Hace muchos años, siendo
yo todavía un niño, don Victoriano, el profesor de Política, me sacó a la
pizarra y, al verme tan alto (los profesores de Política eran también los de
Educación Física), me preguntó si quería jugar al baloncesto en el equipo del instituto.
La pregunta no tenía otra contestación que el sí, supongo, y eso fue lo que le
dije. Entrené unas cuantas veces, muy pocas, con otros jugadores tan inexpertos
como yo, y jugué mi primer partido contra Peñarroya-Pueblonuevo en aquella
localidad. El resultado lo dice todo: 62-2 a favor, por supuesto, del equipo
escolar de Peñarroya. Recuerdo que yo marqué la única canasta de mi equipo y
que uno de los dos espectadores del partido grito al ver semejante prodigio:
“Marcad a ese, que es peligroso”.
Aquella experiencia traumática no me hizo abandonar el
baloncesto, y durante los años que siguieron jugué muchas veces más en
Peñarroya, que era la localidad de la provincia de Córdoba donde más reputación
tenía ese deporte (más, incluso, que en la capital) y la que más capacidad de
influencia tenía en la Federación. Peñarroya fue la primera localidad del norte
de la provincia que tuvo pabellón cubierto, mucho antes que Pozoblanco. Cuando la
Federación obligó a los equipos a disponer de una alternativa cubierta para
jugar los días de lluvia, el equipo de Pozoblanco iba a jugar al pabellón de
Peñarroya, donde siempre fue acogido con los brazos abiertos, aunque pidiera
socorro sin antelación alguna.
Por aquellos días, Peñarroya era todavía el pueblo más
importante de la zona norte de Córdoba, y aún conservaba buena parte del lustre
de haber sido el mayor núcleo industrial de la provincia y uno de los pueblos
más grandes de España. A Peñarroya debíamos ir para sacarnos el documento
nacional de identidad, y mi instituto era, en realidad, una sección delegada
del de Peñarroya, a donde hasta solo unos cursos antes iba un autobús a diario
con los estudiantes de Pozoblanco que querían hacer el bachillerato.
Peñarroya-Pueblonuevo |
Pero
ya en aquellos lejanos tiempos se veía que estaba en decadencia. Jugué los
primeros partidos en el campo de baloncesto de la OJE, cuya sede se ubicaba en
el lado sur de la plaza de Santa Bárbara, delante de lo que hoy es un
descampado yermo y era entonces un vasto territorio sin actividad. Aunque
nosotros veíamos a Peñarroya con una suerte de admiración, los amigos de
aquella ciudad nos hacían ver que la suerte del pueblo estaba demasiado ligada
a la minería, cuyo final estaba próximo, que el trabajo del presente era más
producto de la inercia que del afán diario y que el futuro estaba lleno de
malos augurios. Peñarroya-Pueblonuevo, que había surgido en 1927 de la unión de
Peñarroya y Pueblonuevo del Terrible, municipios segregados no mucho antes de
Belmez, estaba exhausto, y su resplandor, en fin, no era producto de una llama,
sino de las brasas de una lumbre a medio sofocar.
Cerca
de Peñarroya hay un peñón al que siempre oí llamar, simplemente, el Peñón, que avisa
de la ubicación del pueblo y es, además de una referencia geográfica, un hito
para la memoria. Cuando pensé en andar por un paraje próximo a esa localidad,
me acordé de que nunca había subido al Peñón de Peñarroya, y me dispuse a ello
aquel mismo día, Domingo de Resurrección, sin haberlo previsto y solo.
Después
de una semana primaveral, de calor incluso, el día había amanecido gris y con los
pronósticos del tiempo dando agua. De hecho, me llovió un poco por el camino,
aunque cuando llegué a Peñarroya el sol alternaba con las nubes y la temperatura
era la ideal para el ejercicio de los caminantes. Abrigado con una camisa y el
chubasquero, inicié la marcha por la calle Málaga, que es recta y bastante
empinada. Al terminarla, giré a la izquierda para coger hacia el Oeste la calle
Dos de Mayo, anduve por ella unas decenas de metros y tomé enseguida el camino que sube directamente al peñón tras pasar junto a la llamada Fuente de la Poza.
Últimas casas de Pueblonuevo y, al final, Belmez |
A
unos doscientos metros, el camino se bifurca. Yo tomé el ramal de la izquierda
y empecé a ascender en línea recta por el cerro que los mapas llaman de la
Cruz. El camino sube rodeado de matorral propio del bosque mediterráneo, que
por esta época del año tiene a la mayoría de sus plantas en flor, especialmente
lavandas, aulagas y jaras. Entre las jaras, precisamente, estuve un buen rato
esperando a que el sol, que iluminaba a retazos el valle del Guadiato, saliera
de entre las nubes y cayera directamente sobre el castillo de Belmez, a fin de
recogerlo soleado en alguna de las muchas fotografías que hice. Pero no lo
conseguí, ni entonces, ni en las diversas paradas que efectué para mirar atrás
y contemplar el paisaje, en el que destacaba sobremanera el extenso casco
urbano de Peñarroya-Pueblonuevo, pero también los más lejanos de Belmez y
Fuente Obejuna, la sierra de los Santos y el pantano de Sierra Boyera.
Nido de ametralladoras |
El
camino es corto y se termina pronto. Desde la misma base del peñón se divisa,
además, el Norte, con sus sierras y alguno de sus pueblos, como La Granjuela. Allí
mismo hay un nido de ametralladoras de la Guerra Civil, lo que me hizo recordar
que una vez, en el camino de Pozoblanco a Peñarroya, una persona que me
acompañó me dijo haber visto aquellas lomas sembradas de cadáveres.
El
último tramo hasta la cruz que corona el peñón se hace por una vereda urdida
entre las piedras. Arriba del todo, la vista es espectacular. Y arriba del
todo, sentado sobre el Peñón, me felicité por la suerte que había tenido con el
día, ni muy claro ni muy oscuro, ideal para el contraste de luces y para el
brillo de los colores.
No
bajé por el otro lado, sino por el mismo, aunque por un camino distinto que
discurre más pegado al peñón, cuyo primer tramo es, en realidad, una vereda
estrecha, pedregosa y resbaladiza. Sobre la mitad de su trazado, sin embargo,
toma otra categoría para facilitar el acceso a los olivares que hay a un lado y
a otro y se hace bastante cómodo. Así, cómodamente, entra en el pueblo por la
calle Almanzor.
Buscando
el indicador de un sitio donde tomarme un refrigerio, me topé con muchos
carteles de casas que se venden, pero no di en esta parte de la ciudad con
ningún bar abierto. Había gente por la calle, pero no mucha, y casi toda
personas mayores. Yo supuse que, aunque era media mañana, tal vez fuera
demasiado temprano después de una Semana Santa de fiesta.
Peñarroya-Pueblonuevo |