencia, de tal manera que uno necesita al otro. El Barça necesita a la Liga por razones económicas y deportivas, pues se devaluaría de manera considerable en una competición exclusivamente catalana. Y la necesita por razones afectivas, pues es mucha la historia que une al Barça con el resto de clubes importantes de España, y no es lo mismo un Barça-Madrid que un Barça-Girona, pongo por ejemplo.

            Irse pero quedarse, según me interese, es imposible cuando hay de por medio una ruptura emocional. Los independistas catalanes no parecen darse cuenta de ello y plantean la situación como una ruptura amigable, en la que todo va seguir como hasta ahora en lo que interese y mejor en lo que no interese. Vamos, un chollo. Se creen que la relación el día después de la independencia sería todavía mejor que la que existe entre dos países fronterizos y socios, como Bélgica y Holanda, por ejemplo, y no se dan cuenta de que eso no es posible tras un divorcio no deseado por uno de los dos.


Valle de Nuria, Girona, verano de 2011
            Todos los divorcios dejan heridas, especialmente los traumáticos, y la separación entre España y Cataluña lo sería, como lo demuestra el alto nivel de imbricación que la sociedad catalana tiene con las sociedades del resto de España. Imbricación que es familiar y de amistad, producto de cientos de años de convivencia y de migraciones en ambos sentidos, y es también económica.

            Echar las cuentas sobre el producto interior bruto de un lado y de otro sin computar lo que la ruptura emocional puede suponer de castigo hacia el otro es, sencillamente, no echar las cuentas bien. Si Cataluña se independiza de España, el Barça tendrá que jugar en una liga catalana y serán muchos los simpatizantes españoles del Barça que dejarán de tragarse lo que ahora se tragan y dejarán de ser de ese equipo, como ya ha hecho Xavier Sardà. Dejar de ser de un equipo es, ya se sabe, lo último que uno hace en la vida. Antes, mucho antes, esos y otros españoles habrán roto afectivamente con Cataluña, una ruptura que conllevará, como todas las rupturas afectivas, un severo correctivo de todo tipo, también económico.
Olot, Girona, verano de 2011
*Publicado en el semanario La Comarca