La confianza en los demás es
fundamental en todas las sociedades, incluidas las humanas, aunque no le damos
importancia porque, como ocurre con las buenas noticias, lo más usual es que se
practique. Cuando voy por la calle, por ejemplo, lo hago confiado en que los
viandantes me respetarán, igual que yo los respeto a ellos. Cuando me tomo una
cerveza en un bar confío en que el camarero me dará una en buenas condiciones.
Y cuando cruzo andando un semáforo confío en que a ninguno de los conductores
que aguardan parados le va a dar por saltarse las reglas y atropellarme.
Cuando la sociedad se organiza y
crea las instituciones públicas, lo primero que hace es dotar de rigor a la
confianza, extenderla y reforzarla. Así, si no llevamos pistolas, como
ocurría en el Lejano Oeste, es porque confiamos en que la policía y los jueces
nos defenderán de la mala voluntad ajena. Igual que confiamos en que los
establecimientos públicos serán supervisados y castigados si incumplen las
normas que hay establecidas y confiamos en que serán perseguidos los
conductores que ponen en peligro la vida de los otros. En realidad, la primera
función de las normas jurídicas es generar confianza, a fin de que todo el
mundo sepa a qué atenerse y actúe en consecuencia.
Generar confianza es también la
primera función de las normas sociales, que se aplican siempre y en todo lugar,
aunque haya quien se las salta sistemáticamente porque no le importa el castigo
que conllevan, que nunca puede ir más allá del reproche de la comunidad. De
hecho, las personas de fiar son aquellas que cumplen las normas con que la
sociedad se ha dotado para generar confianza. Y, a la inversa, una persona no
es de fiar cuando no sabemos a qué atenernos con ella. Con una persona de fiar
se pueden tener negocios y hacer proyectos comunes, en tanto que debe huirse como de la peste de una
persona que no es de fiar.
Aunque poca gente lo sabe, porque se
dice poco, a Grecia se le hizo en marzo de 2012 una quita de unos cien mil
millones de euros, lo que supuso una pérdida real del 78,5% del dinero
invertido por los bancos y los fondos de inversión que poseían títulos de la
deuda helena. Se iniciaba con ello el segundo rescate de Grecia, que inyectó,
además, una buena cantidad de miles de millones de euros en las arcas de ese
país, cuya deuda ya no era mayoritariamente con bancos y fondos de inversión,
sino con instituciones públicas, entre ellas el Estado español.
No viene al caso aquí detenerse en
un asunto que está siendo tratado con abundancia en todos los medios de
comunicación. Lo que quiero reseñar ahora es que pasados tres años de aquello
los representantes del Gobierno de Grecia debían reunirse con sus acreedores
para decirles que no podían devolverles el dinero que habían recibido prestado
y que, además, necesitaban más dinero, un tercer rescate. Da igual que se
considere de un signo político o de otro al Gobierno griego. Lo importante es
que estaba recién elegido y que contaba con la confianza del pueblo para
negociar ante sus socios, quienes, comprensiblemente, desconfiaban del Estado
griego, pues había entrado en el euro amañando las cifras y había sido incapaz
de implementar las medidas estructurales necesarias para salir de la situación
en que se encontraba Grecia, las mismas medidas (¡ojo!) que esos países
aplicaban a sus ciudadanos, como una Administración tributaria más eficiente,
un IVA más alto o una edad más elevada para jubilarse.
Pero el Gobierno griego, en lugar de
intentar ganarse la confianza de sus socios, se dedicó durante varios meses a
eso que aquí aplicamos tan comúnmente y que se conoce como “dar largas”, con la
creencia de que el tiempo jugaba a su favor, pues tenía tan enganchados a sus
socios que no podía caer al abismo sin arrastrarlos con él. Es más, casi en el
último momento, se levantó de la mesa de negociaciones y, sin decir nada a
aquellos con los que se sentaba, convocó un referéndum para el domingo
siguiente, y en ese poco tiempo se dedicó a persuadir a los ciudadanos de que
debían votar que no a las propuestas que les hacían sus socios y acreedores,
con el argumento de que de esa manera se sentiría más respaldado en sus
exigencias.
Un pueblo bien representado se
expresa a través de sus representantes, que son los que negocian y pactan en su
nombre. La esencia de la democracia está en la representación, y no en los
referéndums. Un referéndum, no obstante, se vende muy bien, porque parece que
detrás de él está la inequívoca voluntad del pueblo, y que quien va contra esa
voluntad está deslegitimado. Pero el pueblo no tiene por qué tener una imagen
clara de los asuntos complejos. El pueblo se guía por intuiciones y por
emociones, igual que se guían los individuos. El pueblo griego, en fin, vio en
el referéndum la oportunidad de expresar su malestar por todo lo que le estaba
ocurriendo y votó que no.
Y con ese no como argumento de peso
volvió el Gobierno griego a la mesa de negociación. Los otros gobiernos (que
eran 18) no tenían que consultar a sus respectivos pueblos para sentirse
respaldados por ellos. Es más, creyeron que la convocatoria del referéndum
había sido un intento de coacción inadmisible en una negociación de buena fe
y perdieron la poca confianza que aún
les ofrecía el Gobierno griego. Cuando uno no se fía de otro tiende a dejarlo
en la cuneta o, en otro caso, a pedirle toda clase de garantías, hasta extremos
que pueden llegar a ser humillantes. Es lo que hay cuando no se cuenta con la
palabra como respaldo.
El Gobierno griego, que unos cuantos
días antes podía escoger entre lo malo y lo peor, debía escoger ahora entre lo
pésimo y lo que hay más allá de lo pésimo y optó por lo primero. Y con esa
elección se presentó en Atenas, ante su pueblo.
El resultado es que ya nadie se fía
de nadie: obvio es decir que el Gobierno griego ha perdido la confianza que el pueblo
le otorgó en su momento. Pero el pueblo griego tampoco se fía del resto de
Europa, y el resto de Europa no se fía del Gobierno y del pueblo griegos. Mal
asunto, porque ya hemos dicho que la confianza es fundamental para el buen
funcionamiento de todas las sociedades.
* Publicado en el semanario La Comarca
Hice las fotos en Grecia, en el verano de 2008